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domingo, febrero 25, 2007

Opinión - Victor Eduardo García

Escritos al caminar

El císnico cuello de Carlota y sus pendientes. En Noticias de El Imperio, Fernando del Paso propone aceptar a Maximiliano como mexicano. Gesto de buena voluntad ante la mexicana alegría de quien se hizo pintar vestido de charro. Soy Juarista, pero estoy de acuerdo. Toda mi vida me ha causado extrañeza la pretensión de instaurar, aquí, un imperio encabezado por un príncipe europeo. ¡Cámara que me cae que chale! Sólo la expresión del pintor de charros diablos en su bici, expresa la décima parte de la sorpresa que me causa tal episodio de nuestra Historia. Cómo pudo ocurrírseles. Qué poca fe en su nacionalidad o qué desprecio tan grande para ella… para ellos mismos. Caro le salió al país, pero más caro le salió a ellos. Tengan, para que aprendan. (Recuerden.) Iturbide, más turbado que ningún otro, antes intentó poner su imperio. Erigió entonces su monumento como protogorila militar latinoamericano. Si no fue el primero, si fue uno de los primeros milicos en hacerse del poder para oprobio de su patria, del continente, del mundo entero. Al cabo del tiempo Iturbide es un caso de muchos otros. Un caso de alarma por la frecuencia con que lo registra la historia. Diferente, caso único, Maximiliano es original y excéntrico. Nuestro príncipe idiota no era tan idiota. Liberal masón, su destino trágico hace que su caída se dé ante un ser antitético a sus orígenes. Le derrota un indio mortal. Pasa sobre su casta divina, desde la inflexibilidad heroica que dicta la igualdad de los humanos. El oaxaqueño, también masón y liberal, restaura la República. Consuma el acto con una triple ejecución, además del príncipe caen en el paredón dos de los traidores que promovieron su entronización y apoyaron su gobierno. Tan deslumbrante farsa, tragedia tan fastuosa, bien hubiera merecido una ópera de Tchaicowsky.

Según yo, Carlota se integra sin necesidad de invitación en el imaginario nacional. Adiós, mamá Carlota, narices de pelota. Icono siempre presente: Carlota sola, su quintaesencia, su pura imagen, su tragedia se oponen y continúan con la soledad de la trágica imagen quintaesencial de La Llorona, la legendaria; probablemente, la mítica chingada. Durante mis años de primaria, su retrato supera en mi percepción, la ternura del Ángel de la Guarda, el andrógino del puente colgante. (“¿Los va a tirar!” , pensaba temeroso uno de mis hermanos.) Carlota, a través de la pintura, es la ensoñación del deseo y la promesa del placer. Pintada sola, se excede a sí misma. El retrato transmite todo el universo de la aristocracia y todo el mundo interior de la Princesa. Adiós, mamá Carlota. ¡Mamacita! Pintada junto al marido, deja de ser ella para convertirse en su mujer: Su esposa abnegada, su mexicanita sumisa. Dejó todo y toda ella se puso a disposición de él, de su loca empresa. Ejerció temporalmente en la Ciudad de México el oficio familiar de gobernar. Lo hizo bien, tan bien, que Fernando del Paso la consideró en su novela (escrita antes de la construcción de los segundos pisos) como quien mejor había gobernado tal ciudad. Pero Toda Su Majestad fue reducida a la de un reina de carnaval. Qué tenía que hacer ella aquí, convertida en emperatriz usurpadora. ¡Ella! No sólo perdió todo, también se perdió a sí misma. Enloqueció. La chingaron. Por asociación recuerdo la palabra “çingada” del caligrama Carta Océano de Gillaume Apollinaire: (Llamaba al indio Hijo de la çingada.) Sin quererlo el poeta alsaciano, gloria de las letras francesas, determinó la ortografía exótica, a la italiana, de la palabra que define la condición fatal con que la Princesa concluyó sus días. ¡Ay, mis hijos!, grita la llorona desde el asesinato masivo que precedió la conquista y mantuvo la colonia. Desde algún recoveco de nuestro inconsciente histórico, así grita también la princesita que pretendió adoptarnos. ¡Ay, mis hijos! Pobre Carlota, repudiada por los mexicanos y abandonada por los europeos, la historia se convirtió en el limbo donde purga una condena por pecados que ella no cometió. Faltas ajenas la convirtieron por méritos propios en ejemplo de abnegación y nítida imagen de la chingada.

