El domingo 4 de noviembre Andrés Manuel López Obrador estuvo en Puebla. Y fui. Estaba cerca, pues me encontraba en la ciudad de México. Tomé un camión del consorcio ADO, una empresa monopólica que explota a los viajeros del sur del país con altos costos en sus precios y que casi no tiene competencia, y si la tiene, la compra. El trayecto de la capital de México a la capital del Estado de Puebla es impresionante: se ve el Popocatépetl y el Iztlaccíhuatl: ahora, en estas fechas, comienzan a pintarse en sus zonas altas de nieve, de blanco. Y se ven hermosos, los dos, uno junto al otro, el Popo cuidado el sueño de la mujer dormida.
Llegué a la CAPU (Central de Autobuses de Puebla), subí a un camión urbano (que cuesta cuatro pesos y son manejados por chóferes igual de atrabancados que los tapatíos) y me dirigí al centro de la ciudad.
El centro de Puebla es un lugar hermoso. No en balde es patrimonio de la Humanidad, como Ciudad Universitaria en México, como el centro histórico de Morelia, Oaxaca, Guanajuato, Zacatecas y otras ciudades que ahora se me van de la memoria. El caso es que llegué temprano. Ahí estaban varias carpas, una de ellas la de Radio AMLO, un proyecto de información alternativa que tiene un gran apoyo en la ciudad de Puebla. Cuando llegó Andrés Manuel López Obrador el zócalo de Puebla estaba casi lleno. Es difícil decir “se llenó” o “no se llenó”, pues la plaza central de la ciudad de Puebla, a diferencia de la de México, tiene varios jardines, bancas, etcétera. El caso es que había mucha gente.
La recepción a Andrés Manuel López Obrador fue emotiva. Como siempre, muchos le tomaban fotos, querían captar lo más cerca posible la imagen de un López Obrador que no se vence y que dirige un movimiento social que a pesar del cerco informativo, de las mafias empresariales, de los que se dicen de izquierda y parecen de derecha, de todo en contra, ahí sigue, ahí va, ahí está luchando. Una señora le dio, en una bolsa de una tienda nice (Liverpool), algo que no alcancé a ver qué era, pero parecía un regalo. El caso es que en cuanto entró al zócalo, por una esquina, López Obrador fue rodeado de cientos de personas y pasaron varios minutos para que pudiera subir al templete, donde lo esperaban varios de los candidatos que contenderán en las próxima elecciones estatales (entre ellos Manuel Malpica, ex rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y que hoy es candidato a la alcaldía de la capital del Estado por la coalición formada por el PRD y Convergencia). Estuvieron también José Agustín Ortiz Pinchetti, Alejando Encinas, Fernández Noroña; después llegó Dante Delgado.
El sol comenzaba poco a poco a calar, pero nadie, nadie verdaderamente, se movió de sus lugares. Muchos poblanos, para ver mejor el discurso de López Obrador, decidieron subirse a una fuente que está exactamente en medio del zócalo. Ahí se veían los seguidores de López Obrador, con el sol encima, pero atentos, muy atentos, a todo lo que dijera López Obrador. Estaba presente una señora que siempre, en todas las asambleas de la Convención Nacional Democrática, va vestida de monja con un medallón con fotos de López Obrador. Es una imagen que siempre se me ha quedado grabada.
En su discurso, López Obrador mencionó que en Puebla se está fraguando un fraude electoral como el habido, en ese mismo Estado, en las elecciones federales de julio de 2006. Denostó la falta de recursos en los municipios de Puebla, comparando todo ello con la abundancia de dinero que se les otorga, por ejemplo, a los ex presidentes. Un dato interesante y esclarecedor: Vicente Fox, en un año, recibe más de pensión que la mayoría de los municipios de Puebla, es decir, un hombre (Fox, De la Madrid, Salinas o Echeverría) se embolsa más en un año que el presupuesto completo de un municipio del interior de Puebla. ¡Es verdaderamente injusta la repartición de la riqueza!
Cuando el mitin terminó, la gente no dejaba de corear “Es un honor estar con Obrador”, un canto que se ha inmortalizado dentro del movimiento de resistencia civil pacífica. Yo, por mi parte, regresé a la CAPU para retornar a la ciudad de México. En la central había mucha, demasiada, un montón de gente: había habido partido del Puebla contra las Chivas (a mi el fútbol la verdad no me interesa mucho). El caso es que la empresa monopólica ADO decidió no respetar los horarios y, en lugar de salir a las siete treinta y cinco, terminé abordando el autobús a las ocho y media. Llegué a la ciudad de México a las doce de la noche: el tráfico de un regreso a las últimas horas de un fin de semana...
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