Publicado en El Occidental, el 10 de diciembre de 2007.
El PRD y sus dilemas
Pensar a la izquierda en México es introducirse en un verdadero enredo, un camino de muchos vericuetos que, algunas veces, no tiene salida. Se supone que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) es el organismo político encargado de representar a las corrientes izquierdistas del país. Sobra decir que no lo hace o lo hace mal. Por eso hay muchas personas que prefieren alejarse del partido aunque se consideren de izquierda. Por eso también hay varios movimientos sociales que no reconocen al PRD como interlocutor, como aliado, como una formación política idónea para plantear cambios en este país.
El PRD como partido de izquierda actúa, muchas veces, como si fuera en realidad un organismo de derecha, preocupado e interesado más por los puestos públicos que pueda obtener a través de alianzas, digamos, “antinatura”, que por representar a los sectores menos favorecidos de la población mexicana. El caso de Jalisco es verdaderamente elocuente. No hay un partido fuerte que tenga ligas con la sociedad, que haga trabajo de base, que esté junto al pueblo. No lo hay y sí existe en su lugar un ente político dominado por sectores pragmáticos que piensan más en intereses particulares que en el beneficio de los electores.
No cabe duda que el 2006 significó, electoralmente, un éxito para la izquierda electoral. Se ganaron varias diputaciones y senadurías: la segunda fuerza en el poder legislativo. En la contienda por la presidencia de la República se perdió, pero no porque los electores hayan votado por Felipe Calderón, sino por una campaña de miedo en contra del candidato de la Coalición por el Bien de Todos y por un fraude electoral que ha sido elocuentemente explicado en la película de Luis Mandoki Fraude: México 2006.
El ex jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, tuvo el apoyo de amplios sectores de la sociedad que le dieron su voto y ello ayudó para que candidatos a senadores y diputados ganaran una curul. Sin embargo, al no respetarse el sufragio de los electores en las elecciones presidenciales, la izquierda electoral quedó en un grave dilema: por un lado no podía reconocer a quien se había robado la presidencia del país y por el otro tenía que coexistir con dicho gobierno (en espera de su caída).
El problema no es pequeño. Y menos si agregamos que muchos perredistas, tan dados al oportunismo y al pragmatismo, han decidido no solamente colaborar con Felipe Calderón, sino también minar la lucha que se formó después del proceso electoral de 2006 en torno a Andrés Manuel López Obrador. Ahora estamos viviendo los conflictos al interior de la izquierda electoral: por un lado políticos tradicionales en busca de ser considerados por la derecha como izquierdistas modernos y, por el otro, un movimiento social que a pesar de los ataques y de los errores de su líder, sigue vivo y con mucho por dar a este país.
En los últimos días se ha discutido el futuro de la izquierda y todo se ha basado en la figura de López Obrador. Dicho debate, sin embargo, no es lo primordial. Lo verdaderamente importante es reflexionar sobre cómo ha actuado la izquierda electoral. Para nadie es un misterio por qué López Obrador, a pesar de los ataques en su contra y del cerco informativo, sigue teniendo tantos seguidores: su congruencia y cercanía con la población es su fuerza.
El debate sobre si López Obrador sale o no el PRD parece ser uno más de los falsos predicamentos. Lo verdaderamente importante para reflexionar sobre la izquierda electoral debería ser discutir si el partido y sus miembros son los representantes de los amplios sectores de la sociedad que viven en la pobreza y que sufren, a diario, los lastres de la pobreza, la injusticia y la discriminación. Se habla mucho de AMLO, de sus virtudes y sus defectos, pero ¿cuándo se habla de la congruencia de muchos perredistas que anhelan ser denominados por la derecha y por los medios de comunicación electrónica “izquierda moderna y moderada”?
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