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martes, abril 29, 2008

El feudo

Rosario Ibarra
29 de abril de 2008
El Universal

¡Campo Militar Número Uno: cárcel clandestina! Así solíamos gritar frente a la puerta número 8 del fatídico feudo del Ejército mexicano, en reclamo de libertad para nuestros familiares desaparecidos...

En cientos de fotografías nos vemos señalando acusadoramente esa puerta, mientras gritábamos: “¡Aquí dentro están nuestros hijos!”. Sí, allí estaban, allí estuvieron, repartidos en diferentes lugares, según el criterio de sus ilegales carceleros.

Algunos, por un tiempo en la “barraca” a la que llamaban “El Acapulco”, porque decían que allí había muchos de Guerrero. Otros estaban “arriba de la biblioteca”, y otros más, en “el túnel del radio”, un sótano sombrío, con celdas pequeñísimas, que al correr de los años cambió su nombre por “el metro”.

Sobra decir que las condiciones de esas cárceles ilegales eran terribles, pero gracias a la lucha de miles de compañeros en todo el país, logramos liberar a 148 que nos dieron valiosos testimonios de lo que vieron y sufrieron en esos horribles lugares...

Me puse a pensar en todo esto (que nunca se borra de mi mente) por la noticia en la prensa de que condecoraron al general Mario Arturo Acosta Chaparro.

“El distinguido militar” (decía la nota) fue condecorado junto a muchos otros generales, por sus 45 años de servicio, y añadía la Secretaría de la Defensa Nacional en un comunicado: “ Con este acto, el personal de generales, jefes, oficiales y tropa del Ejército y Fuerza Aérea mexicanos reconocen y estiman el mérito de este selecto grupo de generales que son fiel testimonio de una vida de patriotismo, lealtad, abnegación, dedicación y espíritu de servicio a México y sus instituciones”.

No dudo que hay, ha habido y habrá militares que hayan visto transcurrir sus vidas cobijadas por las virtudes antes señaladas, pero ante la más leve sospecha de mentira, al igual que frente a las acusaciones terribles de violaciones graves a los derechos humanos de los mexicanos, suena a insulto a la inteligencia y a los sentimientos del pueblo el que se entregue presea alguna o se pronuncien las palabras que enumeran méritos que no se tienen.

La más somera lectura al Código de Justicia Militar obliga a los integrantes del Ejército a una conducta de rectitud y de respeto hacia la población civil.

Luego entonces, las actitudes contrarias, como lo sucedido el 2 de octubre de 1968 (entre otros muchos hechos funestos), la detención, tortura y desaparición forzada, el encarcelamieto de civiles en campos militares y bases navales, se torna una “política de Estado” (como suelen decir algunos estudiosos), o como lo entiende el pueblo, “lo ordenan los que mandan” o “son cosas del presidente”, y parece ser que la inteligencia de mi pueblo da en el clavo: el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, de acuerdo con “los que mandan”, impone a la milicia la deshonra de actuar contra la ley y la justicia, lo que se bautizó hace tiempo como “la obediencia debida”, hoy como ayer, entronizada en el feudo...

Dirigente del comité ¡Eureka!

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