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miércoles, agosto 29, 2007

Otra de minifaldas

Publico - Diego Petersen

Luis Enrique Gómez Espejel no puede decir que no sabía lo que estaba haciendo. Por menos que eso, el escándalo de las minifaldas de tiempos de César Coll llegó a la BBC de Londres en la sección de notas curiosas. Si en términos jurídicos y de derechos humanos se estaba metiendo en camisa de once varas, en términos políticos se estaba construyendo una tumba de minifaldas. Hay que reconocer que reaccionó bien: él mismo acudió a la Comisión Estatal de Derechos Humanos y echó para atrás medidas que eran por demás absurdas. Qué bueno.

Se puede pedir a la gente que vista de cierta manera mientras no se violen los derechos de otros y, sobre todo, no se incurra en estereotipos que se conviertan en acto de discriminación. Esto es, cualquier empresa puede decir aquí la corbata es obligatoria de lunes a jueves y el viernes cada quien como se le antoje, mientras no se salga de estos parámetros. Perfecto. Es una empresa privada y uno tiene el derecho de decidir trabajar o no bajo esas condiciones. Pero en el servicio público la cosa es distinta. Se puede acordar que la vestimenta sea más o menos de esta manera, pero no se puede obligar ni mucho menos castigar por cierto tipo de vestimenta. Lo más práctico en esos casos son los uniformes de trabajo, que eliminan cualquier posibilidad de interpretación.

Lo grave del reglamento propuesto por Gómez Espejel tiene que ver con aspectos de índole ideológico. Para ser claros, quiso implementar las medidas de la Universidad Autónoma en una oficina pública. ¿Quién dijo que los tatuajes no deben ser permitidos? A lo mejor al señor no le gustan, pero prejuzgar a alguien por estar o no tatuado es un asunto ideológico. Algunos usan corbata, otros tatuajes, discriminar por cualquiera de los dos motivos es una tontería. Lo mismo podemos decir de los pelos pintados o los maquillajes exagerados. Son una moda. ¿Quién dice que pintarse el pelo de rojo es distinto a teñirse las canas? Una minifalda puede ser la prenda más elegante o la más horrorosa, depende de quien la porte. En fin, si el señor quiere educar a sus hijas de cierta manera, tiene todo el derecho, pero ninguno a decirle a otros adultos, ciudadanos libres, cómo vestirse.

Lo peor del caso es que pareciera que les sobra tiempo. ¿A qué horas piensan en tanta burrada los funcionarios públicos?


dpetersen@publico.com.mx, dpetersen@publico.com.mx

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