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domingo, abril 08, 2007

Opinión - Rosario Robles

Peligrosa intolerancia

Publico

Las ceremonias litúrgicas de la Semana Santa se han convertido en el espacio para que se amenace y hostigue a los legisladores que han sido partidarios de ampliar derechos a quienes son diferentes por sus preferencias sexuales, así como de impulsar una causal más para permitir el aborto. En un tono hosco, el jerarca de los católicos mexicanos arreció su ofensiva, aprovechando la presencia masiva de sus feligreses. Acusó a los diputados del Distrito Federal —promotores de estas iniciativas libertarias— de llevar a cabo “un embate implacable contra la familia al aprobar primero una ley inmoral llamada de convivencia que no tiene otro fin que la erosión del matrimonio y al proponer una ley inicua que pretende hacer legal lo que de suyo es absolutamente inmoral: la eliminación del niño en el vientre de su madre”. Una declaración que, a sabiendas de que sería pública, significa un espaldarazo a la millonaria campaña que seguramente se profundizará estos días contra los representantes populares de la ciudad. Algo muy grave si consideramos que se está utilizando a la religión, contraviniendo con ello a nuestra propia Constitución, para amedrentar y exponer a quienes han decidido reformar códigos civiles y penales, ellos sí en el marco de sus atribuciones y ejerciendo plenamente el poder que les confiere la única soberanía aceptable en este país: la que se sustenta en el voto ciudadano.

No se trata de discutir si estos señalamientos contradicen incluso las propias enseñanzas de la Iglesia católica, aunque habría mucha materia para eso. De ello ya se han encargado de manera brillante quienes conocen bien esos terrenos. La Asociación de Católicas por el Derecho a Decidir han sido la voz en esta dura batalla y a sus integrantes no les ha temblado la mano para señalarle a sus jerarcas que están obligados a aceptar las normas que se ha dado el pueblo, entre ellas la del respeto a la libertad de conciencia y políticas públicas laicas. El asunto estriba una vez más en defender la separación entre la Iglesia y el Estado, no a partir de un jacobinismo fanático, sino precisamente como un ejercicio de libertad y tolerancia tan necesario en asuntos que tienen que ver con la cosa pública. Porque los legisladores, independientemente de sus creencias y fe personales, lo único que han hecho es garantizar que nadie sea excluido y discriminado por su preferencia sexual, y con ello reconocido lo que es una realidad contundente, que no existe una familia, sino múltiples y variadas expresiones de la misma y que los derechos de sus integrantes tienen que ser garantizados por la ley.

En el tema del aborto, deseo utilizar la misma palabra (con sus sinónimos) que en su homilía usó el cardenal. Si hay algo inicuo es que las mujeres se mueran por interrumpir un embarazo en condiciones riesgosas e inseguras. Si hay algo perverso es que este carácter clandestino del aborto haya sido fuente de ganancias extraordinarias para quienes han hecho del mismo una industria. Si hay algo cruel es condenar a una mujer a la muerte o a la esterilidad por negarse a entender que se trata de un tema relacionado con la salud pública. Si hay algo infame es mantener una doble moral cuando en la propia Iglesia son conocidos los casos de los ahijados que viven en algunas parroquias, y de los abortos inducidos para encubrir que se rompieron los votos inexplicables del celibato o la castidad. Y si hay algo bajo es comparar el feto en el vientre, la madre con un niño o una persona con plenas facultades mentales y físicas y decir que el aborto es un homicidio. Pero el asunto va más allá. Al condenar en la misma homilía la pederastia, equipara esa infamia con las sociedades de convivencia o la interrupción del embarazo como si fueran lo mismo. Nada más falso. Una cosa es el derecho a decidir de las mujeres y el ejercicio pleno de los derechos sin excepción alguna, y otra muy distinta es utilizar una posición de poder (como ser sacerdote) para abusar y violar a niños absolutamente indefensos. Lo raro es que en este caso, muchos de ellos son protegidos desde los más altos niveles de la Iglesia, lo que resulta —ahí sí— ignominioso, maligno, inmoral e indigno. Es decir, inicuo.

rrobles@mileniodiario.com.mx

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