La suerte incierta del PRD.
Por : Miguel Ángel Velázquez.
* Soplan en su interior vientos de derecha.
* Un destino escrito con toda su tragedia.
El epílogo del PRD aún no se ha escrito. Los diagnósticos que se levantan sobre su futuro no son de lo más promisorios, pero todos, dentro y fuera de ese organismo, están de acuerdo en una cosa: su transformación es inevitable.
Lo más seguro, según se ven las cosas, es que el síndrome de la buena vida, es decir, el mercado como razón de vida y el consumismo como estrategia de justicia social, se apoderen de la próxima cupula perredista y el partido se lubrique entre arreglos que le permitan pervivir alimentado, eso sí, por el aceite que le proporcione el mejor postor.
La social democracia, que hasta la fecha no es más que otra de las caretas con las que engancha la derecha a sus cómplices, es la bandera que hoy ondea alguna clase de izquierda que ya se cansó de la lucha, y que no encuentra sentido al llamado de justicia social que se tenía, hace ya mucho tiempo, para ellos, como motivo esencial de su quehacer político.
Parece que el destino perredista se escribió con toda su tragedia desde hace ya algún tiempo. No obstante, se luchó, a veces hasta con la vida, para evitar que las predicciones lo alcanzaran. No obstante las puertas de salida, el escape se canceló entre la debilidad de sus más recientes dirigencias y la fuerza autónoma de sus corrientes. Chuchos y bejaranistas, la misma gata, se encargaron de hacer cumplir ese destino anunciado.
Y no hay confusión. Unos y otros representan los vicios más enconados de ese partido. El bejaranismo está marcado, para siempre, por el hierro de la corrupción, y no vale, esta vez, tratar de apostarle al olvido, porque nadie puede desechar el recuerdo, el show de la ambición que representó René Bejarano frente a las cámaras del corruptor Carlos Ahumada.
Por su parte, Nueva Izquierda, que lidera en la ciudad otro René, se ha significado por las críticas constantes al quehacer de Andrés Manuel López Obrador, pero sobre todo se le acusa de ser el cacique del partido, aunque este René no puede justificar el cacicazgo que ejerce.
Baste tener en conciencia que la delegación Iztapalapa es, por decirlo de algún modo, el patrimonio político de René Arce. Primero fue delegado, después heredó el puesto a su hermano, de distinto apellido pero con la misma sangre, y ahora prepara a su esposa para que tome las riendas de la demarcación.
Dicen algunos que en el caso de Nueva Izquierda se trata de hacer a un lado al líder –López Obrador– para que su lugar lo tome la tribu, lo que han olvidado es que, cuando menos en el DF, la tribu se llama René Arce, ya que no hay movimiento ni palabra que realicen sus huestes sin que antes reciban la aprobación de quien les tira línea.
Lo peor de todo esto es que no existe, eso debe quedar claro, ninguna corriente a nivel nacional que puede oponerse a los Renés, que de una u otra forma, ya sea uno o el otro, se apoderarán del partido.
Y lo más curioso de todo esto es que el muy pequeño grupo que tiene como mando a Marcelo Ebrard, se declaró, así parece, convencido, o vencido, por los Chuchos, donde milita Arce, y a punto de llegar a un acuerdo vergonzoso para Ebrard, pero conveniente para Nueva Izquierda, rumbo a la próxima convención perredista.
Pero hay más, si esa alianza se realiza –Chuchos y marcelistas– Ebrard ya no tendrá ningún argumento para sostener su no reconocimiento a Calderón, porque tanto unos como el otro son los enemigos más claros –eso lo sabe todo el mundo– de la Convención Nacional Democrática, y de la gente que en eso cree, por más que lo nieguen los mentirosos.
Aún no se sabe si Andrés Manuel López Obrador participará en la convención, pero hay quienes aseguran que sin la intervención del tabasqueño, la suerte del PRD estará echada... a la derecha.
* Soplan en su interior vientos de derecha.
* Un destino escrito con toda su tragedia.
El epílogo del PRD aún no se ha escrito. Los diagnósticos que se levantan sobre su futuro no son de lo más promisorios, pero todos, dentro y fuera de ese organismo, están de acuerdo en una cosa: su transformación es inevitable.
Lo más seguro, según se ven las cosas, es que el síndrome de la buena vida, es decir, el mercado como razón de vida y el consumismo como estrategia de justicia social, se apoderen de la próxima cupula perredista y el partido se lubrique entre arreglos que le permitan pervivir alimentado, eso sí, por el aceite que le proporcione el mejor postor.
La social democracia, que hasta la fecha no es más que otra de las caretas con las que engancha la derecha a sus cómplices, es la bandera que hoy ondea alguna clase de izquierda que ya se cansó de la lucha, y que no encuentra sentido al llamado de justicia social que se tenía, hace ya mucho tiempo, para ellos, como motivo esencial de su quehacer político.
Parece que el destino perredista se escribió con toda su tragedia desde hace ya algún tiempo. No obstante, se luchó, a veces hasta con la vida, para evitar que las predicciones lo alcanzaran. No obstante las puertas de salida, el escape se canceló entre la debilidad de sus más recientes dirigencias y la fuerza autónoma de sus corrientes. Chuchos y bejaranistas, la misma gata, se encargaron de hacer cumplir ese destino anunciado.
Y no hay confusión. Unos y otros representan los vicios más enconados de ese partido. El bejaranismo está marcado, para siempre, por el hierro de la corrupción, y no vale, esta vez, tratar de apostarle al olvido, porque nadie puede desechar el recuerdo, el show de la ambición que representó René Bejarano frente a las cámaras del corruptor Carlos Ahumada.
Por su parte, Nueva Izquierda, que lidera en la ciudad otro René, se ha significado por las críticas constantes al quehacer de Andrés Manuel López Obrador, pero sobre todo se le acusa de ser el cacique del partido, aunque este René no puede justificar el cacicazgo que ejerce.
Baste tener en conciencia que la delegación Iztapalapa es, por decirlo de algún modo, el patrimonio político de René Arce. Primero fue delegado, después heredó el puesto a su hermano, de distinto apellido pero con la misma sangre, y ahora prepara a su esposa para que tome las riendas de la demarcación.
Dicen algunos que en el caso de Nueva Izquierda se trata de hacer a un lado al líder –López Obrador– para que su lugar lo tome la tribu, lo que han olvidado es que, cuando menos en el DF, la tribu se llama René Arce, ya que no hay movimiento ni palabra que realicen sus huestes sin que antes reciban la aprobación de quien les tira línea.
Lo peor de todo esto es que no existe, eso debe quedar claro, ninguna corriente a nivel nacional que puede oponerse a los Renés, que de una u otra forma, ya sea uno o el otro, se apoderarán del partido.
Y lo más curioso de todo esto es que el muy pequeño grupo que tiene como mando a Marcelo Ebrard, se declaró, así parece, convencido, o vencido, por los Chuchos, donde milita Arce, y a punto de llegar a un acuerdo vergonzoso para Ebrard, pero conveniente para Nueva Izquierda, rumbo a la próxima convención perredista.
Pero hay más, si esa alianza se realiza –Chuchos y marcelistas– Ebrard ya no tendrá ningún argumento para sostener su no reconocimiento a Calderón, porque tanto unos como el otro son los enemigos más claros –eso lo sabe todo el mundo– de la Convención Nacional Democrática, y de la gente que en eso cree, por más que lo nieguen los mentirosos.
Aún no se sabe si Andrés Manuel López Obrador participará en la convención, pero hay quienes aseguran que sin la intervención del tabasqueño, la suerte del PRD estará echada... a la derecha.
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