Páginas

::::

viernes, septiembre 29, 2006

LA GRAN DESOBEDIENCIA
(una crónica de la Convención Nacional Democrática)

por Alejandro Rozado

La gran desobediencia. Suena fuerte: un millón de delegados a la Convención Nacional Democrática, celebrada el pasado 16 de septiembre en el Zócalo de la Ciudad de México, decidió desconocer a Felipe Calderón como futuro presidente de México, en vista de la violación sistemática de la Constitución que lo llevó al triunfo electoral por un mínimo porcentaje; la CND decidió, además –en virtud de considerarse lo suficientemente representativa de un sector muy grande de la nación-, nombrar a Andrés Manuel López Obrador como "presidente legítimo" de México (o al menos de esa gran fracción agraviada del país); nombramiento hecho en función de la fuerza del movimiento social que se ha desatado como consecuencia de la crisis institucional que hoy atravesamos, así como por las tareas políticas que se desprenden de la situación. La CND también encargó, a sendas comisiones ahí nombradas, la programación continuada y sin descanso de las acciones de resistencia civil pacífica por todo el territorio, y la organización de un plebiscito nacional que convoque a la "refundación de la república" a través de un nuevo Congreso Constituyente. Impacta, asimismo, el rechazo de la Convención a seguir viviendo bajo la simulación de república que hemos tenido, por lo que proclamó la intención de abolir el régimen de privilegios que mantiene secuestrada a la mayoría de las instituciones clave del Estado mexicano. El próximo 20 de noviembre (diez días antes que Calderón), Andrés Manuel tomará posesión del cargo popular en una ceremonia multitudinaria que aspira a movilizar a 4 millones de personas en el Centro Histórico de la capital de la república. A partir de ese día, el líder indiscutible de la izquierda mexicana formará un gobierno itinerante –aunque con sede en la Ciudad de México-, esforzado en cumplir los cinco puntos programáticos de la Convención (combate contra la pobreza y la desigualdad social, defensa del patrimonio nacional y los recursos naturales, derecho público a la información veraz y oportuna, lucha contra la corrupción y rescate de las instituciones públicas, y la renovación democrática de todo el sistema político y social), y con la difícil tarea de encontrar formas propias de financiamiento. Hasta aquí, lo fundamental de la Convención.

En efecto, se trata de medidas enérgicas que intentan dar dimensión mayor y salida política a una situación que corría el riesgo de empantanarse en un plantón de protesta que dividía, más que hacer coincidir, opiniones. Este pronunciamiento popular constituye la gran desobediencia nacional que todos sabíamos necesaria desde tiempo atrás: la negativa de grandes sectores sociales a seguir jugando el falso juego de la institucionalidad en donde siempre han sido favorecidos los poderosos, e impulsar otras reglas cívicas donde tenga un papel relevante la democracia participativa y la auto-organización de la sociedad; rebasar el discurso y la acción oficiales -condicionados por intereses antipopulares- por la vía de los hechos políticos cargados de movilidad social y en todas las instancias donde sea posible, desde la calle hasta el parlamento, desde los comités vecinales hasta las instancias intermedias de gobierno, desde territorios "liberados" por los gobiernos de la oposición hasta los territorios en donde la izquierda es minoritaria; dictar la agenda política nacional en el Congreso y en los actos públicos, así como en la opinión pública; y crear canales propios de comunicación con la sociedad que restauren su derecho a la información –hoy secuestrada por los monopolios televisivos. En suma, necesidad histórica y libertad humana se han encontrado al fin, después de muchas décadas de extravío.

La vía pacífica del cambio social. Semejante coincidencia sólo puede darse gracias a una movilización ciudadana extraordinariamente madura, que ha decidido transitar inevitablemente por la vía pacífica, cargada de toneladas de experiencia humana. La edad promedio de los delegados a la Convención no es nada joven: podría rebasar los 40 años. Lo cual explica, en parte, por qué no se ha roto ninguna vitrina comercial, ni dañado un solo monumento público de la capital, ni se ha saqueado ningún negocio, ni incendiado vehículo alguno. Porque el movimiento es un compendio de sabiduría popular, que por cierto las dos generaciones mayores (entre los 50 y 75 años) ya debían a la sociedad civil en aras del fortalecimiento del músculo social. En ese sentido, destaca el papel central desempeñado por el contingente de los adultos mayores. Habría que verlos desfilar abriéndose paso entre la multitud, orgullosos de que a estas alturas de su vida hayan encontrado un sentido histórico concreto para su paciente esfuerzo de sobrevivencia; y habría que escucharlos cuando en las mesas de trabajo de la convención tomaban la palabra para leer con toda solemnidad y vehemencia las propuestas encomendadas por sus respectivas asambleas de barrio o ejidales para mejorar al país. Nunca me hubiera imaginado ser testigo de cómo una existencia social en el ocaso de su vida pudiera manifestarse con tan hondo significado: una más de las ejemplares luchas que se han dado contra la discriminación que acostumbra ejercer toda cultura pragmática.

