Ciudades de muros: Buenos Aires y Guadalajara
Jorge Gómez Naredo
21 de abril de 2009
En Buenos Aires, Argentina, sucedió un hecho insólito: el intendente de la municipalidad de San Isidro, Gustavo Posse, decidió edificar un muro (de cuatro metros de altura y 800 de largo) para que quienes habitaran en la municipalidad de San Fernando no pudieran cruzar los límites entre ambas demarcaciones. Esto, justificó Posse, se haría para abatir la inseguridad. Lo que en realidad intentó el citado intendente fue dividir la zona de pobres y ricos por una barda. Y es que del lado de de San Fernando hay un barrio popular (habitado en su mayoría por obreros) llamado Villa Jardín. En el lado de San Isidro se ubica la localidad de La Horqueta, donde viven los sectores más ricos y pudientes de la capital de Argentina. Así pues, se quiso construir una especie de Muro de Berlín.
La edificación de la obra causó indignación entre los habitantes de Villa Jardín, quienes con palas, picos, martillos y cinceles salieron a la calle y derribaron el citado muro. Lo hicieron porque, según pintaron en la derruida barda: "Somos iguales". Muchas autoridades argentinas censuraron el intento de Posse, incluso la presidenta Cristina Fernández de Kirchner criticó al intendente de San Isidro por la descabellada idea.
Lo interesante de este hecho insólito es la forma en que se intenta separar a los pobres de los ricos por un muro y cómo los pobres deciden erradicar esta separación a partir de la organización y de la fuerza. Es común que los ricos sean racistas y que discriminen a los pobres. Aquí en México lo vivimos a diario. Expresiones como "indio", "naco", "chusma", "güevón", etcétera, ilustran claramente esa concepción que muchos miembros de la clase alta muestran hacia quienes tienen menores recursos y no han podido cursar carreras profesionales o hacer viajes al extranjero. La discriminación se da en países como el nuestro y en lugares como Argentina. La cuestión es que muy pocos se atreven, desde el gobierno, a realizar una obra (un muro) que establezca espacialmente esa discriminación. En Argentina sucedió (y también sucede en México).
Pero en el caso argentino se dio una insurrección: varios vecinos de los barrios populares decidieron no dejarse, alzar su voz y tirar el muro. Lo hicieron armados de cinceles, palas y picos. Y lo hicieron porque fueron conscientes de la discriminación y de la falta de respeto que el intendente Posse estaba ejerciendo. Fue un acto supremo del pueblo, un acto de dignidad y un acto donde la igualdad (consagrada en la mayoría de las constituciones "democráticas" de América Latina) guió las acciones.
Acá en México hay cientos de muros. Por ejemplo, en Guadalajara, hay infinidad de "fraccionamientos" que están rodeados por grandes bardas para que la "chusma" no entre ni mire (solamente los trabajadores domésticos ingresan). Hay policías privados que vigilan las entradas y salidas de esos fraccionamientos. Hay muros grandes, infranqueables. E incluso hay mallas electrizadas para que quien se atreva a brincar los límites, muera, deje de respirar. Es la división del espacio citadino. El fraccionamiento más conocido de este tipo en Guadalajara se llama Puerta de Hierro. Pero hay muchos más.
Sin embargo, acá en México hay muy pocas protestas sobre estos cotos "privados". La gente no se alza ni dice nada. Y es que la construcción de estas edificaciones son muy parecidas (quizá peores) que el muro que intentó el intendente de la municipalidad de San Isidro en Buenos Aires. Los fraccionadores siempre se justifican con el mismo argumento: "es por la inseguridad existente". Pero dicho argumento, que quizá sea entendible, tiene abajo un telón de fondo: la inseguridad es alentada por las injusticias sociales y económicas.
