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lunes, abril 23, 2007

Crisis contemporánea.

Por: Ricardo Antunez.

Vivimos en una época marcada por una aguda crisis de innumerables mistificaciones. Valores, concepciones, idearios, todos ellos moldeados por manipulaciones que penetran con enorme intensidad en millones de conciencias y cuya finalidad es enmascarar la dimensión aguda de la crisis contemporánea. Dos de ella me parecen más nefastas y son justamente aquellas para las cuales las respuestas han sido absolutamente insuficientes, al menos cuando se piensa en las grandes mayorías trabajadoras.

La primera de ellas, responsable por la imagen que se propagó a partir del derrumbamiento del Este en 1989, con el desmantelamiento de la URSS y prácticamente de todos los países que comprendían el equivocadamente denominado "bloque socialista". La segunda, la creencia de la victoria del capitalismo, que habría creado con la derrota del Este, las condiciones para su "eternización".


Este ensayo pretende ofrecer elementos para la crítica de esas dos mistificaciones, y levantar al final, algunos de los desafíos más agudos enfrentados por el mundo del trabajo.


Comencemos por el Este europeo. El colapso vivido en 1989, no significó el fin del socialismo sino, más bien, la derrota de una tentativa iniciada en 1917 con la Revolución Rusa, pero que fue, poco a poco, siendo minada y subordinada a la lógica histórico-mundial del capital. Una revolución singular, que contaba con su expansión a Occidente para poder sobrevivir, tuvo un camino cortado, reduciéndose a una expansión hacia el Oriente, hacia los países atrasados de origen colonial. A pesar de sus rasgos internos anticapitalistas, como la eliminación de la propiedad privada, del lucro, de la plusvalía acumuladas privadamente, la lógica mundializada del capital (y del mercado), terminaron por sofocar a estos países poscapitalistas que vivieron, o viven, a partir de 1989, con la URSS al frente, un proceso de regresión al capitalismo.


El reino de la escasez, el atraso tecnológico, la permanencia de una división del trabajo que fue modificada sólo en forma limitada y parcial, la dependencia financiera creciente al capital internacional, son algunas de las muchas manifestaciones de creciente subordinación de los países del Este europeo a la lógica del sistema productor de mercancías a escala internacional. El caso chino, tan citado como ejemplo de la "persistencia del socialismo", es una clara expresión de lo que afirmamos arriba: está cada vez más articulado económica y externamente con el sistema productor mundial de mercancías, aunque fundado internamente en mecanismos de relaciones no capitalistas, garantizados por una autocracia partidaria y estatal de aspecto neoestalinista, lo que ha posibilitado hasta el presente el "éxito" económico de ese modelo.


Aunque habían roto internamente con elementos del capitalismo, los países del Este se mostraron incapaces de romper con la lógica del capital. Resultado: países dotados de insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, a pesar de haberse configurado internamente como poscapitalistas, fueron poco a poco siendo paralizados e incorporados por la lógica del capital mundializado. De modo que la tentativa de transición intentada al socialismo no fue capaz de romper la lógica del capital, constituyéndose en sociedades híbridas, ni capitalistas, ni socialistas -asemejándose en este particular a otros momentos de transición experimentados por la historia- y que en el presente viven una nítida regresión al capitalismo. De ese modo, un postulado esencial de Marx sobre la necesidad de una generalización de las revoluciones socialistas en un plano histórico-universal, y de la imposibilidad del "comunismo local" -fue confirmada y no negada con el desmoronamiento del Este europeo.


Por lo esbozado antes, se debe concluir que lo que se desmoronó con la URSS no fue el socialismo, sino una tentativa de transición que no pudo llevarse a cabo y que pocos años después de su inicio se le sumó otro elemento esencial, subjetivo, brindado por la barbarie estalinista, que dictatorialmente consolidó un "socialismo" que de hecho nunca existió.


La otra mitificación, aún más fuerte que la primera, es aquella que hace la apología del capitalismo, "eternizado" a partir del desmoronamiento del Este europeo. La derrota de aquél sería la consolidación de la victoria de éste. Al mismo tiempo en que esa proposición fuertemente diseminada, la crisis penetra en el centro de los países capitalistas, con una intensidad nunca vista anteriormente. Paralelamente a la globalización productiva, la lógica del sistema productor de mercancías acentuó con tal fuerza la competitividad intercapitalista que convirtió la búsqueda de la "productividad" y de la "modernidad", en un proceso autodestructivo que generó, entre otras consecuencias nefastas, la creación sin precedentes de una sociedad de excluidos, no sólo en los países del Tercer Mundo, sino también en el corazón de los países avanzados.


El salto tecnológico -del que es ejemplo el japonés seguido por el avance alemán- ocasionaron el desmontaje de innumerables parques productivos que no consiguieron acompañar la lógica perversa de la "productividad". De ese modo, algunos países capitalistas avanzados "tienden a imponer a la humanidad el más perverso tipo de existencia inmediatista, totalmente carente de cualquier Justificación en relación con las limitaciones de las fuerzas productivas y de las potencialidades de la humanidad, acumuladas en el curso de la historia". Esto se da porque el capital está totalmente desprovisto de medida y de un cuadro de orientación humanamente significativo; mientras que su impulso interior por la autoexpansión es a priori incompatible con los conceptos de control y límite...


