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domingo, enero 18, 2009

Temacapulín del Apocalipsis al diluvio

Poblado ininterrumpidamente desde el siglo VI, Temacapulín se siente casi condenado

Hace 80 años, este asentamiento estuvo a punto de ser arrasado por el fuego de los soldados federales; hoy, medio despoblado y con su viejo pleito con su cabecera municipal, lo amenaza el agua de la presa El Zapotillo, que inundaría su historia milenaria.

Público

Visto desde un vetusto cementerio, El Zapotillo, en Cañadas de Obregón, tiene hoy apenas 300 vecinos. En el cerro, un letrero gigante presume que el pueblo data del siglo VI.
Visto desde un vetusto cementerio, El Zapotillo, en Cañadas de Obregón, tiene hoy apenas 300 vecinos. En el cerro, un letrero gigante presume que el pueblo data del siglo VI. Foto: Giorgio Viera

El último siglo de vida de Temacapulín ha sido como una intensiva lección de la Biblia, pero narrada al revés.

En 1928 los amenazó su pequeño Apocalipsis, la destrucción por el fuego de las tropas jacobinas de Manuel M. Diéguez, pero el famoso ateo les perdonó la vida. Ochenta años después, están a un paso de vivir un gran desastre como el descrito por el Génesis: el diluvio, la inundación de su asentamiento promovida por burócratas católicos de Guadalajara que insisten en construir a 105 metros de altura la presa El Zapotillo, a nombre de la eficiencia económica y el progreso de la metrópoli que crece a expensas de sus vecinos, cien kilómetros al sur de estas barrancas. Paradojas de los hijos de Dios y de los hijos de este mundo.

“Todo el tiempo han querido hacer presas por acá. En 1947, La Zurda; en 1989, otra vez, hasta vino Carlos Salinas de Gortari; y hace cinco años, la presa en San Nicolás. Ahora nos quieren inundar a nosotros”, explica don Alfonso Íñiguez Pérez, de 72 años. “Primeramente nos amenazaron durante la revolución cristera: Cañadas de Obregón, nuestra cabecera municipal, nunca fue cristero, pero acusó a Temaca de ser cristero, y era falso; el general Manuel M. Diéguez se dejó venir a atender ese problema, y los de Cañadas le decían: ‘Qué pasó, mi general, vamos a prenderle fuego al pueblo…’. ‘Pérense, pérense’, y luego de investigar, dijo: ‘El pueblo es pacífico, por qué los vamos a quemar, no hubo resistencia, ¡vámonos!’. No cayó en el garlito… entonces hemos sido amenazados por el fuego y luego por el agua, pero aquí estamos todavía”.

Hoy, los moradores advierten una silenciosa ofensiva gubernamental para despojarlos poco a poco de los servicios y forzarlos a claudicar en su defensa del poblado, que la Comisión Estatal del Agua (CEA) pretende comprar, con una primera partida de 30 millones de pesos.

Así, ya se quedaron sin plantel de secundaria, sin servicio regular de telefonía y sin inversiones para restaurar sus edificios históricos, de los más antiguos y notables en esta región de Los Altos. Muchos de los opositores a la presa, mayores a 70 y 80 años, han enfermado de los nervios o han agravado sus males crónicos, advierte doña María Abigaíl Agredano Sánchez, presidenta del Comité Salvemos Temaca, nacida en 1949.

Pero muchos habitantes retan ese destino. Sus fincas se siguen edificando y mejorando en la traza urbana, sus balnearios lucen rebosantes los días de descanso, su Cristo de la Peña mantiene su imán para lejanas devociones fundadas en su fama taumatúrgica, y se preparan festejos para sus viejos templos a 250 años de fundados.

“A mí nadie me va a sacar, yo no vendo mi casa; me voy a quedar a esperar el agua”, señala, firme y sereno, don Lauro Jáuregui Jáuregui, nacido en 1921.

Será que, como buenos cristianos, esperan en la promesa del libro de la Revelación: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida…”.

Odios ancestrales

La relación entre Cañadas de Obregón y Temacapulín ha sido centenariamente difícil. Don Lauro y don Alfonso creen que deriva de la mayor antigüedad del asentamiento de Temaca, de su entorno natural privilegiado en los linderos del río Verde, de sus aguas termales, de sus desfiladeros impresionantes que incluyen una peña curiosa que los piadosos han visto como manifestación de una efigie divina.