[Yo escribo al caminar, pero los acontecimientos (como en la canción de Timbiriche:) corren… vuelan… se aceleran… A continuación, una rápida reflexión a propósito de un tema antiguo como la humanidad y actual como nuestro presente.]

Chuecos y derechos. Si todos los humanos fueran derechos, ninguna falta harían los derechos humanos. La rectitud, equidad y bondad con que todos y cada uno de los hombres y las mujeres se desempeñarían a lo largo de sus vidas, haría que sus actos privados y públicos estuvieran guiados por el respeto a los otros. Este reconocimiento, necesariamente, salvaguardaría a la naturaleza y procuraría un uso racional de los recursos que ella nos ofrece. Si todos los humanos fueran derechos, tal vez no hubiera sido necesario que la especie creara el estado y todo el andamiaje jurídico que lo mantiene en pie y funcionando. Si así fuera, entonces ni siquiera fuéramos humanos. Seríamos una especie inimaginable, perfecta. Pero no es así. “Errar es de humanos”. Y es el error lo que ha determinado la historia de una especie desacomedida y egoísta, que evolucionó sin mayores consideraciones para sus semejantes y el planeta que creó las condiciones propicias para su existencia. Somos una especie, pero a ello anteponemos identidades (étnicas, culturales, políticas, económicas, religiosas…) que tienden no sólo a separarnos, sino a enfrentarnos los unos contra los otros. Dicen que eso es lo que justifica la existencia del estado, suprema institución responsable de velar por el bienestar de quienes lo componen; de protegerlo contra propios y extraños Dicen también que por eso, el estado es la única instancia a quien está reservado el uso de la fuerza. El poder del estado, así visto, se debe únicamente a la procuración y protección del bienestar ciudadano. Amparados por el estado, mujeres y hombres podrían dedicarse únicamente a vivir sus vidas, exentos de la preocupación de cuidarse de quienes, psicópatas, fuera de la norma, atentaran contra su feliz tranquilidad… pues contarían con la protección del estado.

Este ideal, que en algunas sociedades existe y forma parte de su cotidianidad, en nuestro país es sólo uno más de los espectros de la simulación. Así lo percibimos millones de mexicanos, quienes, día tras día y a lo largo de los años, hemos observado como el aparato estatal en lugar de funcionar para beneficio de la sociedad, es operado como una maquinaria inhumana, cuya capacidad es empleada para mermar las libertades del pueblo, frenar sus impulsos democráticos y escatimar los recursos materiales que deberían procurar su bienestar. Los hechos desencadenados a partir de la contienda por la presidencia de la República dan cuenta de ello. El golpe de estado electoral perpetrado desde las altas esferas del poder, no es sin embargo el último capítulo de esta lucha por sojuzgar a la patria y convertirla en una nación multitudinariamente pobre con unos cuantos privilegiados operando a su favor y del de quienes, desde la cúpula global, dictan las reglas del juego feroz del capitalismo neoliberal.

A raíz de su “triunfo electoral”, la derecha siente que el país le pertenece. Y se engaña creyendo que cuenta con la fuerza suficiente para pisotear los derechos humanos. Los espíritus de Miramón y Mejía cabalgan de nuevo nuestra historia. Dos son sus banderas: la del privatizador y la del represor. De ello da cuenta la pretensión de privatizar las industrias petrolera y eléctrica. En Jalisco, dos empecinamientos oficiales los delatan: La voluntariosa decisión de construir la presa de arcediano y la autoritaria propuesta para crear la policía secreta. Ciudadanos organizados, dignos representantes de la minoría actuante que mantiene viva la lucha por las libertades y los derechos humanos, hacen frente a tales actos de autoritarismo. La lucha es desigual. La derecha cree que ellos son los fuertes. Ilusos: tiene el poder, pero no tienen la razón. Aunque avancen hiriendo y causando daños, a la vuelta de la historia, van recular para lamerse las heridas. Así pasó después de la intervención.

Y así pasara después de la usurpación.
(VEG) notengomail69@yahoo.com.mx

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