Escenas Inquisitorias.
-Fragmento-
Por: Javier Mendoza.
Regresó Fernando a su cuarto, después de avisarle al Cardenal Grocio-Vitoria que se sentía un poco enfermo y que pasaría la tarde en su cuarto para tomar fuerzas. Había decidido, para no despertar sospechas, dejar todas sus ropas y pertenencias en el cuarto, y huir con Agostina ataviado solo con lo puesto. Se recostó en la cama y apenas había comenzado a entrar a su cuerpo un laxo adormecimiento, cuando oyó una algarabía compuesta por chillidos agudísimos y muchas voces apresuradas.
Salió de su cuarto para ver qué pasaba y vio a tres monjes viejos, de barbas blancas, que inútilmente trataban de dar alcance a un lechón, el cual asustado corría para un lado y para otro intentando salvar su vida. Sin participar directamente en la cacería, Fernando acompañó al grupo en la persecución. El lechón entraba por puertas providencialmente aparecidas a sus ojos, salía por huecos insospechados, se escurría de entre las manos de los monjes; zigzagueaba enloquecido. La caza del pobre animal terminó cuando entró a la capilla personal del Cardenal Arbués Tourricelli, y los tres monjes cercaron al puerquito en un rincón a un lado del altar.
Los monjes se abalanzaron sobre el aterrorizado lechón y éste, de una forma sorprendente, se encaramó primero a un pequeño taburete que había a su lado y de ahí, con sus fuerzas últimas, brincó extraordinariamente y aterrizó sobre el altar, tirando al piso los misales, crucifijos, imágenes santas y demás implementos sagrados que estaban sobre el altar. Por el impulso de su enjundioso salto, el animalito terminó cayendo también al piso. Pero no salió indemne de esa proeza -increíble para un puerco- pues al tratar enseguida de volver a correr ya no pudo hacerlo, debido a que tenía rota una de sus patas. Esto lo aprovecharon los monjes, que se abalanzaron sobre él, cayendo encimados los tres y aplastándolo rotundamente.
Cuando se incorporaron, quedó a la vista el pequeño animal con su cuerpo apachurrado, de cara al piso. Uno de los monjes, el que era un poco menos viejo, recogió al lechón y se lo cargó al hombro, mientras otro de ellos comenzó a hablar con Fernando, ya pasadas las carreras por atrapar a la presa. Le platicó que se llamaba Xavier Lull, que los tres eran religiosos de un monasterio dominico en Andalucía, y que habían llegado a Roma para asistir al proceso inquisitorial que le seguían a Juan de Ávila, Apóstol de Andalucía, el gran predicador y confesor privado del Rey Alfonso Manrique.
A Juan de Ávila lo acusaba el procurador Adriano de Utrecht, germano encomendado al Santo Consejo de la Inquisición del Reino de Aragón, quien sostenía que de Ávila era un místico "alumbrado" que se inspiraba en la suprema eficacia y sabiduría de su luz interior, despreciando y obscureciendo por ende la autoridad eclesiástica, lo cual sin duda era una herejía. Debido a la protección que Juan de Ávila obtenía del Rey Manrique, Utrecht no había podido continuar el proceso en la propia jurisdicción del Reino de Aragón, contando ya el estancamiento de ese juicio con más de dos años. Por eso la Casa Inquisitorial Aragonesa había decidido llevar la causa al propio Papa Sixto IV, para que interviniera en el asunto.
