Cada día resulta más difícil la movilidad en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Si es en automóvil: los grandes embotellamientos, las avenidas rápidas, que de tan rápidas se volvieron lentas; el estrés que afecta a quienes, al subirse a un auto, se transforman en seres agresivos, intolerantes e irascibles. Si es en autobús: el sufrimiento de levantar la mano para pedir la parada y que el camión ni haga caso ni se detenga ni nada; el mal servicio, las malas caras de los choferes, la velocidad límite jamás respetada y un largo etcétera. Si es en bicicleta o en motocicleta: las interminables agresiones de los automovilistas que piensan que las calles (y las banquetas) son de ellos y nada más de ellos; y aunque en trayectos cortos estos medios de comunicación son mucho más rápidos que los autos o los autobuses, siempre está el no saber si se regresará a casa cuando concluya la jornada: un golpe es letal para los ciclistas y los motociclistas. Quizá la manera más cómoda (y segura) de viajar por la ciudad sea en tren ligero, pero el que se tiene (línea y media) es pequeño y llega a pocas zonas de la ciudad.
La semana pasada, los concesionarios del transporte público pidieron un incremento al precio del pasaje. Emilio González Márquez, gobernador de Jalisco, decidió no permitirlo y a cambio otorgó un subsidio (de 258 millones de pesos) por los próximos seis meses (hasta que concluyan las elecciones y no existan posibles “costos políticos”). Los concesionarios (o “pulpo camionero”, como se les suele llamar) tienen grandes ingresos, aunque ellos siempre lo nieguen y digan que el negocio no es negocio, que los insumos aumentan y que ya no pueden, que se irán a la quiebra, que pobrecitos ellos. El líder de este grupo, Jorge Higareda Magaña, es uno de esos personajes que tiene la capacidad de decir muchas sandeces en pocas palabras. El domingo pasado, por ejemplo, recomendó a los usuarios del transporte público que si no tenían siete pesos para pagar un boleto, que caminaran o usaran la bicicleta, e hizo una reflexión que, por su supina estupidez, quedará grabada con letras de oro en los anales de esta ciudad: “tenemos que usar otros medios, ¿no?, tenemos que caminar si no tenemos los medios. Si yo no tengo para comer, pues no como. Lo que tengo que hacer [es] un esfuerzo para trabajar un poco más, sacar un poco más de beneficio para mi familia, para sostener a mi familia”. Higareda Magaña, por supuesto, no viaja en camión: gracias a los altos ingresos recibidos por las concesiones que tiene, puede adquirir autos lujosos, ir a restaurantes exclusivos y pensar poco antes de abrir la boca.
Pero el conflicto que surgió en torno a la desmesurada petición de los concesionarios para aumentar el precio del pasaje es solamente un signo del mal planeado sistema de movilidad que tiene la ciudad (si se le puede llamar “sistema” a eso que tenemos). Los encargados de “pensar” el desarrollo urbano de esta metrópoli siempre lo han hecho desde su concepto de “modernidad”, y la modernidad para ellos es auto, auto y más auto (por supuesto que lo piensan muy de cerca con los empresarios automotrices). Eduardo Galeano, en su inmejorable texto Ser como ellos, escribió acerca de esa máquina que hoy llena las avenidas de todas las ciudades: “El automóvil no sólo dispone del espacio urbano, también dispone del tiempo humano. En teoría, el automóvil sirve para economizar tiempo, pero en la práctica lo devora. Buena parte del tiempo de trabajo se destina al pago del transporte al trabajo, que por lo demás resulta cada vez más tragón de tiempo a causa de los embotellamientos del tránsito en las babilonias modernas”.
A pesar de estar comprobado (hasta por el sentido común) que entre más eficaz y digno sea el sistema del transporte público, será mejor la movilidad en una ciudad, las autoridades jaliscienses no han invertido en él. Al contrario, lo han “concesionado” (creando un monstruo) y ahora vemos las consecuencias: autobuses desvencijados, mal servicio a precios altos y bolsillos llenos de los concesionarios.
En las actuales circunstancias, lo peor que se pudo hacer fue subsidiar a los concesionarios del transporte público. Dicha medida se tomó con tintes electorales (no vaya a votar la “plebe” contra del PAN). Lo que se precisa es desincentivar el uso del auto y potenciar el transporte público. Pero para impulsarlo hay que mejorarlo, y jamás se hará si continúa concesionado a esos personajes encabezados por Higareda Magaña. El estado necesita hacerse cargo del transporte público, renovarlo, implantar un sistema de pago fácil y eficaz (la tarjeta de prepago) y construir, en lugar de más pasos a desnivel y túneles (bastante malhechos, por cierto), más líneas de tren eléctrico o un metro.
Por supuesto que esto no lo harán las autoridades panistas: ellas no quieren enemistarse con la industria automotriz (tan de capa caída en esta crisis del capitalismo mundial y tan necesitada de “apoyos” estatales), con el “pulpo camionero” ni con los burgueses y aristócratas que a diario piden más y más vías rápidas para poder pisar el acelerador de sus autos último modelo. Además, no lo harán porque ellos, los que gobiernan, no viajan en transporte público. Mientras tanto, quienes a diario toman alguna ruta de camión (yo desde hace varios meses decidí trasladarme en bicicleta), continuarán soportando los malos tratos, las malas caras, el pésimo servicio, y se irán preparando para el aumento en el precio del pasaje cuando finalicen las elecciones. No es misterio ni secreto: a las autoridades panistas lo que menos le importa es la gente humilde, el pueblo. Así de simple, así de claro.
jorge_naredo@yahoo.com
::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2008::
No hay comentarios.:
Publicar un comentario