Los muros que rodean las casas grandes y lujosas de los ricos son símbolos de la discriminación y del racismo. Quisieran los ricos hacer dos ciudades: una de "gente bien" y una de pobres: ¡que nadie se mezcle! Ojalá los miembros de la clase alta (que en general son quienes gobiernan) pensaran un poco más y tuvieran conciencia que la inseguridad es provocada por la desigualdad, esa desigualdad de la cual ellos son partícipes. Sin duda cabe preguntarse: ¿cuándo, aquí en Guadalajara y en México todo, el pueblo se armará de palos, picos y cinceles, y decidirá terminar de una vez por todas con esos muros que lo lastiman y discriminan?
La edificación de la obra causó indignación entre los habitantes de Villa Jardín, quienes con palas, picos, martillos y cinceles salieron a la calle y derribaron el citado muro. Lo hicieron porque, según pintaron en la derruida barda: "Somos iguales". Muchas autoridades argentinas censuraron el intento de Posse, incluso la presidenta Cristina Fernández de Kirchner criticó al intendente de San Isidro por la descabellada idea.
Lo interesante de este hecho insólito es la forma en que se intenta separar a los pobres de los ricos por un muro y cómo los pobres deciden erradicar esta separación a partir de la organización y de la fuerza. Es común que los ricos sean racistas y que discriminen a los pobres. Aquí en México lo vivimos a diario. Expresiones como "indio", "naco", "chusma", "güevón", etcétera, ilustran claramente esa concepción que muchos miembros de la clase alta muestran hacia quienes tienen menores recursos y no han podido cursar carreras profesionales o hacer viajes al extranjero. La discriminación se da en países como el nuestro y en lugares como Argentina. La cuestión es que muy pocos se atreven, desde el gobierno, a realizar una obra (un muro) que establezca espacialmente esa discriminación. En Argentina sucedió (y también sucede en México).
Pero en el caso argentino se dio una insurrección: varios vecinos de los barrios populares decidieron no dejarse, alzar su voz y tirar el muro. Lo hicieron armados de cinceles, palas y picos. Y lo hicieron porque fueron conscientes de la discriminación y de la falta de respeto que el intendente Posse estaba ejerciendo. Fue un acto supremo del pueblo, un acto de dignidad y un acto donde la igualdad (consagrada en la mayoría de las constituciones "democráticas" de América Latina) guió las acciones.
Acá en México hay cientos de muros. Por ejemplo, en Guadalajara, hay infinidad de "fraccionamientos" que están rodeados por grandes bardas para que la "chusma" no entre ni mire (solamente los trabajadores domésticos ingresan). Hay policías privados que vigilan las entradas y salidas de esos fraccionamientos. Hay muros grandes, infranqueables. E incluso hay mallas electrizadas para que quien se atreva a brincar los límites, muera, deje de respirar. Es la división del espacio citadino. El fraccionamiento más conocido de este tipo en Guadalajara se llama Puerta de Hierro. Pero hay muchos más.
Sin embargo, acá en México hay muy pocas protestas sobre estos cotos "privados". La gente no se alza ni dice nada. Y es que la construcción de estas edificaciones son muy parecidas (quizá peores) que el muro que intentó el intendente de la municipalidad de San Isidro en Buenos Aires. Los fraccionadores siempre se justifican con el mismo argumento: "es por la inseguridad existente". Pero dicho argumento, que quizá sea entendible, tiene abajo un telón de fondo: la inseguridad es alentada por las injusticias sociales y económicas.
Los muros que rodean las casas grandes y lujosas de los ricos son símbolos de la discriminación y del racismo. Quisieran los ricos hacer dos ciudades: una de "gente bien" y una de pobres: ¡que nadie se mezcle! Ojalá los miembros de la clase alta (que en general son quienes gobiernan) pensaran un poco más y tuvieran conciencia que la inseguridad es provocada por la desigualdad, esa desigualdad de la cual ellos son partícipes. Sin duda cabe preguntarse: ¿cuándo, aquí en Guadalajara y en México todo, el pueblo se armará de palos, picos y cinceles, y decidirá terminar de una vez por todas con esos muros que lo lastiman y discriminan?
jgnaredo@hotmail.com
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