Tabasco: entre la catástrofe y la impunidad
Las inundaciones en el Estado de Tabasco se han querido observar como netamente “naturales”, es decir, producidas por cuestiones que están fuera del alcance humano: “si hay damnificados es porque llueve, y la lluvia no se puede evitar”, parece ser la lógica de los gobiernos estatal y federal. Miles de personas han perdido todo o casi todo. Hay más de un millón de damnificados y ni la respuesta de la sociedad civil ni las ayudas gubernamentales han paliado los daños producidos por las inundaciones y sus efectos.
Antes que nada se necesita dejar en claro una diferenciación de términos: existen fenómenos naturales y catástrofes sociales. La lluvia, los huracanes, los temblores y demás fenómenos que son considerados naturales no se pueden evitar. Sin embargo, sus causas dañinas en las sociedades se pueden aminorar o evitar. Por lo tanto, no podemos igualar fenómenos naturales y catástrofes sociales. Son conceptos diferentes que, aunque están intrínsecamente relacionados, no son lo mismo.
En Tabasco tenemos clara esta diferenciación. Hubo numerosas lluvias que no se pudieron evitar porque hacerlo está fuera del alcance de la tecnología humana. A partir de la gran cantidad de lluvia, se comenzaron a desbordar ríos y el agua fue a parar a numerosas poblaciones, como Villahermosa, donde se inundó buena parte de la ciudad. La pregunta que surge es: ¿se pudieron evitar los anegamientos de la capital del Estado de Tabasco? La respuesta es clara: sí.
Si los gobiernos de Roberto Madrazo y Manuel Andrade, ex gobernadores de Tabasco, hubieran actuado para evitar la vulnerabilidad de la sociedad, las cosas hoy serían distintas. Si hubiera habido apoyo de parte de las autoridades nacionales para tener infraestructura que impidieran el desbordamiento de los ríos, otra sería la realidad hoy. No se hicieron las obras, no se invirtió en prevención y las consecuencias son hoy terribles: más de un millón de damnificados, personas que se quedaron sin nada o con casi nada; vidas destruidas, refugiados y la insensibilidad de las autoridades para hacer frente a una situación de contingencia.
Todo esto nos lleva a pensar que existen culpables en una catástrofe como la que actualmente se está viviendo en Tabasco. ¿Por qué no se previó que una intensa temporada de lluvias podía inundar la capital del Estado?, ¿por qué no se realizaron las obras necesarias para evitar el desbordamiento del río Grijalva? La situación que se experimenta en estos momentos en Tabasco está teñida de dolor y de impotencia: hay carencia, descontrol, visos de un estallido social y descomposición social, pero no hay culpables, no hay justicia que enjuicie a las personas que por negligencia, ineptitud o corrupción permitieron que se diera una situación como la que se está viviendo. La labor de los gobernantes es velar por el bienestar, la seguridad y la mejora de la situación de todos los gobernados. Si no se cumple ni el bienestar ni la seguridad ni la mejora, ¿qué están haciendo las personas que actualmente detentan el poder?
Tanto Felipe Calderón como Andrés Granier ahora se fotografían en las labores de rescate. Incluso a quien es presidente de México gracias a un fraude electoral, se le ha observado cargando cajas de víveres con su ya acostumbrada boina militar. Tanto Calderón como Granier están tratando de legitimarse, pero, ¿los culpables? Las ineptitudes, la falta de prevención, la negligencia y las acciones que agravaron la vulnerabilidad de la sociedad, ¿cuándo serán castigadas?
En un país acostumbrado a la impunidad, es difícil pedir castigo para gobiernos ineptos que ponen en riesgo, por su falta de precaución, la vida de millones de personas. Pero por algún lugar se tiene que comenzar, y sería bueno que se iniciara esta labor de castigo (aunque no sanará el dolor de la gente) en Tabasco. Para que todos los gobernadores, presidentes municipales, diputados y demás funcionarios públicos, pongan sus barbas a remojar.
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