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martes, febrero 20, 2007

Un diálogo con Dios y un paseo con el Diablo.


Por Roberto Rosales

Diálogo con Dios.
A pesar de no considerarme una persona religiosa, y con el propósito de explicar mejor esta historia, he de confesar mi debilidad por un peculiar hábito espiritual. Como lo que algunos llamarían meditación, suelo ir ocasionalmente a iglesias a reflexionar. Esto prefiero hacerlo no durante el oficio de alguna misa, sino cuando la iglesia en cuestión se encuentra vacía. Cabe mencionar que los alcances de mi religiosidad no van más allá de una asistencia irregular a misas durante algunas de las celebraciones importantes dentro del catolicismo. Me atrevería, sin embargo, a afirmar que mi espiritualidad es mucho mayor que la de algunos asistentes regulares a las misas de todos los domingos.

Este ejercicio de meditación consiste en relajar mi cuerpo y mente para tratar de iniciar un breve "diálogo" con Dios. Esto desafortunadamente no lo consigo cada vez; me gusta imaginar que las veces que sí logro entablar dicho diálogo es por encontrarme en un estado necesario y suficiente de paz. Ésta para mí es una prueba más de que mis diálogos van más allá de la ilusión creada por mi propia imaginación. De cualquier manera, dichos diálogos me sirven para asentarme en lo espiritual y como ejercicio de relajación física y mental, dejándome en un estado interno de calurosa paz.

Comienzo dando gracias, cosa a lo que generalmente Dios no responde, sino es más que con un breve "¿qué no te he dado únicamente lo que has merecido?", o alguna frase parecida. Después procedo, mediante una serie de preguntas, a pedir consejo acerca de cómo actuar en las próximas dificultades que deberé enfrentar en mi vida diaria, pidiendo, para terminar, por mis seres queridos y el mundo en general. Las respuestas que escucho generalmente son concretas, objetivas y, ante todo, llenas de sabiduría. Tanto que muchas veces me hacen pensar que no pueden ser sino el producto de un verdadero encuentro "divino". Curiosamente Dios me responde casi siempre con otra pregunta.
Un día decidí tenderme a mí mismo una trampa, como un tipo de paradoja, para tratar de desenmascarar de una buena vez la naturaleza de mis diálogos con Dios.

Le pregunté, "¿Eres Tú el que responde a mis preguntas, o únicamente se trata de la ilusión creada por mi gran deseo de tener fe en ti?"
La respuesta vino como todas, inmediata y certera, "Si Yo soy tu creador, ¿qué no es lo mismo que las respuestas vengan de ti o que vengan de Mí?"

Desde entonces ya no me ha importado saber si mis "diálogos" son divinos o no.

Paseo con el Diablo.
Hace algunas noches tuve un "diálogo" similar, pero esta vez con otro ser. Sucedió mientras dormía.

Como esas veces en que el principio de un sueño no se recuerda y es nada más una nube blanca y gris, me encontré de pronto sentado junto a un tipo al cual nunca le pude ver el rostro. Iba bien vestido, manejando a peligrosa velocidad un auto deportivo gris con interiores negros de piel. Yo estaba en el asiento del pasajero con el cinturón de seguridad abrochado, temiendo que el conductor inevitablemente perdería el control del auto en cualquier momento.

La conversación que entablamos fue de la misma naturaleza que aquéllas que suelo tener a través de mis diálogos con Dios, aunque esta vez me sentía envuelto por una tensa atmósfera. Comunicándonos sin palabras, yo estaba seguro de que mi interlocutor podía leer mi mente, o peor aún, podía anticipar mis pensamientos antes de que yo mismo los formulara. Mi sentimiento no era de paz y serenidad, sino de una incómoda aprehensión.

"¿Puedes saber lo que pienso?", le pregunté sin hablar.
"Sí".
"Pero no eres Dios".
"Ya sabes que no", dijo sin voz.
"¿Quién eres y por qué puedes leer mi mente?", pregunté temiendo anticipadamente la respuesta.
"Soy lo que tú llamarías el Diablo..."
Entonces confirmé aquello que de alguna forma ya sabía: la causa de la pesadilla en que se estaba convirtiendo mi sueño.

Después de un breve silencio pensé, sin intención de que me oyera: "Para nosotros representas MALDAD, CRUELDAD, OSCURIDAD, todo a lo que tememos y despreciamos. Ni siquiera nos atrevemos a imaginarte demasiado por temor a que la simple idea que tenemos de ti por sí misma nos acerque más a donde habitas, aquello que llamamos el INFIERNO".

No contestó.

Al tratar de verle el rostro, una extraña situación me lo impedía. Al voltear a verlo, era como si su cabeza y la mía estuvieran conectadas por una invisible polea, haciendo que su cabeza girara en la misma dirección, hacia fuera de su ventanilla. Después de intentarlo un par de veces desistí para concentrarme otra vez en nuestra conversación. Una extraña nube gris como de ceguera le cubría la nuca y la cabeza.

"Tienes miedo", finalmente dijo.
"Claro que sí", pensé, tratando de inventarle algo para ocultarlo. Recordando que era imposible, le pregunté casi suplicando: "¿Deseas hacerme daño?"
"¿Tú qué crees?", dijo con sarcástica indiferencia.

En ese momento mi temor cedió a una sincera tristeza. Si podía leer mi mente, no habría razón por la cual él no podría leer la mente de todos los seres humanos, los cuales aunque le temían, le despreciaban y le negaban, como si fuera la única constante posible en todas las religiones. Ése es precisamente el motivo de su existencia, pensé.

"Pobre de ti", le dije.
Durante un brevísimo instante creí percibir tristeza en su silencio, casi lo suficiente para sentir compasión, pero inmediatamente vino la furia de sus palabras:
"¿Crees que me importa? Todos los hombres piensan tan altamente de sí mismos, pero no se dan cuenta de su propia naturaleza. Tú mismo dices que la única razón por la cual existo es para que ustedes me odien. ¿Quién me ha creado entonces?"
"¿Dios?", me pregunte a mí mismo y también a Dios.
Dios decidió no intervenir, mientras yo intentaba despertar del sueño. Como si mi última pregunta no se hubiera formulado, el Diablo continuó con elocuencia inmisericorde:

"Dios no contempló mi aparición al crear a los hombres; soy lo único en vuestro Universo que no tiene esa naturaleza 'divina'. Los hombres me han creado sin la ayuda de Dios. Les causo tanto temor no por lo que represento, sino porque se niegan a entender de dónde vengo. Me crearon casi por accidente, aunque en mí no exista nada que no sea parte de ustedes mismos. Me han descrito, entre otros ridículos intentos, como aquel ángel tan soberbio que se comparó un día con Dios, negándole su exclusividad creadora. No se dan cuenta que los únicos que han negado a Dios son ustedes al inventarme. Lo más irónico es que cuando se comparan con Dios, entonces sí piensan que son de su misma naturaleza. ¿Quién es entonces la criatura más soberbia en el Universo?"

"Finalmente me causa gracia recordarte que otra de las favoritas cualidades que me atribuyen es que ante todo soy un embustero. Decide por ti mismo qué tanto me importa saber si crees algo de lo que te he dicho".

Mi paseo terminó sin darme cuenta de cuándo se había detenido el auto. En medio de una transitada avenida bajé poco antes de despertar. Había entendido finalmente por qué es imposible ver el rostro del Diablo.

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