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viernes, abril 11, 2008

Opinión - Jaime Preciado Coronado

Desencanto de lo público

Publico

Más allá del dramático lugar común, representado en el creciente desencanto frente a la política y los políticos, se va instalando entre nosotros una mezcla de descontento, rabia y hasta cierta dosis de impotencia frente a la gestión de lo público. El sociólogo Max Weber, concluyó que la naciente sociedad occidental del siglo pasado fue invadida por el hartazgo causado por el predominio de la esfera pública implicada en el capitalismo industrial, frente a lo cual la herencia de la reforma protestante ofreció un refugio; ante la demanda de mayor tiempo dedicado a la gestión social de lo público, aunada a la despersonalización producida por la sociedad de masas, la ética protestante enfrentó el “desencantamiento del mundo”, al que se refiere Weber, creando un nicho de protección privada de las libertades individuales, que despreció hasta el aborrecimiento la dimensión de lo público.

Nuestro desencanto en Jalisco y México ya alcanzó la esfera pública y penetra en los ámbitos económicos, políticos y culturales. Lo percibimos en una dinámica tendencia a la privatización de la vida social, de la base material en que se sustenta la vida pública. Como sociedad restamos crédito a la potencia pública. Mientras más privatizado sea el mercado, más se ofrece la reforma energética como solución al desencanto; mientras más protagonicen el sistema político los empresarios, estaremos en mejor camino; mientras la información y comunicación sean sometidas al interés privado de quienes enfrentaron exitosamente el desencanto con lo público, estaremos mejor protegidos. Paradójicamente, la mayoritaria Iglesia católica, a través de su jerarquía, está fomentando esa percepción de desencanto con todo lo que exprese el interés público, es decir de todos, y se propone como estrategia privatizar al Estado, nada más y nada menos.

Frente a tal “desencantamiento del mundo” (de lo público), el nicho de protección hay que buscarlo, ahora, en liderazgos mesiánicos cuyo carisma muestre que el self-made-man ofrece sentido para el futuro, que solamente la superación individual(ista) asegura nuestro bienestar. Vivir juntos solo plantea obstáculos pero no ofrece potencialidades a desarrollar. Por eso tienen respaldo George Bush y los predicadores de las iglesias mediatizadas y mediatizadoras en el mundo. Sin embargo, a diferencia de la ética protestante, heredera de tradiciones liberales individualistas, el predominio de la ética católica en México ofrece una herencia contradictoria, pues al mismo tiempo que se adapta al liberalismo privatizador cuando le favorece, perseveran valores colectivos que suponen la construcción de lo público en sus manifestaciones más cotidianas y trascendentales: el templo, la obra social, la salvación misma que es obra de todos; si no, ahí están los “pecados sociales” recientemente definidos por el Vaticano.

El predicador góber piadoso, pretende conquistar esa franja de ambigüedad que fragmenta a la ética católica: privatiza recursos públicos bajo el pretexto de fomentar la economía de mercado, alentar al turismo religioso y las obras de caridad de inspiración religiosa y simultáneamente, ofrece la privatización de la relación Estado-Iglesia católica, para obtener respaldos político-electorales, lo cual empieza a rendir sus frutos. Actores corporativizados por la jerarquía católica asaltan al ámbito público para legitimar la privatización. Monjas y curas blanden calcomanías facturadas en los Altos de Jalisco, que rezan: “SÍ al Santuario de los Mártires”, satanizando así a quienes nos oponemos, no a que construyan su templo, sino al uso de recursos públicos para fines privados, que quisieran hacer pasar como interés general. El asalto de lo público por esos actores crece. La Guardia Nacional Cristera pone sus milicias terrenales al servicio de la piedad privatizadora y aumenta la convocatoria a los desencantados de lo público. Hasta el Consulado estadunidense está preocupado por el abuso instrumental de la “ética católica” privatizadora.

• El autor es presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS)

japreco@hotmail.com

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