Ellos tres -le continuó diciendo-, así como un grupo numeroso de monjes dominicos, agustinos, jesuitas y de otras ordenes religiosas, creían ciegamente en la inocencia del predicador. Y muchos habían hecho el viaje hasta Roma para orar por él y apoyarlo, incluso con testimonios en su juicio, si el caso lo requería. Él y sus compañeros habían llegado hacía siete días, y su viaje había sido muy fatigoso porque habían cargado desde tierras andaluzas con vituallas y bastimentos, entre los que se encontraban tres lechones. Dos ya habían sido despachados por los propios monjes, y el tercero lo querían cocinar al estilo de sus lares -con olivo, albahaca y a fuego de leña en un pote de cobre- y obsequiarlo en una cena al Cardenal Arbués Tourricelli, fiscal papal que seguía el proceso de Juan de Ávila. La vianda sería el regalo ideal para que el enjuiciador se ahitara de gusto y se le esclareciera la razón. Así, comenzaron sin contratiempo los preparativos, mas cuando estaban en la cocina del Cardenal el porcino debió haber advertido su suerte, porque no bien le habían desamarrado las patas traseras se había echado a correr como poseído...y vaya que nos han costado sudores, saltos y carreras darle alcance, como Vos su merced ha visto.
El monje que le había venido platicando a Fernando sus razones y peripecias se detuvo, lo acercó hacia sí jalándolo del brazo, y dejó que sus compañeros se alejaran un poco para en voz baja decirle :
- Si su merced quisiera, en buen agrado le podría yo guardar un trozo de piernita de lechón. ¡ Los dos que ya nos hemos comido han estado deliciosos !
- Le doy las gracias, Xavier Lull, por esa gracia que me ofrece, pero no puedo aceptarla. Estoy pronto por partir de Roma… lo que me había traído aquí ya ha sido cumplido.
- ¡ Qué más replicar ! - dijo el monje- ¡ Vos su merced habrá de perderse un platillo digno no solo del Cardenal Arbués Tourricelli, sino del mismo Papa !
Dicho esto, el monje se retiró apresurando el paso para alcanzar a sus compañeros, y Fernando se dirigió a su cuarto y no salió de él hasta que la tarde ya casi terminaba de morir, con su último estertor de sangre tiñendo bastamente el cielo.
Mientras esto sucedía, Agostina había despertado de su inconsciencia en la celda donde la tenían recluida, un pequeño cuartito de escasos tres metros por tres, húmedo y pleno de insectos y alimañas; muy oscuro y con el aire tan enrarecido que respirar era sentir que se tragaba por la nariz más una pasta que un aire. Agostina se trató de incorporar y le dolió agudamente el brazo, que estaba sujeto a un brazalete con una cadena que llegaba a la pared. Se enderezó como pudo y se quedó quieta y aturdida. Lo oscuro que le rodeaba le llevó hasta sus oídos multitud de ruidos y voces :
- ¡ Ajú ! ¡ Ají ! ¡ Agua para beber ! ¡ Ajú ! ¡ Ají !
- ¡ Hiera La Santa ! ¡ Hiera Terrena ! ¡ Hiera de Luna ! ¡ Hiera… !
- ¡ Ozú…Ozú ! ¡ Erhál ! ¡ Orzal ! Que tengo miedo un carajo de orinar, porque debéis saber que puede volverse a producir un diluvio con mis meados ! ¡ Yo mismo soy un cuadro de misterio con formas de ángel … una mierda ! ¡ Hagan oídos, hijos de San Juan : todo es perfecto al salir de las manos del Hacedor ! ¡ Todo ! ¡ Pero igual todo degenera entre las manos del hombre ! - y la voz salía de un gordo rapado, que sin ropa alguna se agitaba en la celda que le había tocado, y caminaba lo que podía permitirle la longitud de su cadena, sintiendo que se desnudaba también de la boca y que sus dedos eran corazones o alcachofas o garfios o cuernos de caracol buscando un sol que sus protuberancias babosas sentían pero que no veían.
- ¡ Perote ! ¡ Ballesta, ariete y arcabúz ! ¡ Cofúz ! ¡ …fúz ! ¡ …fúz !
- ¡ Aguádebeber ! ¡ Agua ! ¡ Aguádebeber !
- ¡ Ardóz ! ¡ Ardóz des tynieles ! ¡ Cáberes dah leyt : Ardóz ! ¡ Ardóozzzzzz !
