El Occidental, 15 de abril de 2007
El sistema partidista en crisis
Jorge Gómez Naredo
No es secreto para nadie que el sistema de partidos está en crisis. En todo el territorio nacional la ciudadanía desconfía de los organismos políticos; el PAN, el PRI y el PRD, los partidos más importantes y con mejores posiciones en la estructura política, están corroídos por dentro. Las luchas internas son constantes y ello impide su buen funcionamiento. Pero eso no es todo. Los ideales para lo cual fueron creados se han olvidado rápidamente y más parecen agencias de colocación que organismos en busca de asumir el poder para beneficiar a la sociedad. Muchos militantes cambian de partido cuando las circunstancias lo ameritan, pues buscan continuar en el presupuesto público, obtener mejores beneficios personales o grupales y, en el peor de los casos, inmunidad para no enfrentar procesos penales. Los principios ideológicos quedan en el olvido. El caso de Demetrio Sodi es ejemplar, del PRI pasó al PRD y terminó, después de haber sido senador por este último partido, luchando por la jefatura de gobierno del DF bajo las siglas del PAN.
El PT, Verde Ecologista, PASC y Convergencia, los llamados partidos pequeños, buscan por todos los medios posibles realizar alianzas para no perder el registro y seguir subsistiendo con el presupuesto público. No les interesa el bien de la ciudadanía, sino lograr más posiciones políticas y obtener mayores recursos.
La crisis abraza a todos los organismos políticos y ninguno se salva. Ello pone en peligro los pocos avances democráticos logrados en el país. A partir del fraude electoral en julio de 2006 y de la usurpación de Felipe Calderón de la presidencia de la República, la crisis de partidos se generalizó.
En el caso del PAN hay una división marcada: por un lado se encuentra el grupo encabezado por el presidente del partido, Manuel Espino, junto con Vicente Fox y Santiago Creel. Por otro lado está el abanderado por Felipe Calderón y Francisco Ramírez Acuña. Hay una lucha constante entre ambas facciones. Calderón no puede “gobernar” con independencia porque llegó al poder gracias a las argucias de Fox y a la ayuda recibida por empresarios corruptos. Está por todos lados maniatado. Solamente se unen los grupos panistas para acciones como, por ejemplo, la privatización de PEMEX y de la mayoría de los recursos energéticos del país.
El PRI, por su parte, vive una de sus peores crisis. Los gobernadores y diputados que están electos bajo sus siglas venden su apoyo al mejor postor. En las pasadas elecciones lo vimos claramente, pues varios de ellos auxiliaron (con todas las argucias características del PRI de antaño) a Felipe Calderón. Es un partido en crisis total, sin identidad, oportunista y con militantes como Ulises Ruiz, Mario Marín (el afamado gober precioso) y Arturo Montiel, todos envueltos en casos de corrupción.
El PRD, el partido que supuestamente defiende los valores de izquierda, ha sido secuestrado por el oportunismo y ya no importan, en muchos de sus dirigentes, los principios de justicia y de igualdad, sino simple y llanamente conseguir más posiciones políticas. Sus partidos locales (estatales), se venden al mejor postor y no hay rubor para, por ejemplo, postular a cargos de elección popular a derechista recién salidos del PRI o del PAN.
El verdadero problema de esta crisis del sistema partidista en México es el desánimo que produce en la sociedad todo lo relativo a los asuntos públicos: el quehacer político se ve desacreditado y al “político” se le observa como un personaje corrupto, que solamente busca su bienestar personal y que poco o nada le importan la sociedad, los electores. Por otro lado, la falta de credibilidad en los partidos políticos hace inoperante una democracia; “¿votar por los mismos ladrones?”, es una pregunta constante de muchos millones de mexicanos.
Si no se hace un análisis profundo y crítico del sistema partidista por parte de la sociedad y de los mismos partidos, la democracia (tan golpeada por el fraude electoral de julio de 2006), está condenada a morir o a vivir siempre en la simulación. Y tendremos que soportar, como hasta ahora, una televisión que nos dice: “sí hay democracia”, y una realidad que nos recuerda, tan terca como es, que el sistema político mexicano es una farsa, una más en este país kafkiano.
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