Los septembristas. El mes de septiembre de 2006 será recordado no sólo por la resistencia civil sino por la ofensiva política popular que asestó un golpe certero y mandó a la lona a una de las instituciones más nefastas del régimen repudiado: el presidencialismo. Después de que el primero de septiembre la izquierda parlamentaria impidió a Vicente Fox rendir su informe de oropel al Congreso de la Unión, el día 15 las fuerzas de la Coalición por el Bien de Todos cerraron filas en el Zócalo para impedir que el presidente saliente tomara la plaza para encabezar la ceremonia del Grito, como si nada hubiese pasado en el país… Duro y a la cabeza. Estos dos hechos consecutivos son indicativos de una nueva correlación de fuerzas en medio de la crisis institucional de inciertas consecuencias. Lo que nos queda claro es que el orden político, de aquí en adelante, ya no podrá basarse en el vértice presidencial –habrá que diseñar otro juego de instancias. La misma noche del 15 de septiembre se convirtió en una multitudinaria celebración política a favor de la Convención Nacional Democrática. El actual Jefe de Gobierno del DF, el perredista Alejandro Encinas, dio el grito en lugar de Fox, gris personaje de nuestra historia reciente; y fue un hecho inédito: el desplazamiento de la movilización social hacia el centro del escenario político del país en fechas patrias de costumbre oficialista. Sin duda, es anuncio de cambios mayores.

Los trabajos de la Convención. Al día siguiente se dio otra jornada memorable, pues cientos de miles de ciudadanos acudimos desde temprano a los trabajos de la Convención en la explanada del Monumento a la Revolución –mientras el ejército desplegaba su tradicional desfile del 16 de septiembre en el Zócalo: con la tropa no hay que meterse. Los convencionistas nos distribuimos durante la mañana en cinco mesas de trabajo correspondientes a los puntos programáticos del proyecto de resolución propuesto para su discusión por la comisión nacional organizadora. La explanada parecía una feria del libro, en que mucha gente flotante se arremolinaba a una u otra mesa, según el interés y la calidad del orador en turno. En cada mesa había un estrado y tres coordinadores que organizaban las largas listas de ciudadanos apuntados para hablar delante de asistentes interesados en cada tema. Sería exagerado llamar a aquello un debate de ideas; fue en cambio un amplio foro que recogió los pronunciamientos de gran número de asambleas de pueblos y barrios de todos los rumbos del país. Líderes campesinos locales con sus demandas de créditos baratos, maestros rurales evocando gestas heroicas, experimentados cooperativistas sugiriendo planes comunitarios de distribución de sus productos, estudiantes politécnicos arengando al pueblo, mujeres indígenas representando a sus comunidades, y cientos de personas, con sus pequeñas-grandes historias particulares a cuestas, intentando que sus testimonios de infamias padecidas salieran del anonimato y tuviesen nombre y apellido; algunos, con dificultades extremas para hablar en público; otros, para leer de corrido su texto; pero todos, ansiosos de ser escuchados por miles de desconocidos que comparten una misma convicción de lucha. Imposible procesar cientos de denuncias y propuestas específicas. La promesa de editar las memorias de tantos pronunciamientos de cada mesa de trabajo aligeró en algo la abrumadora responsabilidad de los organizadores de dar cauce a todas las voces.