- ¡ Callaos, barraganes ! ¡ Callaos !
- ¡ Soy ! ¡ Soooyy ! ¡ Yo soy el agua ! …¡ Soy el agua ! …¡ El agua que mira ! … ¡ Moza bajo los estanques, chorro de cascada fría ! … ¡ Pastora con rebaños de agua ! ¡ Tormentas en melodía !… ¡ Soooyy ! ¡ Soy amante con pezuñas ! ¡ Yo soy hierba y medicina ! … ¡ Leñadora de serpientes, sangre seca en las heridas !… ¡ Soooy ! ¡ Soy tejedora de nubes ! ¡ Soooy ! ¡ Soy el agua ! ¡ El agua ! ¡ El aguaaaaaa ! - y la voz salía de una mujer flaquísima, que daba vueltas sobre su eje poniéndose la mano en la cabeza como si eso mismo la impulsara en sus giros, y que por dentro, en su mente, se sentía obligada a tener pensamientos que le decían cosas que no era suyas; palabras que venían de arriba el cielo; filos que cortaban su cerebro y emitían mandatos que le empujaban a hacer movimientos todo el día y toda la noche.
- ¡ Vela sin lumbre ! ¡ Podrida piel …! ¡ En los ojos ! ¡ …los ojos ! ¡ …los ojos !
- ¡ Tarsea ! ¡ Punto de monte ! ¡ Tarsea Alponte : el Ángel viene ! ¡ Viene !
- ¡ Lorelí… Lorelá ! ¡ Agua ! ¡ Agua ! ¡ Agualaralá !
- ¡ Callaos, barraganas !
- ¡ Ayyay! ¡ Ayyay! ¡ La gente me tira fuego al corazón ! ¡ Ayyay ! ¡ Ayyay! ¡ La gente me tira frío al corazón ! ¡ Es el Fuego Catarino ! ¡ Es el Hielo Catarino ! ¡ Me mandan dolor a la espalda ! ¡ Me esculpen dolor en los pechos ! ¡ Me aprietan zapagallos el cuello ! ¡ Ayyay! ¡ Ayyay! ¡ Me viola el Falo Cabrío ! ¡ Arateo de Capadocia …Arateo de Capadocia ! ¡ Vení por mí en la tarde fría ! ¡ Me viola el Falo Cabrío ! - y la voz salía de una muchacha que se subía las enaguas, se bajaba hasta los tobillos los calzones y en reversa, pasito a paso, reculaba dándose ella misma nalgadas como si azuzara a un caballo.
- ¡ Soy sola ! ¡ Sodoma ! ¡ Sableporra, Estanco, Jinete y Gomorra !
- ¡ El Ángel viene ! ¡ Viene ! ¡ Vie-ne ! ¡ V-i-e-n-e-e-e-e-e !
- ¡ Falo cabrío ! ¡ Fornicio ! ¡ Fornicio ! ¡ Falo-Falo-Falitofalo !
- ¡ Doncella ! ¡ Gentilhombre ! ¡ Hetaira de golpe y saña ! ¡ Tienen que esperarme porque ya voy a Su vera ! ¡ Gentilhombre ! ¡ Paje de paja ! ¡ Trueno en el trueno ! ¡ Esperadme ! ¡ Estoy muy animado y dentonces es cuando vuelo ! ¡Gallina, miel y cabeza ! ¡ Gallina, miel y cabeza ! - y la voz salía de un viejo que de tanto estar tumbado en el suelo de piedra, parecía más piedra que hombre; sólo movía los labios y eso nada más movía, pero los gritos que aventaba (con su voz ronca como reclamo de sapotoro) opacaba todos los demás gritos cuando los echaba de su boca, junto a escupidas y jadeos.
- ¡ Arateo de Capadocia ! ¡ Ararateo ! ¡ …teo ! ¡ …teo !