De hecho, cuando Cañadas era una simple hacienda, sus ocupantes debían bajar a las vegas del río Verde, contiguo al antiguo poblado, a disputar las aguas para lavar ropa. “Se peleaban porque no les tocara agua sucia”, dice la leyenda.

El caso es que esas rencillas han sobrevivido, y a Cañadas parece que no le preocupa demasiado la posible inundación de Temaca, pues los beneficios “serán mayores” para toda la demarcación, según el presidente municipal José de Jesús Sáinz Muñoz.

A los habitantes de la delegación municipal no les extraña esa postura. “Yo fui delegada hace como 20 años, y regalé un mapa que demuestra que antes no existía Cañadas, pero Temaca sí: es del siglo VI; 600 años después de cuando nació Cristo ya había gente aquí; no era tan famoso porque no había pavimento, ni en Mexticacán. Tenemos el problema de que la gente de Cañadas no nos quiere y, por desgracia, allá pertenecemos […]”, refiere doña Isaura Gómez Guzmán.

Pero, en Temaca, “Dios nos protege, porque hace más de 50 años que no hay un muerto a balazos, y a mí se me hace gracia, porque en otras partes son arteros, hay muertos todos los días… el último muerto fue en 1947”.

Don Alfonso se sabe la historia de ese hecho violento. “Fue cuando lo de la presa, y por una mujer. Con la presa de La Zurda, que iban a construir, duraron dos años trabajando; el pleito fue entre un empleado de la presa y uno de aquí […] el de aquí hace poco murió, se dio un balazo él solo, se llamaba Agustín Jiménez, y el asesinado se llamaba Jesús Valdovinos, y era de Michoacán… la mujer tuvo un hijo suyo”.

La historia de corrido sigue: “El muchacho creció y vino a buscar al señor que mató a su padre aquí a Temaca, y sucedió esta historia: llegó con el Mole, un señor que apodaban así por colorado, y le dijo: ‘Ando buscando al señor Agustín’, que estaba allí sentado; pero el Mole ya sabía cuál era el problema, y le dijo: ‘No, pero si ese hombre ya vive en Estados Unidos, ya no está aquí…’”. Le salvó la vida. Agustín se mató solo hace como cuatro años, se mató porque estaba enfermo; tenía ya como ochenta y tantos años…”.

Lo cierto es que el vengador no regresó. “A lo mejor fue a buscarlo a Estados Unidos”, conjetura doña Isaura. La madre del agraviado tampoco era de la región: “Era de las muchachas que se acostumbraba cuando las obras; venían muchachas al baile, a las cantinas… una aventurera, era de ésas”, asegura.

Don Lauro tiene historias más antiguas de la rivalidad con Cañadas. “Es una cosa tradicional; hasta la fecha hacen fiestas aquí, hacen sus bailes que se vienen a bailar gratis, y tiene que haber pleito para desbaratar las fiestas […] Yo jugué como quince años el beisbol y teníamos que pelear siempre con ellos, agarrarnos a golpes por sus atropellos; así nos pasó con el servicio de camión, que Fermín de Loza, un cacique de Cañadas, se las ingenió para que no lo tuviéramos aunque lo pedimos en Tepa muchas veces, pues fui unas cinco delegado del pueblo”.

Fermín “le dijo al chofer: ‘Dale un golpecito al camión, ya con eso no lo dejamos bajar’. Y le dieron el golpe con un mezquite; entonces tumbamos el mezquite, y pos otra vez de vuelta, detuvo el camión, no lo dejó bajar… sólo dejaba que bajara si pagábamos el viaje especial, cien o 200 pesos, contra el pasaje normal, que era de cuatro o cinco pesos”.

Don Lauro fue un empresario cinematográfico. Lo cual significa que adquiría en Guadalajara películas de Pedro Infante, de Jorge Negrete o de Cantinflas, y las proyectaba por pueblos y rancherías con “un cinito de 16 milímetros; cobraba 25 centavos […] Un día, bajando por el camino del camión, yo iba con mis velicitos, y estaban como cinco esperando el camión y me dicen: ‘Órale, macuaco, hijo de tu chingada madre: a quemar suelas, hijo de la chingada’. Pues yo nomás agaché mi sombrero y ahi vengo para acá, en mis burros…”.

