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jueves, febrero 22, 2007

Opinión - Jorge Souza Jauffred

La Feria

La Jornada Jalisco

Tragedia cotidiana, la esclavitud moderna de los mineros

Magnates sin freno moral ni económico

El 19 de febrero de 2006 la explosión que mató a 65 trabajadores en la mina de carbón Pasta de Conchos, en Coahuila, dejó al descubierto el estado de esclavitud moderna en que viven los mineros. Si bien el estallido ocurrió una sola vez, la miseria cotidiana de los mineros mexicanos se repite cada 24 horas y no tiene para cuando terminar. Desde el amanecer, medio millar de trabajadores se convierten en topos humanos y descienden por medio de malacates (una especie de plataformas-elevadores) a túneles saturados por polvo del carbón, diversos venenos minerales y el gas natural que surge como resultado del proceso de la extracción de los minerales valiosos.

A lo largo de una jornada que va de las ocho a las 12 horas, estos hombres conviven con la oscuridad y la piedra; en el interior de los túneles “hay ratas tan grandes como gatos y a veces muerden”, según un testimonio. Cuando termina la jornada ya es de noche. Los topos vuelven a ser hombres. Limpian sus negras caras y regresan a casa, casi siempre viviendas miserables. En ellas flota el olor de la mina. Hay un polvo negro que jamás los abandona; en el piso, en las paredes, en las sábanas está la huella de su trabajo cotidiano. Un baño no es suficiente para que su piel recupere el color original, sometido desde hace años a los colores oscuros de la mina.

La vida de estos hombres ha sido documentada por diferentes medios de comunicación, entre ellos The New York Times, en artículos que dejan al descubierto la tristeza de su existencia. Los cien pesos diarios que obtienen a cambio de arriesgar su vida cada día y de enfrentar enfermedades incurables, no alcanzan para una vida digna. La página que la empresa tiene en la Internet presume de que los sueldos son mayores al salario mínimo, que no llega ni a los 50 pesos diarios en la región. Por si esto no fuera suficiente, las enfermedades pulmonares son una constante; la muerte los alcanza antes de que cumplan 45 años, como si vivieran a principios del siglo. Las familias reciben una “ayuda” de la empresa cuando mueren sus padres, sus hermanos, sus hijos.

Muy diferente es la vida de los dueños de la Minera México (el Grupo México), para quienes trabajan estos condenados. Los socios de esta empresa, encabezados por la familia Larrea (Jorge y Germán) obtuvieron utilidades por 16 mil 500 millones de pesos en 2006; es decir, más de 45 millones de pesos de ganancias diarias. Lo suficiente para adquirir 450 casas de 100 mil pesos cada día del año; o para comprar 450 automóviles Platina cada día a lo largo de los 12 meses del año. Los Larrea se cuentan entre “los cien empresarios más importantes de México”, según diversas publicaciones financieras. Ellos visten de traje, no tienen las manos negras ni la ropa sucia. Desayunan, si quieren, en México y cenan en Nueva York. No hay límites. Ellos pertenecen a cierta clase empresarial mexicana que se siente orgullosa de proporcionar trabajo a quienes no lo tienen; de abrir fuentes de empleo, de aliviar el hambre, dicen.

De Germán Larrea Mota-Velasco, afirma orgullosamente la página virtual de Southern Copper: “se ha desempeñado como nuestro presidente de Directorio desde diciembre de 1999. Ha sido presidente de Directorio, presidente de la Compañía y director principal de Grupo México (holding) desde 1994. El señor Larrea ha sido presidente de Directorio y director principal de Grupo Minero México (división de minería) desde 1994, y del Grupo Ferroviario Mexicano (división de ferrocarril) desde 1994. También es director del Grupo Comercial América S.A., Grupo Bursátil Mexicano S.A., Bolsa Mexicana de Valores y Grupo Televisa, S.A. de C.V. Es hermano del señor Genaro Larrea Mota-Velasco...” etcétera, etcétera, etcétera y todo con mayúsculas.

“Color de sangre minera tiene el oro del patrón”

Los versos de la vieja canción de Atahualpa Yupanqui siguen vigentes en México, en donde cientos de miles de trabajadores de las minas, representados por líderes que se han enriquecido con esa representación, subsisten en la miseria. Para ellos no hay programa Oportunidades, ni otras posibilidades de vida que no sean la de seguir la senda de sus padres. Todo ello, en un marco de inseguridad y de necesidades económicas agudas.

Las medidas adoptadas por la empresa para protegerlos, ya se vio, no son suficientes para mantenerlos vivos. De acuerdo con los testigos de la explosión ocurrida hace un año, la acumulación de gas natural fue la causa del estallido que derrumbó paredes, túneles y pasajes en el interior, dejando atrapados a 65 mineros. Esta teoría, que la empresa aún no ha reconocido, da testimonio de que los sistemas de ventilación no son adecuados y que, además, los inspectores de la Secretaría de Trabajo no cumplieron con su misión de verificar las medidas de seguridad y reportarlas. Ya las autoridades tienen un puño de diez personas que serán enjuiciadas por la muerte de los 65 mineros. Lamentablemente, los chivos expiatorios serán algunos funcionarios menores de la empresa y algunos inspectores que tenían a su cargo la verificación de las normas de seguridad en los túneles de la mina.

Pero la peor tragedia es que una vez pasado el problema, los mexicanos nos olvidaremos de los mineros. El tiempo irá borrando el recuerdo de que en México existe la esclavitud disfrazada de trabajo. El recuerdo de que hay hombres que viven como magnates gracias a la vida que otros dejan embarradas en los socavones de las minas. No hay duda de que la canción de Atahualpa sigue siendo actual: “hay un asunto en la Tierra más importante que dios; y es que nadie escupa sangre pa´ que otro viva mejor”. No cabe duda que el viejo cantante indígena sabía de lo que hablaba. Y eso es todo por ahora, nos vemos mañana en esta Feria.

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