- ¡Gallina, miel y cabeza ! ¡ …miel y cabeza ! ¡ …y cabezaaaa !
- ¡ Callaos, barraganes ! ¡ Callaos !
Pequeño relato con motivo de los tiempos medievales que trata de instaurar el Yunque panista en Jalisco y -de ser posible- el país entero.
Salió de su cuarto para ver qué pasaba y vio a tres monjes viejos, de barbas blancas, que inútilmente trataban de dar alcance a un lechón, el cual asustado corría para un lado y para otro intentando salvar su vida. Sin participar directamente en la cacería, Fernando acompañó al grupo en la persecución. El lechón entraba por puertas providencialmente aparecidas a sus ojos, salía por huecos insospechados, se escurría de entre las manos de los monjes; zigzagueaba enloquecido. La caza del pobre animal terminó cuando entró a la capilla personal del Cardenal Arbués Tourricelli, y los tres monjes cercaron al puerquito en un rincón a un lado del altar.
Los monjes se abalanzaron sobre el aterrorizado lechón y éste, de una forma sorprendente, se encaramó primero a un pequeño taburete que había a su lado y de ahí, con sus fuerzas últimas, brincó extraordinariamente y aterrizó sobre el altar, tirando al piso los misales, crucifijos, imágenes santas y demás implementos sagrados que estaban sobre el altar. Por el impulso de su enjundioso salto, el animalito terminó cayendo también al piso. Pero no salió indemne de esa proeza -increíble para un puerco- pues al tratar enseguida de volver a correr ya no pudo hacerlo, debido a que tenía rota una de sus patas. Esto lo aprovecharon los monjes, que se abalanzaron sobre él, cayendo encimados los tres y aplastándolo rotundamente.
Cuando se incorporaron, quedó a la vista el pequeño animal con su cuerpo apachurrado, de cara al piso. Uno de los monjes, el que era un poco menos viejo, recogió al lechón y se lo cargó al hombro, mientras otro de ellos comenzó a hablar con Fernando, ya pasadas las carreras por atrapar a la presa. Le platicó que se llamaba Xavier Lull, que los tres eran religiosos de un monasterio dominico en Andalucía, y que habían llegado a Roma para asistir al proceso inquisitorial que le seguían a Juan de Ávila, Apóstol de Andalucía, el gran predicador y confesor privado del Rey Alfonso Manrique.
A Juan de Ávila lo acusaba el procurador Adriano de Utrecht, germano encomendado al Santo Consejo de la Inquisición del Reino de Aragón, quien sostenía que de Ávila era un místico "alumbrado" que se inspiraba en la suprema eficacia y sabiduría de su luz interior, despreciando y obscureciendo por ende la autoridad eclesiástica, lo cual sin duda era una herejía. Debido a la protección que Juan de Ávila obtenía del Rey Manrique, Utrecht no había podido continuar el proceso en la propia jurisdicción del Reino de Aragón, contando ya el estancamiento de ese juicio con más de dos años. Por eso la Casa Inquisitorial Aragonesa había decidido llevar la causa al propio Papa Sixto IV, para que interviniera en el asunto.
Ellos tres -le continuó diciendo-, así como un grupo numeroso de monjes dominicos, agustinos, jesuitas y de otras ordenes religiosas, creían ciegamente en la inocencia del predicador. Y muchos habían hecho el viaje hasta Roma para orar por él y apoyarlo, incluso con testimonios en su juicio, si el caso lo requería. Él y sus compañeros habían llegado hacía siete días, y su viaje había sido muy fatigoso porque habían cargado desde tierras andaluzas con vituallas y bastimentos, entre los que se encontraban tres lechones. Dos ya habían sido despachados por los propios monjes, y el tercero lo querían cocinar al estilo de sus lares -con olivo, albahaca y a fuego de leña en un pote de cobre- y obsequiarlo en una cena al Cardenal Arbués Tourricelli, fiscal papal que seguía el proceso de Juan de Ávila. La vianda sería el regalo ideal para que el enjuiciador se ahitara de gusto y se le esclareciera la razón. Así, comenzaron sin contratiempo los preparativos, mas cuando estaban en la cocina del Cardenal el porcino debió haber advertido su suerte, porque no bien le habían desamarrado las patas traseras se había echado a correr como poseído...y vaya que nos han costado sudores, saltos y carreras darle alcance, como Vos su merced ha visto.