Es por eso que corresponde a la línea de menor resistencia del capital, llevar las prácticas materiales de la destructivo auto-reproducción ampliada, al punto de hacer surgir el espectro de una destrucción global, en lugar de aceptar las requeridas restricciones positivas en el interior de la producción para la satisfacción de las necesidades humanas" (Mészáros, 1, Producción destructiva y Estado capitalista, Ed. Ensaio, 1989, págs. 20 y 102-103). Se consolida una lógica de la producción esencialmente destructiva, donde el valor de uso de las cosas es subordinado al valor de cambio.

Como resultado de eso, "el capital adquiere algunas nuevas potencialidades productivas, en la medida en que realmente no hay consecuencia alguna para su sistema y su tasa de uso, que caracteriza la relación del consumidor con un producto dado sea máxima o mínima. Esto no afecta en absolutamente nada a la única cosa que realmente le importa al capital" (Idem, 23). La consecuencia de esta lógica de la producción destructiva, desencadenadas en un contexto globalizado, son por demás evidentes: "Lo que marca la próxima fase (del capitalismo) es que regiones enteras irán quedando fuera, muriendo en su papel de regiones industriales porque sus industrias fueron derrotadas en la competitividad de los mercados y ya no pueden elevar el monetario para continuar en la corrida de la productividad" (Kurz, R., El Colapso de la Modernización, Paz y Tierra, 1993, pág. 208). Fenómeno éste que no se restringe a los países del tercer mundo industrializado e intermediario como Brasil, sino que penetra en países centrales, que están incapacitados para acompañar la carrera tecnológica. Inglaterra tal vez sea el caso más resonante. Estados Unidos siente directamente ese proceso, soportando hasta el presente en función de su expansivo mercado interno.

Japón y Alemania, los países considerados "victoriosos", tampoco tienen como escapar de esa lógica destructiva, una vez que están financiando "hace años y en dimensiones inimaginables, sus éxitos de exportación en los mercados mundiales, prestando a las economías de la OCDE que de hecho fueron derrotadas en la competencia, los recursos necesarios para continuar con la inundación de importaciones. Solamente por eso las economías perdedoras de la OCDE aún no tomaron el rumbo de las sociedades poscatastróficas del Sur y del Este, aunque a costa de haber acumulado verdaderas montañas de deudas impagables" (Idem, 213).

La experiencia reciente de los países asiáticos, como Corea, Hong Kong, Taiwan, Singapur, son irrealizables en países de dimensiones continentales; en su mayoría son pequeños países que ni siquiera consiguieron desarrollar su mercado interno y dependen directamente de Occidente para desarrollar su industrialización exportadora. De ese modo, no se constituyen en alternativas a ser seguidas y viabilizadas por los países continentales del Tercer Mundo. En ese sentido, la crisis que antes afectaba al Tercer Mundo, después de destruir el Este europeo, avanza en dirección al centro. La lógica desigual que configuró las relaciones entre países del centro y del Tercer Mundo penetra en el interior de Occidente.

La miseria presente en las grandes capitales, las altísimas tasas de desempleo, las desindustrialización de innumerables complejos productivos son algunas expresiones más visibles de la crisis aguda que marca la sociedad capitalista. En una conclusión, se puede decir que "Occidente se encuentra delante del mismo problema que ya redujo al Sur y al Este al estatus de grandes perdedores. Cuanto más disminuye la capacidad adquisitiva global de recursos de capital, real o productivo, en virtud de la destrucción a la que lleva la competencia, y cuanto más se intensifica la lucha entre los vencedores que van quedando, tanto más cerca del final tienen que quedar economías nacionales enteras en la carrera de la productividad, cayendo por debajo del nivel global de la rentabilidad alcanzada, aun dentro de la OCDE" (ldem, 210-211).

De modo que, de espectador privilegiado de la crisis del tercer mundo y posteriormente del Este europeo, el centro se transforma en el escenario principal, viviendo en su interior situaciones tan explosivas y críticas como aquellas que antes estaban reservadas al Sur. Enfrentamientos en huelgas, como la reciente paralización ampliada de los sindicatos europeos o la huelga de los metalúrgicos de la Alemania ex Oriental, de mayo de 1993, son apenas tímidas señales de lo que puede suceder en el centro nervioso del capital. Por todo eso, propagar la "victoria" del capitalismo en este contexto sólo puede ser entendido como el más brutal ejercicio de manipulación.

Todo eso posibilita, en este final de siglo "casi de las tinieblas", una real revitalización de la izquierda, renovada y radical, inspirada en valores del pensamiento de Marx, fundada en la-clase-que-vive-del trabajo, y por eso capaz de iniciar un proceso de construcción del socialismo, que dé inicio, de hecho, a una organización societaria emancipada, fundada en valores, que vayan más allá del capital, del mercado, del lucro, que posibiliten la existencia de seres sociales omnilaterales, "libremente asociados". Es, como se puede ver, un emprendimiento difícil y osado, para lo cual están imposibilitadas tanto la vieja izquierda de la era estalinista, como la izquierda socialdemócrata.

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