En Tabasco se está dando una tragedia. De las peores, dicen los que saben de historia de dicha entidad. El caso es que hay gente sufriendo, hay dolor, demasiado dolor, impotencia ante casas anegadas, ante un patrimonio, de toda la vida, totalmente perdido. Hay hambre. Damnificados y más damnificados, refugiados, migraciones hacia los estados vecinos, hacia donde se pueda vivir, porque lo que era edén, se ha convertido en infierno. Las imágenes son desgarradoras: llanto, personas que se quedan sin nada, atrapados en las azoteas de las casas porque no se puede bajar, porque el agua lo llena todo, porque hay una catástrofe y ésta se ve por todas partes, abajo, arriba, enfrente: agua y más agua, agua que correo, agua que inunda, agua que provoca pérdida y lágrimas y dolor y todo. Agua y más agua.
La cuestión es que muchos periodistas, la mayoría de la clase política, los merolicos de la televisión y muchos ciudadanos observan la tragedia de Tabasco como un “desastre natural”, sin ponerse a pensar que se pudo haber evitado, que había la posibilidad de prevenir, de precaver, de estar al tanto, de planear que un día iba a haber una temporada de lluvias intensas y que los ríos (porque Tabasco está llenos de ríos) se podían desbordar. No se pensó en invertir, en prevenir, en realizar medidas para contener el agua en caso de crecidas. No se pensó o quizá sí se pensó, pero no se hizo, y no se hizo porque no se quiso, porque dinero, como se ha dado a conocer en el diario La Jornada, sí había. Las lluvias no se podían evitar (el fenómeno natural), pero la catástrofe sí: la pérdida del patrimonio, los heridos, el dolor. Todo se pudo evitar o aminorar si hubieran actuado las autoridades para proteger a los ciudadanos, al pueblo.
Es labor de todos los gobiernos dar seguridad a la sociedad. Es una de sus principales funciones. Pero, ¿qué pasa en México? El gobierno federal piensa que “dar seguridad” es la lucha contra el narcotráfico (que de antemano se tiene perdida), sacar al ejército a las calles, aparecer en la televisión detenciones de “narcos” y hacer como si ya fuéramos más seguros. Y hasta ahí. Nada más. Felipe Calderón, que no es presidente legítimo, piensa que eso es dar seguridad: acabar con la delincuencia es la labor del Estado. Pues se equivoca, el Estado y los Estados y todas las autoridades deben brindar seguridad ante fenómenos como los que se vivieron en Tabasco. Si no lo logran, si no lo hacen, ¿para qué sirven?
La catástrofe social (producida por un fenómeno natural y por la falta de prevención de las autoridades) de Tabasco debe ponernos a pensar que las autoridades, al omitir, al ser negligentes y no invertir en la seguridad de los ciudadanos, son culpables y se les debe de castigar. Son culpables del dolor, de la pérdida de vidas y de patrimonios, de las lágrimas y de la carestía que ahora se vive en Tabasco.
Felipe Calderón, claro está, no investigará, no perseguirá, no castigará a nadie. No, para él esto es “desastre natural” y ya, se acabó, punto. No hay culpables. Pero está activo y va al lugar de los hechos y carga cagas y se pone su boina del ejército y acompaña los aviones que traen víveres y tiene una pala y se mancha poquito el pantalón y la camisa y se observa, paradójicamente, sonriente y preocupado. Sí, la imagen es importante, y para legitimarse, pues qué mejor que la imagen millones de veces repetida. Si así gobierna, ¿qué le vamos a hacer? Felipe está en Tabasco para decir: “vean, soy presidente y sirvo de algo”, aunque sabemos, no todos, pero sí muchos, que no sirve de nada.
Hoy Tabasco vive una de sus peores tragedias. Las lluvias no se pudieron evitar, pero sus consecuencias, el dolor que dejaron en la sociedad tabasqueña, eso sí se pudo evitar. ¡Sí se debió evitar! Quienes no implantaron medidas de prevención y precaución, simple y llanamente son culpables: sabiendo que un día iba a pasar esto, no quisieron invertir y las consecuencias ahora se están viviendo. ¿Cuándo se les castigará?
Abajo algunas fotos de la tragedia.
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