El monje que le había venido platicando a Fernando sus razones y peripecias se detuvo, lo acercó hacia sí jalándolo del brazo, y dejó que sus compañeros se alejaran un poco para en voz baja decirle :
- Si su merced quisiera, en buen agrado le podría yo guardar un trozo de piernita de lechón. ¡ Los dos que ya nos hemos comido han estado deliciosos !
- Le doy las gracias, Xavier Lull, por esa gracia que me ofrece, pero no puedo aceptarla. Estoy pronto por partir de Roma… lo que me había traído aquí ya ha sido cumplido.
- ¡ Qué más replicar ! - dijo el monje- ¡ Vos su merced habrá de perderse un platillo digno no solo del Cardenal Arbués Tourricelli, sino del mismo Papa !
Dicho esto, el monje se retiró apresurando el paso para alcanzar a sus compañeros, y Fernando se dirigió a su cuarto y no salió de él hasta que la tarde ya casi terminaba de morir, con su último estertor de sangre tiñendo bastamente el cielo.
Mientras esto sucedía, Agostina había despertado de su inconsciencia en la celda donde la tenían recluida, un pequeño cuartito de escasos tres metros por tres, húmedo y pleno de insectos y alimañas; muy oscuro y con el aire tan enrarecido que respirar era sentir que se tragaba por la nariz más una pasta que un aire. Agostina se trató de incorporar y le dolió agudamente el brazo, que estaba sujeto a un brazalete con una cadena que llegaba a la pared. Se enderezó como pudo y se quedó quieta y aturdida. Lo oscuro que le rodeaba le llevó hasta sus oídos multitud de ruidos y voces :
- ¡ Ajú ! ¡ Ají ! ¡ Agua para beber ! ¡ Ajú ! ¡ Ají !
- ¡ Hiera La Santa ! ¡ Hiera Terrena ! ¡ Hiera de Luna ! ¡ Hiera… !
- ¡ Ozú…Ozú ! ¡ Erhál ! ¡ Orzal ! Que tengo miedo un carajo de orinar, porque debéis saber que puede volverse a producir un diluvio con mis meados ! ¡ Yo mismo soy un cuadro de misterio con formas de ángel … una mierda ! ¡ Hagan oídos, hijos de San Juan : todo es perfecto al salir de las manos del Hacedor ! ¡ Todo ! ¡ Pero igual todo degenera entre las manos del hombre ! - y la voz salía de un gordo rapado, que sin ropa alguna se agitaba en la celda que le había tocado, y caminaba lo que podía permitirle la longitud de su cadena, sintiendo que se desnudaba también de la boca y que sus dedos eran corazones o alcachofas o garfios o cuernos de caracol buscando un sol que sus protuberancias babosas sentían pero que no veían.
- ¡ Perote ! ¡ Ballesta, ariete y arcabúz ! ¡ Cofúz ! ¡ …fúz ! ¡ …fúz !
- ¡ Aguádebeber ! ¡ Agua ! ¡ Aguádebeber !
- ¡ Ardóz ! ¡ Ardóz des tynieles ! ¡ Cáberes dah leyt : Ardóz ! ¡ Ardóozzzzzz !
- ¡ Callaos, barraganes ! ¡ Callaos !
