A 16 años de las explosiones del 22 de abril
Jornada Jalisco
Parecía un día cualquiera, un día como todos los demás, con sus cuitas y sus felicidades, con sus desazones y sus sonrisas. Pero unos cuantos minutos marcaron para siempre a cientos de personas, a miles de jaliscienses. Varias calles del Sector Reforma explotaron, sí, estallaron con sus casas y su cemento, con su gente y sus negocios, con sus autos y sus postes de electricidad. Todo, de un momento a otro, se convirtió en caos: el infierno había llegado, raudo, a Guadalajara. Así comenzaba el 22 de abril de 1992.
Las autoridades quedaron estupefactas: no sabían qué responder, no acertaban cómo actuar, no hilaban argumentos coherentes para mitigar las críticas y el dolor de la población. ¿Qué pasaba? En las calles el cemento se mezclaba con la tierra y con los restos humanos. Imágenes dantescas se sucedían ante la mirada de los sobrevivientes, de los periodistas que comenzaban a llegar al lugar de los hechos, y de la sociedad civil que se echó en hombros las labores de rescate. Las autoridades seguían sin saber qué responder, cómo actuar, qué argumento esgrimir.
La lucha por el “control”, por la “vuelta a la normalidad”, se convirtió, por parte de la autoridad estatal, en la batalla más importante: “la situación está controlada gracias a la coordinación de todas las instituciones que están interviniendo en las labores de rescate”, sentenció Guillermo Cosío Vidaurri, entonces gobernador de Jalisco, a unas cuantas horas de las explosiones. La realidad, esa terca, verdaderamente terca realidad, indicaba lo contrario. En el lugar de las explosiones había lágrimas y muerte, había todo menos situaciones controladas. Los estallidos se habían dado y, con ellos, las defunciones, las casas derruidas, los ojos llorosos, las pérdidas y los llantos incontrolables: el dolor.
La noticia de lo sucedido en Guadalajara dio rápido la vuelta a México y se fue a pasear por todo el mundo. Periódicos como Le Monde, The New York Times y El País elaboraban crónicas de lo sucedido. El rotativo madrileño mencionaba en su edición impresa del 23 de abril de 1992: “Por lo pronto, los hospitales de Guadalajara se encuentran saturados. Apenas alcanza el personal médico para ofrecer los primeros auxilios”. Por su parte, el diario neoyorquino argüía: “el espectáculo en las calles da la impresión como si hubiera habido un bombardeo”.
¿Qué se pudo hacer?, ¿qué no se hizo?, ¿qué se hizo?
¿Las explosiones se pudieron evitar? Por supuesto. Si hubiera (y el hubiera –cómo duele decirlo– no existe) habido sistemas de detección de catástrofes: sí; si hubiera habido medidas cautelares en Pemex (que, al fin y al cabo, fue la culpable del desastre): sí; si hubiera habido atención de las autoridades, del SIAPA y de los municipios: sí; si hubieran actuado con responsabilidad las administraciones públicas: sí. Pero nada de eso hubo y lo que existió, al fin y al cabo, fue un desastre.
Se pudieron y debieron haber evitado las muertes, las lágrimas de las personas que perdieron a familiares, a amigos, a sus padres y sus madres, a sus hijos. Sí se pudo impedir. Un día antes, el 21 de abril, vecinos de la zona habían alertado de un insoportable olor a gasolina que salía de las alcantarillas. Llamaron aquí, allá y acullá: había desesperación. Nadie, sin embargo, los tomaba en cuenta, nadie las daba un poquito de atención. Algunos enviados de las autoridades locales (Bomberos y Protección Civil) fueron a ver qué pasaba, a explicar por qué olía tanto y tanto a gasolina. Pero nada, ninguna orden de desalojo, ningún diagnóstico del peligro inminente, absolutamente nada. Un silencio asesino. María González, afectada-damnificada, explicó el mismo 22 de abril a un periodista: “Desde ayer olía mucho a gasolina. Sí vinieron gentes del SIAPA a revisar las alcantarillas, incluso todavía en la madrugada, pero no nos advirtieron nada. Yo les dije anoche a mis hijas que había que rezar un rosario, no vaya a ser que no amanezcamos. Era de que nos hubieran avisado”.
