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jueves, abril 12, 2007

Opinión - Roberto Castelan

Lienzos corporales

Publico

El cuerpo sigue ofreciendo signos a la mirada”. Los signos que ofrece la violencia-espectáculo de las ejecuciones realizadas por el narcotráfico responden a un ritual humano que se manifiesta a través de toda la historia, con más o menos fuerza de acuerdo a las distintas épocas.

No son mensajes de violencia coyuntural. Aunque cueste trabajo creerlo, son parte de un ritual civilizatorio inherente a toda la especie humana. Son parte de los usos comunes del cuerpo a los que la humanidad les ha asignado distintas funciones rituales a través del tiempo.

“El castigo de un cuerpo, incluso ya privado de alma, es un castigo de una violencia eterna, la violencia del Infierno”.

Aprovechemos la flojera vacacional para sugerir, a través de algunas líneas, la lectura de los dos tomos del libro Historia del cuerpo, que aglutina trabajos de varios autores y editado en español por la editorial Taurus.

“Es típico de las muchedumbres, que se otorgan a sí mismas una representación sangrienta y que pretenden, por su resolución, demostrar la legitimidad de sus actos, disfrutar de su presunta eficacia y restablecer, mediante el castigo espontáneo, un equilibrio que consideran en peligro. Estas escenas dramáticas se alimentan de la imitación y del sentimiento de una amenaza oculta que lleva a un compromiso colectivo en el que se diluyan las responsabilidades.

“La masacre es una liberación violenta que en ocasiones tiene como fin inscribir en una realidad de la carne la existencia de campos imaginarios, precisar fronteras hasta entonces vagamente trazadas y activar deliberadamente ciclos vindicativos” [...]

“En general, los historiadores guardan silencio sobre el tratamiento dado a los cuerpos durante las revoluciones parisinas del siglo XIX. Todo se desarrolla como si hubieran estado allí en calidad de espectadores desmayados de horror, para hablar con propiedad. Este curioso rechazo, este extraño pudor parece insinuar que analizar las formas de masacrar o de exterminar implicaría hasta cierto punto que el historiador se involucra o siente placer con ello. Ocurre lo mismo con la historia de la transgresión sexual y de lo innoble. Sin embargo, el investigador, debido a esta ceguera que impone el sentimiento de horror, se priva de analizar lo que se dice en el paroxismo y lo que no se dice, o no se puede decir, en otro momento.

“En resumen, la mayoría de los historiadores han retrocedido ante la obscenidad”.

Los historiadores, sabrán aprovechar estos tiempos.

rcastela@cencar.udg.mx, rcastelan@milenio.com

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