- ¡ Soy ! ¡ Soooyy ! ¡ Yo soy el agua ! …¡ Soy el agua ! …¡ El agua que mira ! … ¡ Moza bajo los estanques, chorro de cascada fría ! … ¡ Pastora con rebaños de agua ! ¡ Tormentas en melodía !… ¡ Soooyy ! ¡ Soy amante con pezuñas ! ¡ Yo soy hierba y medicina ! … ¡ Leñadora de serpientes, sangre seca en las heridas !… ¡ Soooy ! ¡ Soy tejedora de nubes ! ¡ Soooy ! ¡ Soy el agua ! ¡ El agua ! ¡ El aguaaaaaa ! - y la voz salía de una mujer flaquísima, que daba vueltas sobre su eje poniéndose la mano en la cabeza como si eso mismo la impulsara en sus giros, y que por dentro, en su mente, se sentía obligada a tener pensamientos que le decían cosas que no era suyas; palabras que venían de arriba el cielo; filos que cortaban su cerebro y emitían mandatos que le empujaban a hacer movimientos todo el día y toda la noche.
- ¡ Vela sin lumbre ! ¡ Podrida piel …! ¡ En los ojos ! ¡ …los ojos ! ¡ …los ojos !
- ¡ Tarsea ! ¡ Punto de monte ! ¡ Tarsea Alponte : el Ángel viene ! ¡ Viene !
- ¡ Lorelí… Lorelá ! ¡ Agua ! ¡ Agua ! ¡ Agualaralá !
- ¡ Callaos, barraganas !
- ¡ Ayyay! ¡ Ayyay! ¡ La gente me tira fuego al corazón ! ¡ Ayyay ! ¡ Ayyay! ¡ La gente me tira frío al corazón ! ¡ Es el Fuego Catarino ! ¡ Es el Hielo Catarino ! ¡ Me mandan dolor a la espalda ! ¡ Me esculpen dolor en los pechos ! ¡ Me aprietan zapagallos el cuello ! ¡ Ayyay! ¡ Ayyay! ¡ Me viola el Falo Cabrío ! ¡ Arateo de Capadocia …Arateo de Capadocia ! ¡ Vení por mí en la tarde fría ! ¡ Me viola el Falo Cabrío ! - y la voz salía de una muchacha que se subía las enaguas, se bajaba hasta los tobillos los calzones y en reversa, pasito a paso, reculaba dándose ella misma nalgadas como si azuzara a un caballo.
- ¡ Soy sola ! ¡ Sodoma ! ¡ Sableporra, Estanco, Jinete y Gomorra !
- ¡ El Ángel viene ! ¡ Viene ! ¡ Vie-ne ! ¡ V-i-e-n-e-e-e-e-e !
- ¡ Falo cabrío ! ¡ Fornicio ! ¡ Fornicio ! ¡ Falo-Falo-Falitofalo !
- ¡ Doncella ! ¡ Gentilhombre ! ¡ Hetaira de golpe y saña ! ¡ Tienen que esperarme porque ya voy a Su vera ! ¡ Gentilhombre ! ¡ Paje de paja ! ¡ Trueno en el trueno ! ¡ Esperadme ! ¡ Estoy muy animado y dentonces es cuando vuelo ! ¡Gallina, miel y cabeza ! ¡ Gallina, miel y cabeza ! - y la voz salía de un viejo que de tanto estar tumbado en el suelo de piedra, parecía más piedra que hombre; sólo movía los labios y eso nada más movía, pero los gritos que aventaba (con su voz ronca como reclamo de sapotoro) opacaba todos los demás gritos cuando los echaba de su boca, junto a escupidas y jadeos.
- ¡ Arateo de Capadocia ! ¡ Ararateo ! ¡ …teo ! ¡ …teo !
- ¡Gallina, miel y cabeza ! ¡ …miel y cabeza ! ¡ …y cabezaaaa !
- ¡ Callaos, barraganes ! ¡ Callaos !
Pequeño relato con motivo de los tiempos medievales que trata de instaurar el Yunque panista en Jalisco y -de ser posible- el país entero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario