Jorge Gómez Naredo
No me gusta la ciudad de Guadalajara: su frialdad me parece demasiado peligrosa. Hablo de la frialdad de sus muchas indiferencias, de su “me vale madre”, de su “ya protestando otra vez”, de su “ah estos nacos otra vez en la calle”. No me gusta eso de Guadalajara. Pero hay escenas, calles o edificios que me encantan, que me dan vida. Hay también personas que no dudaría un minuto en darles lo poco que tengo. Por eso mi relación con Guadalajara es extraña, paradójica. Hoy, camino al café a donde siempre voy, me di cuenta que la ciudad tiene mucho de paradójica, mucho de inentendible, mucho de inefable. Tomé una foto y al ahora revisarla, veo que hay varias Guadalajaras. Aquí dos de ellas: la de los autobuses y los autos y la de los caballos y las calandrias. ¿Cuántas Guadalajaras habrá?, ¿cuántas Guadalajaras estarán gritando y nosotros sin escuchar?, ¿cuántas Guadalajaras alzarán la voz este año que comenzará en pocos días? Ojalá muchas.
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