La Jornada Jalisco 01/04/2007
Iglesia y gobierno panista: guiños y abrazos
Jorge Gómez Naredo
El tema de la separación del poder civil del religioso se ha vuelto a plantear en estos últimos días. Desde las pasadas elecciones del 2 de julio, cuando en miles de parroquias se hizo abierta campaña a favor de Felipe Calderón y en contra de Andrés Manuel López Obrador, el tema de la injerencia de miembros de la iglesia católica en asuntos políticos se comenzó a cuestionar en varios sectores de la sociedad mexicana.
La muy probable aprobación de una ley para normar el aborto en la ciudad de México ha sido, sin duda, un buen pretexto para que la iglesia católica se manifieste abiertamente y, también, para ocultar los casos de pederastia de ciertos clérigos. Pero la injerencia no comenzó con la propuesta presentada a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Desde tiempo atrás se ha iniciado un acercamiento entre el gobierno panista, de derecha, y los grupos más radicales de la iglesia católica. Ejemplos hay muchísimos: durante las acostumbradas homilías dominicales celebradas en la catedral de la capital de la república, Norberto Rivera constantemente se refería a temas netamente políticos, además de marcar la postura de la iglesia ante, por ejemplo, las campañas de odio realizadas por el PAN en contra del ex-candidato de la Coalición por el bien de todos. Cualquier asunto de interés público era comentado por el purpurado, sin importar que fuera un asunto político.
La propuesta para legalizar el aborto ha desatado una embestida por parte de la iglesia católica y de ciertos grupos conservadores contra todo aquel que se manifieste a favor de ella. Obispos, arzobispos y cientos de párrocos han iniciado una campaña frontal para impedir, por todos los medios posibles, que una mujer tenga el derecho de decidir sobre su propio cuerpo. No se han escatimado recursos e incluso se han contratado espacios en televisión para realizar propaganda en contra de la iniciativa presentada en la Asamblea del Distrito Federal por la bancada del PRD.
Esta discusión nos ha mostrado hasta qué punto la iglesia católica tiene vínculos con el gobierno panista: Felipe Calderón hizo público su rechazo a la iniciativa y se ha manifestado renuente a cualquier legislación relativa al aborto. Francisco Ramírez Acuña ha hecho lo mismo y muchos otros funcionarios federales lo han secundado. ¿Acaso en México no se tiene una separación clara de las labores del gobierno civil y de la iglesia católica? Parece ser que esto se ha ido eliminando a partir de la llegada de los panistas al poder.
En Jalisco, por ejemplo, la influencia de Juan Sandoval Íñiguez es inmensa. Toda declaración hecha por el purpurado es tomada en cuenta en la mayoría de los medios de comunicación; los funcionarios públicos lo consideran un “líder” y es, para muchos políticos jaliscienses, un personaje “no criticable”. El pasado miércoles, en la celebración de su cumpleaños 74, buena parte de la clase política estatal estaba ahí, presente, demostrándole su adhesión y su acercamiento ideológico. Estaban, ni más ni menos, Emilio González Márquez y Fernando Guzmán Pérez Peláez, los dos hombres más importantes en la jerarquía gubernamental de Jalisco. También había empresarios, alcaldes, diputados y un sinnúmero de “personalidades” más. Y por si esta muestra de relaciones estrechas entre la iglesia y los funcionarios públicos del estado fuera poca, en días pasados en el Congreso del Estado se declaró el 25 de marzo como el día estatal “del Niño y la Niña por nacer”, deslindándose así de la legalización del aborto y exhibiendo lealtad y sumisión al pensamiento de Sandoval Íñiguez (que catalogó la ley para normal el aborto como un “asesinato”). ¿Dónde está, pues, la separación de la iglesia y del estado?
Los gobiernos panistas, para justificar esta cercanía con la iglesia, inventan efugios y buscan relacionar el “sentir ciudadano” con el “sentir religioso”, tratando de hacer una mismo cosa de ambos. Queda claro que ciertos miembros de la iglesia tienen una influencia inmensa en los funcionarios públicos: ahí están los casos de Onésimo Cepeda, Norberto Rivera y, claro, del cardenal Juan Sandoval Íñiguez: los tres acostumbrados a recibir honores de la clase política mexicana.
La historia de México nos muestra que las relaciones entre el poder civil y el religioso siempre han sido conflictivas. Durante el siglo XIX se logró, a través de sangre y guerra, la separación entre iglesia y estado, ¿por qué ahora, con el PAN en el gobierno, se quiere regresar a ese pasado?, ¿acaso no se ha entendido que en México el estado es laico? A Felipe Calderón, Francisco Ramírez Acuña, Emilio González Márquez, Fernando Guzmán Pérez Peláez y a cientos de panistas y priístas se les debe recordar que el estado precisa guardar su distancia de la iglesia porque, si no se hace, además de regresar a regímenes autoritarios (que se dicen democráticos), retornaríamos también a una especie de segunda Edad Media “moderna”, con la televisión y la extrema derecha católica decidiendo qué se puede y qué no hacer. No nos podemos dar ese lujo, el peligro acecha.
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