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domingo, marzo 29, 2009

Guadalajara, viaje redondo

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Carlos Bonfil

La Jornada

La 24 edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara concluyó su ambiciosa programación de más de 200 cintas, repartidas en cuatro secciones de competencia y 18 paralelas. Aunque el encuentro se ha convertido en el mayor espacio de difusión de cine iberoamericano en México, lo que interesa en primer término a público y profesionales de cine es su capacidad de ofrecer un buen barómetro de las tendencias y posibilidades del cine nacional, de sus búsquedas estilísticas, sus exploraciones temáticas, sus logros y desaciertos.

En este sentido, lo exhibido en largometrajes de ficción y documentales arrojó, como primera constatación, el contraste entre el vigor y las inquietudes expresivas del documental, y la fragilidad y escasa consistencia en muchas propuestas de ficción. Pocas narraciones fílmicas, entre las 14 presentadas en competencia, tuvieron remotamente la concisión y lirismo, la labor paciente y seria, de trabajos como Los herederos, de Eugenio Polgovsky; Los que se quedan, de Juan Carlos Rulfo; Reforma 18, las trampas del poder, de Néstor Sampieri, o El general, de Natalia Almada.

La nota dominante en las ficciones en competencia fue el afán autocelebratorio, la ocurrencia esforzadamente humorística y el apego rutinario a las fórmulas genéricas, en particular al thriller político. Aunque los temas recurrentes fueron la corrupción moral y política en una nación desencantada, la intención de denuncia tuvo el lastre de planteamientos reiterativos y actuaciones a menudo deslucidas, ya sea en la muy languideciente Otro tipo de música, de José Gutiérrez Razura; en Caja negra, interesante primer largometraje de Ariel Gordon; en la dispareja La última y nos vamos, de Eva López-Sánchez; en el muestrario de petardos mojados y provocación puberta de Naco es chido, de Sergio Arau, o en la caótica y saturadísima Bala mordida, de Diego Muñoz Vega, exploración fatalista de la espiral de corrupción en un cuerpo policiaco.

El tema de las controvertidas elecciones de 2006 está presente en el tríptico narrativo Amor en fin, de Salvador Aguirre, aunque ahí también el tratamiento es superficial y esquemático. Revisando algunas de las propuestas narrativas presentadas este año, es evidente su filiación con cintas anteriores tan fallidas como Todo el poder y Vivir mata; es claro también que a un comité de selección deseoso de mostrar con 14 cintas la buena salud del cine mexicano, le hizo falta un filtro mucho más riguroso. Ocho cintas de ficción en competencia habría sido una opción más razonable.


Queda en este conjunto el trabajo justamente reconocido de realizadores con exigencias artísticas más sólidas. Oveja negra, sorprendente debut del joven de 27 años Humberto Hinojosa Ozcariz, propone un drama rural con eficaces toques de comedia y buena construcción de personajes secundarios.

Hay referencias al cine mexicano de los años 40 en la rivalidad entre un joven pastor de ovejas, enamorado de una niña insufrible y rica, y el hijo prepotente de un ganadero. Y si bien temáticamente hay pocas sorpresas, el manejo de las situaciones muestra agilidad y una gran solvencia narrativa. Hay en Crónicas chilangas, de Carlos Enderle, un tratamiento igualmente hábil de situaciones dramáticas, algunas desbordadas, en el mosaico de una ciudad con vocación de catástrofe.

Voy a explotar, de Gerardo Naranjo, resume ese caos en la experiencia de dos jóvenes en ruptura radical con el universo familiar y la mediocridad política que les rodea. A pesar de sus manierismos formales (Godard 40 años después, Pierrot el loco chilangamente recargado), la cinta tiene múltiples adeptos entre sus espectadores jóvenes por su registro febril de un desencanto generalizado. Rabioso sol, rabioso cielo, de Julián Hernández, ofrece la gran paradoja de dos películas en una, con una segunda parte estilísticamente desconectada de la primera, y mucho menos afortunada. A la vez lo mejor que ha realizado el cineasta hasta la fecha, y también lo peor. Esta contradicción quedará resuelta en la anunciada edición que se le hará a la cinta de tres horas de duración.

Por último, El corazón del tiempo, una historia de amor en una comunidad zapatista, es el retorno afortunado de Alberto Cortés a una narración arriesgada y laboriosa, en tanto la cinta ganadora del Mayahuel este año, Viaje redondo, de Gerardo Tort, fue sin duda la sorpresa más grata en la competencia. El relato de una amistad femenina como descubrimiento de la complejidad afectiva y afirmación gozosa de la libertad individual, todo en un buen tono de comedia.

Si bien el riesgo artístico y la espontaneidad no son los elementos dominantes en el actual cine mexicano de ficción, sí lo son en el trabajo de algunos, muy pocos, de sus realizadores. Guadalajara acaba de reconocerlos.



::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2009::

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