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viernes, enero 11, 2008

Opinión - Jorge Gómez Naredo

Artículo publicado en El Occidental, el 7 de enero de 2008.

¿Libertad de expresión?

Jorge Gómez Naredo

En México se habla mucho de libertad de expresión. Arriba, en las altas esferas del poder, se menciona y se arguye hasta el hartazgo que la comunicación libre se da, que no tiene vuelta de hoja y que no hay poder humano (ni político) que la detenga o impida. Los discursos de Felipe Calderón van en ese sentido: “hay libertad para decir lo que se quiere o lo que se deseé”. Sin embargo, la realidad, la terca realidad, nuevamente nos enseña que las cosas son distintas, que la retórica de los de arriba difiere de lo que en realidad pasa en medio y abajo.

Los de arriba conceptualizan a la censura como un hecho entre dos actores: a) el gobierno y b) el comunicador. Es decir, la censura, digamos, “tradicional”, en la cual desde una oficina gubernamental se manda a dos o tres esbirros para que golpeen, asusten o callen al periodista incómodo. Para los gobiernos (en especial los panistas y priístas) ésta es la única censura. Pero hay modos más sutiles, más delicados de censurar y el gobierno no es el único censor. Veamos con un hecho en concreto.

El viernes pasado, Carmen Aristegui, una de las mejores comunicadoras del país, seria, objetiva, imparcial y crítica, anunció que su informativo matutino (trasmitido en W Radio de lunes a viernes) salía del aire. Esto es censura, pues los comentarios y las informaciones dados por Aristegui siempre resultaron incómodos a quienes ahora detentan el poder.

La radioemisora W es propiedad del grupo Televisa y del consorcio mediático hispano Grupo Editorial PRISA. La censura, pues, provino de la misma empresa y no del gobierno directamente, aunque las presiones seguramente se dieron desde alguna oficina ubicada en Los Pinos. Y es que Aristegui nunca se calló nada, dijo lo que tenía que decir y durante cinco años fue una especie de isla entre tanto mar de desinformación.

Siempre trató de ser ecuánime y de darle voz a los que, en otras radiodifusoras, no tenían. Por ejemplo, Aristegui continuó entrevistando a Andrés Manuel López Obrador y a sus allegados; dijo lo que muchos medios de comunicación callaron acerca de los curas pederastas y de los encubridores de éstos (como el cardenal Norberto Rivera); habló largo y tendido de la “muerte por gastritis” de la anciana Ernestina Ascensión y de las violaciones a los derechos humanos que se cometían y se cometen cotidianamente en el país; además, claro está, le dio una cobertura crítica a la Ley Televisa cuando casi todos sus compañeros de empresa la alababan. Por eso Aristegui llegó a tener uno de los mejores ratings en radio. Se lo ganó a pulso. Esto seguramente incomodó a Felipe Calderón y a sus allegados. Y más cuando fue en el programa de Aristegui donde se dijo y se demostró que Hildebrando Zavala, cuñado de Calderón, tenía el padrón del IFE y había sido su empresa la diseñadora de los programas cibernéticos que después servirían para concretizar el fraude electoral de julio de 2006.

Cuando Felipe Calderón (ilegítimamente) asumió la presidencia de la república, Juan Ignacio Zavala, otro de sus cuñados, fue nombrado representante de los intereses del consorcio PRISA en México. Las presiones en contra de Aristegui se multiplicaron y se decidió sacarla del aire argumentando “no ser compatible [su programa] con el modelo editorial” de la empresa. Esto es censura. No se le puede llamar de otra forma.

Así pues, la censura, que dicen las autoridades panistas ya desapareció, en realidad continúa y está presente. Aristegui es un símbolo del periodismo comprometido y crítico, por eso se le sacó del aire, por eso no se le renovó contrato, por eso desde Los Pinos se instigó para que no continuara informando. La censura se da en México y es ejercida por los poderes político y económico. Así que la libertad de expresión y el acceso equitativo a los medios de comunicación es otra lucha que se debe dar, que se necesita enfrentar y que, por el bien del país, no se puede ni pensar en perder.

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