¡Cállate chachalaca!
Jornada Jalisco
En febrero, hace poco más de un año, fue cuando Andrés Manuel López Obrador emitió su famosa consigna de “¡Cállese chachalaca!”, dirigida al entonces presidente Vicente Fox, por la que fue duramente criticado y a la que atribuyen, sus detractores, como una de las causas para bajar su ranking en las preferencias ciudadanas y perder la elección presidencial de julio pasado.
Se trató, se dijo entonces, de una falta de respeto a la investidura presidencial. Nadie lo descalificó en su momento, ni Diego Fernández de Cevallos, que dirigía la Junta de Coordinación Política del Senado ni Manuel Espino, dirigente del Partido Acción Nacional (PAN), ni otros enemigos del Peje, porque se lo hubiera dicho al ciudadano Fox, sino porque se lo dijo al Presidente.
Ante las recientes declaraciones que ha hecho el ex presidente Fox, ahora de gira por el mundo “dando a conocer sus experiencias y los avances de México en materia económica y social, basados en una democracia sólida, con goce pleno de libertades y con una amplia visión de futuro” (tomada la cita de Internet del Centro Fox), valdría la pena preguntarse si el “cállese chachalaca” tendría vigencia hoy que ya puede ser visto como una persona común y si no pensará también Felipe Calderón, coincidiendo con López Obrador, que sería mejor que Fox guardara silencio. Cada que habla, más que ayudar mete en problemas al gobierno actual.
Es cierto que tiene salvado su derecho a expresarse, como cualquier mexicano y es libre de decir barbaridades, pero así como la investidura presidencial lo protegía para que no se le insultara, ahora él debería ser responsable, como ciudadano y ex presidente, de cuidar esa misma investidura y no hablar a la ligera. En la práctica política que hasta hace poco prevalecía en los ex mandatarios, después de su periodo se guardaba un respetuoso silencio y un protagonismo de bajo perfil a fin de no opacar a su relevo, al nuevo Ejecutivo, hecho implícito de un rito que reconocía que su tiempo –y el desgaste de la imagen que significa estar en los reflectores por seis años- había pasado.
Este valor entendido intentó variar, de alguna forma, con Salinas de Gortari, pero Ernesto Zedillo lo paró y le recordó que ya no se volverían a los tiempos del “maximato” (a la época de Plutarco Elías Calles) y él mismo, al término de su mandato, prefirió salir del país y ocuparse en trabajos ligados al sector privado trasnacional –con el que se mueve de manera cómoda-.
El “nuevo protagonismo” de los ex mandatarios, en parte, se explica porque ahora, al ser elegidos más jóvenes para el cargo, terminan su administración en una edad donde su experiencia y productividad aún es aprovechable y les cuesta trabajo pasar al retiro –quieren seguir haciendo grilla-; empero, lo importante es que hoy aprendan, con otras formas y “terapias ocupacionales”, a no hacer sombra a su sucesor y, con ello, meterle ruido a su liderazgo.
Lo que debe quedarles claro es que ya sin la protección de su cargo, sus actos –así como la valoración histórica de gestión-, si siguen siendo públicos, están expuestos al escrutinio popular, sobre todo si se involucran en campos donde su participación ha sido y es cuestionada socialmente.
Y en ese sentido, Vicente Fox sigue en campaña y diciendo sandeces o mentiras, como quiera verse. Nadie discute su derecho hablar, pero ahora que lo hace a titulo personal, muestra, de manera contundente, sus carencias intelectuales; ya no se trata de que su lenguaje coloquial le gane simpatías para sus encuestas de aceptación o para ganar votos, sino que exhibe las limitaciones que siempre tuvo como estadista.
A Washington, Fox fue a decir que utilizó su cargo, su poder, para intentar desaforar a López Obrador y evitar que llegara a ser candidato presidencial, pero no pudo por la presión política y social –“perdí”, aceptó- sin embargo se la cobró 18 meses después, en la elección presidencial apoyando, con todo, al candidato de su partido –“ahí gané”, dijo con cínico orgullo-, declaración que ahora tiene encendido al Partido de la Revolución Democrática (PRD), que quiere fincar cargos en su contra. Dicen que aclaración no pedida, relevo de parte: se evidenció, así, si hubiera dudas, que el famoso “complot”, del que se hizo escarnio hasta la saciedad de López Obrador, sí existió.
Lo declarado en Nigeria termina por confirmar que Fox no aprende ni corrige y hace recordar otro refrán: “el burro hablando de orejas”. Allá, en el colmo de la desvergüenza, fue a decir que un cuerpo electoral fuerte y justo “es la panacea de unos comicios exitosos”; ¡que hay que fortalecer al órgano electoral!, cuando él se lo pasó por el arco del triunfo y lo vulneró en su credibilidad, desde la forma de su integración –bipartidizada- hasta la dudosa actuación del IFE en el proceso electoral –sin frenar, de manera oportuna, la campaña negativa y las evidencias de injerencia del Ejecutivo en el proceso electoral-, pasando por su torpe manejo del conteo de votos en los distritos electorales y de la difusión de los resultados, dejándolo, con ese performance, herido de muerte: “Tras una elección muy ajustada fuimos capaces de hacer más fuerte a la democracia y también de reforzar nuestras instituciones electorales”, ¡qué tal!
Si algo faltara, afirmó que “la recuperación” de 72 años de retraso, por culpa de los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), se debió a su acertada gestión, “a las cuentas claras, la transparencia, la reducción en la tendencia al crecimiento poblacional y la participación en la economía global”. O sea, el maravilloso país que nos legó no sólo fue en materia democrática sino también económica, si no lo cree, aquí están estás perlas de testimonio: “es clave que los ingresos petroleros sean destinados a las mejores prioridades que el país tenga…participamos con fondos públicos en aquellas inversiones tanto como los inversores privados necesitaban para obtener un buen ingreso”, y gracias a los micro-financiamientos y los changarros creados en su gobierno “se combatió la pobreza e incrementó el ingreso de la gente sin formación”. Chulada de gobierno y de país ese Foxilandia que sólo existe en la imaginación (mercadológica) del ex mandatario.
Si algo le debemos, hay que reconocer, es que aprendimos qué es una Chachalaca –un ave cuya característica principal es emitir, en forma repetitiva, ruidos estridentes- y que se ha incorporado al argot y la fauna de la clase política. Si se quiere excluir el nominativo alguien tiene que parar al ex presidente.
No se vale que Fox que rebajó la investidura presidencial, que violentó la autoridad electoral, que aplicó las mismas recetas económicas neoliberales de los últimos 25 años –con resultados desastrosos en el desgarramiento del tejido social- nos diga ahora, sin autoridad moral, que a la democracia hay que respetarla y que se gobernó con la gente, cuando se reconoce que se subsidió al capital con recursos públicos y sabe que usó el excedente petrolero como gasto corriente. Foxilandia seguirá promoviéndose por el mundo mientras los mexicanos nos convencemos más, cada día, que, desde López de Santa Anna, la Presidencia no había sido tan trivializada. Luego nos quejamos de los presidentes bananeros de otros países; da pena ajena.
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