"Yo tengo. Tú no". Ahí, en esa pequeña frase, está encerrado uno de los más grandes problemas de México (y de la humanidad): la desigualdad económica. Unos tienen. Otros no. Estoy sentado en un café en una zona, digamos, de clase alta. Llegan decenas de personas, todas en autos lujosos; se apean "jóvenes bien", "adultos bien", "ancianos bien", en fin, "gente bien". Dos parejas se sientan en la mesa de enfrente. Comienzan a hablar y se enfrascan en una discusión, sin duda, vital: ¿a dónde ir de vacaciones?, ¿a Asia o a Europa? Aquí, en este café en una zona, digamos, de clase alta, la pobreza en el país (una pobreza que crece día a día) no parece existir. Sí, unos tienen. Otros no.
¿Por qué los ricos no miran más allá de sus mansiones? En México hay personas que tienen dinero, y tienen mucho. Pueden mandar a sus hijos (en autos nuevos) a una universidad privada (donde un semestre pude costar hasta 100 mil pesos); viajar cada verano o cada invierno a un destino internacional; hacer fiestas donde la comida es cara y abunda. Pueden gastar mil, dos mil, tres mil pesos o más en una noche de comilona y "antro"; construir casas con jardines y establecer costosos sistemas de vigilancia. Sí, hay riqueza, y hay ricos. Es decir: unos tiene. Otros no.
¿Por qué la inmensa mayoría de los mexicanos vive en la pobreza mientras unos cuantos habitan en la abundancia, en la riqueza, en la opulencia? ¿Por qué este país es tan desigual? ¿Por qué unos "chicos bien", en una noche de diversión, pueden gastar más de lo que una familia obrera logra agenciarse con su trabajo en un mes? ¿Acaso se puede decir que México es viable con tan agraviantes e insoportables desigualdades?
En la mayoría de los periódicos locales aparecen abultados suplementos "sociales" donde la "gente bien" es fotografiada: hubo una cena y asistieron tal y cual personaje, y se comió tal y cual aperitivo; se casaron tal y cual pareja en una quita lujosa, y hubo muchos invitados y todos muy felices disfrutaron del suculento menú: los novios pronto saldrán de viaje a un lugar lejano; se festejó a tal personaje importante, y los hijos y los amigos y los conocidos fueron y lo saludaron, y comieron y se habló de muchas cosas, y los hombres iban vestidos muy causalmente y las mujeres también, y los niños jugaron como locos y las risas no pararon de resonar. Suplementos "sociales" donde las élites se exhiben así mismas: les gusta mirarse, les atrae en demasía mostrar su dinero, su riqueza. Y en esos suplementos "sociales", por supuesto, no hay pobreza: ¡qué horror! Sí: unos tienen. Otros no.
El Estado, se supone, entre una de sus muchas funciones, debe redistribuir la riqueza: quien gana mucho, debe dar un poco para que quien gana poco, tenga algo. Esto, por supuesto, no se lleva a cabo con eficiencia. Los servicios de salud y educación pública (fruto de esa redistribución) sufren innumerables carencias económicas. Además, quien gana más, casi siempre paga menos impuestos de quien obtiene menos. Esto se es así por el otro gran lastre del país: la corrupción. Claro, eso de la corrupción, los ricos dicen que la combaten, pero son ellos los primeros en practicarla. Y es que hay unos que pueden. Otros no.
Los ricos deberían entender que un país con las desigualdades que tiene México más tarde que pronto explotará. La pobreza provoca delincuencia como secuestros (tan temidos entre los ricos), robos, etcétera. Y también, a largo plazo, produce estallidos sociales. Ojalá un día los ricos se pongan a pensar en los demás y no solamente piensen en ellos. Ojalá miren que hay pobreza y erradicarla es una tarea que corresponde realizar a todos. Ojalá. Pero seguramente no mirarán. Son bastante ciegos. O quizá no tanto, pero no les importa. Les interesa tener más y más dinero, más y más prestigio. Al cabo, ellos dicen: "yo tengo. Tú no".
jgnaredo@hotmail.com
* Publicado en El Occidental, el 4 de agosto de 2009
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