El voto de la CND. La instalación de la CND en la plancha del Zócalo se retrasó cerca de dos horas, debido a un aguacero que cayó sobre los delegados durante más de una hora. El macro-evento consistió básicamente en la lectura de los puntos resolutivos para su votación abierta en asamblea. Más que un acto "democrático", el voto de los convencionistas fue un simbolismo de altísimo valor: la rúbrica social de haber estado presentes en la fundación de algo que quiere ser nuevo. Afirmo esto al enterarme, por otros testigos, de que en las calles aledañas al Zócalo –también atiborradas de delegados que no alcanzaron espacio en la plancha central- los asistentes siguieron con atención el curso de la Convención a través de bocinas instaladas en las inmediaciones; y que al momento de votar -sin la menor posibilidad de ser vistos por los escrutadores-, levantaron sus manos con el mismo compromiso de seguir pendientes del procedimiento de la asamblea. Por supuesto, un acto de esta naturaleza no contemplaba grandes objeciones, debido al vasto consenso de sus resoluciones. Sin embargo, se presentó una situación notable: resulta que a la hora de votar la lista propuesta en paquete de los integrantes de la Comisión Nacional de la Resistencia Civil, apareció el nombre de Carlos Ímaz, destacado dirigente del PRD exhibido hace dos años en los videoescándalos de Ahumada. De inmediato comenzó a articularse entre la multitud la consigna: "¡Ímaz no, Ímaz no!", hasta que se convirtió en coro mayoritario sobre la plancha. La única manera de comunicación entre el público y los detentadores del micrófono es el coro; la consigna detuvo el procedimiento en turno e hizo titubear durante buen rato a Jesusa Rodríguez, la conductora de las votaciones. Finalmente, ella hizo caso omiso de la queja mayoritaria y declaró aprobada la lista, no sin antes aclarar –para aplacar las protestas- que se trataría de comisionados voluntarios que podrían renunciar en caso de que fuese necesario -cosa que debería de hacer Ímaz. Finalmente, López Obrador tomó la palabra para aceptar, visiblemente emocionado, el cargo de "presidente legítimo". Contestando a las críticas de Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel afirmó que rechazaba ser el líder de una oposición domesticada por el fraude electoral en su contra; en cambio, aceptaba dar un paso más allá de lo alcanzado con el fraude del 88: integrar un gobierno nacional de la resistencia civil.

El poder dual en México. Con la realización de la CND, los asistentes dimos nacimiento a un nuevo poder popular en México. Sus alcances son, desde luego, desiguales. Si bien este proto-poder carece del monopolio de la fuerza pública, de los medios de comunicación y de las formas instituidas para recabar fondos, el gobierno de López Obrador que encarnará visiblemente dicho poder poseerá, en cambio, el poderoso prestigio moral que corre entre la población pobre, una considerable representación camaral, y el peso específico de gobiernos estatales y locales. Cuenta además con el probado e inigualable poder de convocatoria social, como ningún otro partido en el país –y en el mundo-, lo que incluye la asombrosa capacidad de recomponerse a través de renovados flujos de comunicación. Por eso, aunque el bloque dominante trate de cercar informativamente al nuevo poder, le será prácticamente imposible arrebatarle el mando de la agenda política nacional. Si hace un mes ignorábamos la dimensión y grado de desarrollo del movimiento (no sabíamos si comenzaba o terminaba la protesta), después de estar en la Convención sabemos que la perspectiva es de crecimiento sostenido, incluso exponencial, para los próximos meses. Lo cual nos lleva a pronosticar como escenario político el enfrentamiento ineluctable de dos poderes. Porque es ya una realidad el fenómeno del poder dual en México, del cual no podemos esperar sino negras consecuencias. Porque dos fuerzas políticas nacionales opuestas y constituidas en Estado no pueden coexistir durante mucho tiempo en un espacio único. La lógica del poder es implacable y siempre termina con el sometimiento de uno por el otro. La iniciativa histórica la tiene la izquierda: tiene liderazgo y movilizaciones de masas maduras, disciplinadas y de carácter estrictamente pacífico; además, un programa y un gobierno alternativo para impulsarlo. Pero la fuerza mayor la tiene aún el bloque de la derecha, con los aparatos de dominio en sus manos… Han pasado ya los meses en que los protagonistas políticos probaban sus fuerzas midiendo cuál de todos era "el más democrático": el porcentaje de aceptación, en encuestas y votos, era el criterio maestro. Ahora se incorporan otros criterios, como la capacidad de convocatoria para la acción política, el arte de la negociación para conjurar peligros mayores, la sensibilidad de los dirigentes para adaptar sus declaraciones, tácticas y estrategias a los cambios rápidos de coyuntura nacional e internacional. Debemos estar preparados: estamos por entrar a una zona de rápidos y turbulencias.


Ciudad de México-Guadalajara / 17-26 de septiembre, 2006.

radioamloTV