—Un odio increíble…

—Tremendo. Al grado de que una vez un personaje de Cañadas, Refugio Gómez, agarró a balazos al Señor de la Peñita, le dijo: “¡Quítate los balazos!”, y tras, tras, le tira la descarga. Llegando a Cañadas, a la orilla, allí lo mataron. Otro se robó con su compadre una calaverita del templo que se usaba para las fiestas de los difuntos, se la llevaron por el monte en caballo, y órale, “descárgale la pistola porque te está pelando los dientes…”.

Cuando Jorge Lomelí fue presidente municipal, como en 1976, “volví a ser delegado, y me dijo, ‘Oye, vamos uniendo a los pueblos’. Yo le dije: ‘Mira, Jorge, yo pienso que son cosas de antaño, no podemos unirlos; no somos ovejitas, pero en mi tierra no los maltratamos a ustedes, y ustedes sí, en nuestra propia cara; eso no se borra, ya viene de lejos, no se va a poder’”.

Muchos vecinos de la cabecera municipal tal vez esperan el final de Temaca con una sonrisa.

El despoblamiento

Temaca tiene poco más de 300 habitantes, aunque tuvo dos mil. Cuando nació María Abigaíl, nacían 30 críos por año; “ahora difícilmente llega uno”. La falta de oportunidades y la presión reciente por la presa han expulsado a muchos. “Yo creo que hay como diez mil nativos de aquí regados por todo el mundo”, estima doña Isaura.

Desde el sobrio poblado de calles bien trazadas, rectangulares, y amplias fincas de cantera, han salido desde los años 50 del siglo XX múltiples personas; sus destinos son diversos lo mismo que sus fortunas. Hay una importante comunidad en Aguascalientes y, sobre todo, en Saltillo y Monterrey, donde el oficio de paletero, que ha dado fama a toda la región, les ha hecho crear prósperos negocios. Otros andan en California, en la albañilería, el campo o los empleos manuales. A doña Isaura se le fueron dos de sus tres hijos a la llamada Sultana del Norte. Otro, un licenciado, anda en Colima vendiendo en abonos, “pero, como no está casado, todo lo tira en vino y en viejas”, señala la anciana, con un dejo de resentimiento.

Temacapulín se quedó con ancianos y niños. “Nos han estado amolando poco a poco. Teníamos el teléfono público, que era barato, tenía horario barato y caro; ahora nos pusieron tarifa más cara y es horario corrido, no hay descuentos; nos pusieron un sistema satelital, los teléfonos de casa son celulares con antena, son muy caros y fallan mucho porque hace falta una antena”, agrega la señora Agredano.

“Nunca han dado un saco de cemento siquiera, de seis años para acá, de parte de la presidencia de Cañadas; detienen los apoyos a Temaca porque no quieren que progrese. Nos tienen como la virgen a la serpiente, pisándonos la cabeza”, secunda doña Isaura.

—¿Este pueblo está condenado?

—Parece, no hay quien quiera invertirle. Pero por ahí hay algunos valientes que están construyendo su casa, se arriesgan; dicen: “No, aquí no va a desaparecer; esto de la presa es un capricho…”.

La vuelta al principio

“Tanto crecieron las aguas, que cubrieron los altos montes de debajo del cielo…”. Génesis, 7-19.

El diluvio que viene

A propuesta de Jalisco, en 2007 creció el proyecto de la presa El Zapotillo, ubicado sobre una cañada del río Verde, en Los Altos de Jalisco. En comparación con el primer proyecto, que data de 2005, las diferencias son: altura de cortina, 25 metros más (de 80 a 105 m); almacenamiento, 449 millones de metros cúbicos más (de 411 a 860 millones de m3); área de inundación, mil hectáreas más (de 2,300 a 3,300 ha)

Esto garantizaría un gasto firme de 8.9 m3 por segundo, que incluyen 3.8 m3 para León, 1.8 m3 para catorce municipios de Los Altos y 3.3 m3 para la zona conurbada de Guadalajara. Jalisco pasa así a ser el principal beneficiado, con 5.1 m3 por segundo

El costo negativo: se deberán reubicar tres pueblos, con 300 casas. Se trata de Temacapulín, Palmarejo y Acasico

“Realizar la sobreelevación de la cortina implica un incremento en los costos del proyecto del orden de 800 millones de pesos, que serán absorbidos de forma conjunta por la CNA y el gobierno de Jalisco, en los porcentajes que se definan para tal fin”, explica el documento del convenio firmado entre la CNA y los dos estados, en agosto de 2007

Temacapulín /Agustín del Castillo


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