Por: Ricardo Rocha.
Desde enero de 2004 escribí aquí mismo que “creen que todo lo merecen por haber logrado la hazaña democrática del 2 de julio de 2000. De ahí su comportamiento de nuevos ricos frente a los cuales aquella simpática familia de los Beverly eran unos monjes cartujos”.
Y es que desde entonces “la pareja presidencial” que padecimos el sexenio anterior ya apuntaba para lo que es ahora: un par de cínicos y desvergonzados que presumen sin la menor pizca de pudor una inmensa fortuna amasada desde el poder máximo en este país. Tal como se muestran ahora en la portada y 13 páginas más de la revista Quién. Todo un documento que en sí mismo sería prueba suficiente para iniciar una investigación de esta riqueza grosera y ofensiva para todos los mexicanos. Cada fotografía muestra lo inocultable: una mansión que no tienen siquiera los grandes magnates; el lago artificial, la alberca, los grandes espacios interiores, el lujo dispendioso; el ganado, los vehículos y la ostentación en decorados y mobiliario. Una muestra total de estulticia. Un desplante ranchero de impunidad. ¡Y qué! Parecen retarnos Vicente y Marta. ¡Y qué! Parecen burlarse de todos y cada uno de nosotros.
Aunque en realidad ni la riqueza ni la arrogancia son nuevos. Ya desde agosto de 2005 Anabel Hernández y Areli Quintero documentaron en un libro un sinfín de pruebas sobre la acumulación dolosa de esta riqueza explicable: de las obras faraónicas en los dos ranchos de los Fox Sahagún; las trácalas para despojar de grandes extensiones de tierra a los ejidatarios de los alrededores y los gustos güichodominguezcos de quienes se acaban de ganar el premio mayor.
Y eso que lo de Quién es nada más el rancho de San Cristóbal, me precisa ahora Anabel. Falta el otro, el de La Estancia, donde refulgen cientos de hectáreas de agave azul; donde pastan centenares de cabezas de ganado de alto registro; donde trotan decenas de caballos pura sangre; donde los Fox Sahagún se hicieron construir una réplica de la cabañita acogedora de Los Pinos, para no extrañar. La misma cuya remodelación costó en su momento 60 millones de pesos. Añádase el valor de El Tamarindillo, toda una bahía que los Fox se agandayaron en Michoacán y el rancho San Cristóbal cuyas puertas ahora “nos abren”. Y el costo que alcanzará el Centro Fox, que dejará en changarros a los centros Carter y Clinton y que también está descrito en la revista con una explanada para 3 mil asistentes, un auditorio para 500 personas y una biblioteca con 25 mil volúmenes. Todo, propiedad de quien no ha leído un libro en su vida y su peculiar esposa.
Esta es la incalculable acumulación de capital que Vicente Fox y Marta Sahagún nos están restregando en la cara a usted y a mí. Y no es un asunto menor. Tampoco un episodio más de frivolidad y mal gusto. Se trata en cambio de un gigantesco monumento a la corrupción y a la impunidad.
La explicación y defensa que el propio Fox hace sobre su desmesurado patrimonio lo describe sin necesidad de adjetivarlo: “Aquellos que dicen que esta propiedad es producto de la Presidencia tendrán que comer chicharrón”. De cualquier modo miente. Cuando asumió la candidatura al gobierno de Guanajuato estaba quebrado y sólo desde el poder empezó a recuperarse. Cuando vino la Presidencia, Fox con la asesoría de Marta Sahagún, los trucos al estilo Vamos México y disponiendo de la complicidad de todo su gobierno panista, comenzó a atesorar la fortuna de que ahora presume. Siempre fue un abusivo. Durante su mandato fue el único mexicano que vio aumentar su sueldo en 57%. De 106 mil a 167 mil pesos. Pero ni ahorrando todo lo que ganó se podría justificar su obscena riqueza.
Este es un insulto a todos y más todavía a los pobres. Pero es también un alarde con un propósito muy claro de Fox y Sahagún: demostrar que todavía son poderosos e intocables. Por eso él todavía se hace llamar “presidente”. En desafío abierto al actual gobierno.
Un caso que debe brincar de las páginas de sociales al Congreso, donde habría de crearse una comisión que investigue a los Fox y a toda su parentela. También, por cierto, un asunto de justicia que podría significar la legitimación que alguien anda buscando. En resumen, que Fox regrese... ¡pero lo que se llevó!
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