Las autoridades querían controlar la situación y pasar rápido el trago amargo: eran ésas sus intenciones. Después de diez horas, en las calles Río Bravo, Río Rin y Salvador López Chávez, se intentó utilizar maquinaria pesada, esa que se lleva todo: sobrevivientes y muertos, casas y recuerdos. Pensaron, como suelen pensar muchas autoridades, que las cosas ya se habían normalizado y que no habría problema, que las esperanzas de encontrar a un familiar (ya fuera vivo o muerto) habían desaparecido. La gente intentó impedirlo, y lo hizo en varias zonas, pero conforme pasaban los minutos, las horas, los días, las ansias de las autoridades por borrar, de tajo, las escandalosas cifras de muertos, fueron incontrolables.
¿Qué nos queda del 22 de abril de 1992?
La sociedad civil en Guadalajara tuvo una eclosión el 22 de abril: hubo apoyo a los damnificados, presión hacia las autoridades e incluso manifestaciones. Fue un despertar, sin duda, de la ciudadanía. Pero poco a poco se fue apaciguando el clima de inconformidad. El gobernador en funciones se ausentó, pidió licencia, pero la estructura de la administración pública continuó intacta, el desprecio por el dolor de los damnificados no cambió un ápice: la insensibilidad continuó. Se presionó a los afectados por las explosiones para que aceptaran indemnizaciones y se callaran. Hubo disidentes y, como todo disidente, fueron perseguidos y amenazados. Incluso se llegó a la represión. El 31 de mayo, un mes después de la salida de Guillermo Cosío Vidaurri (que escapó raudo a Madrid), la gente salió a las calles y muchos damnificados se quedaron en plantón en la Plaza de Armas. A las 3:15 de la madrugada, cerca de 50 personas (pertenecientes a la policía estatal y bajo órdenes del nuevo titular del Ejecutivo estatal, Carlos Rivera Aceves) golpearon por igual a hombres y mujeres. Las buenas maneras de la autoridad para con quienes se manifestaban no variaron con el cambio de gobernador (ni han variado con la supuesta “alternancia”).
El 22 de abril es una fecha especial; sin embargo, hoy poco se le recuerda, algún homenaje quizá, un minuto de silencio, una misa, pero fuera de quienes perdieron sus casas, sus hermanos, padres, madres o hijos, y que lloran, porque el dolor sigue ahí después de los años, el olvido ha inundado a buena parte de la población jalisciense. ¿Qué significa hoy el 22 de abril? Hubo transformaciones, de ello no cabe duda. Unos años después se eligió para gobernar a Jalisco a un partido distinto al tricolor: ahora, en la entidad, no manda el PRI: el PAN ha permanecido en el poder estatal. Este organismo político, se ha repetido muchas veces, aprovechó las circunstancias (el 22 de abril, el rechazo al régimen autoritario del tricolor y la manera tan indecente de gobernar de la administración Cosío Vidaurri-Rivera Aceves) para ganar simpatías y hacerse del poder estatal. Se arguye que gracias a todo este resentimiento de la ciudadanía hacia el PRI, el PAN pudo acceder al gobierno y “conquistar” la alternancia. Quizá sea cierto, quizá no. Arriba las cosas cambiaron, arriba hubo transformación, aunque habría que pensar ¿qué cambio realmente se experimentó?
Pero abajo, ¿qué queda del 22 de abril? Ahora, a 16 años del desastre, en varios medios de comunicación hubo algunas voces que dijeron que la marcha del viernes 11 de abril en contra de la megalimosna hecha por González Márquez a la Arquidiócesis de Guadalajara fue muy grande, que no se había visto tanta gente manifestándose desde el 22 de abril de 1992. Mentiras: ha habido protestas bastante nutridas (la del 28 de mayo de 2004, por ejemplo), pero lo dicho, además de demostrar la falta de precisión de ciertos comunicadores, también nos muestra que queda algo del proceso social que inició el 22 de abril, pero, ¿qué queda?
¿Por qué el 22 de abril no produjo un cambio radical abajo, en la sociedad, en la forma en cómo ésta se organiza?, o si lo produjo, ¿cómo fue?, ¿qué tenemos hoy del 22 de abril? ¿Se formó una conciencia que ahora se puede observar?, ¿dónde? Hay muchas preguntas, interrogantes que van encaminadas a saber y entender el hoy a partir de explicarnos qué ha sucedido después del 22 de abril en la sociedad jalisciense. Es ya tiempo de buscar en esos escombros, de indagar e iniciar una interpretación de lo que sucedió, de lo que significó para miles de personas esa mañana en que, pasadas las diez, se experimentó el infierno en pleno centro de la ciudad de Guadalajara. Y, ¿por qué no?, es tiempo también de castigar a los culpables del desastre, de las muertes y los llantos, porque hasta ahora a nadie se ha castigado de una manera contundente.
::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Peje en 2008::
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