Dados como somos los mexicanos a deificar a nuestros muertos, no acaban de registrarse en toda su magnitud e implicaciones políticas e institucionales la ceremonia realizada en el Campo Marte el 6 de noviembre.
Para empezar es preciso poner a salvo el derecho pleno del señor que se declaró “amigo entrañable” de Juan Camilo Mouriño Terrazo a realizar en términos estrictamente personales el tipo de funeral y duelo que mejor convenga a sus sentimientos y afectos.
Otra cosa y muy distinta es que como titular del Ejecutivo federal montó un funeral de Estado, al que por cierto se prestó toda la autodenominada clase política, con sus afortunadas excepciones que confirman la facciosa conducta.
Los tres poderes de la Unión y los tres niveles de gobierno, los personajes más representativos de los poderes fácticos, excepto el narcotráfico con sus jefes operativos emblemáticos aunque sí acudieron señalados presuntos lavadores y capos financieros, pasaron lista de presente en número de mil 600 para testimoniar los afectos personales, privados, del principal inquilino de Los Pinos.
Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa hizo honor a su nombre bautismal –aunque él y sus cuates del grupo gobernante lo ocultan de manera vergonzosa--, con una pieza oratoria que incluyó arrebatos de homilía, pasajes de carta íntima al amigo y grotescas --pero no por ello menos peligrosas-- descalificaciones a los críticos –calumniadores les llamó-- que tuvo en vida Mouriño Terrazo en el multiplicado movimiento social y ciudadano, el periodismo, la academia y por supuesto que en Acción Nacional, cúpula partidaria que hipócritamente le lloró como Magdalena, pero que intensificó el fuego amigo desde el pasado 15 de enero que el secretario de 37 años ocupó el principal despacho del Palacio de Covián y su meteórica carrera política y la precandidatura presidencial empezó a consumir ríos de tinta y adquirió mayores decibeles
Es del conocimiento público que los planes políticos e institucionales, personales y de grupo de Felipe del Sagrado Corazón de Jesús para su entrañable Juan Camilo eran muy distintos a que permaneciera al frente de la Secretaría de Gobernación.
Proyectos que de ninguna manera se pueden quedar aparte de estas líneas porque muestran la doblez del grupo en el poder, Calderón Hinojosa utilizó 50 palabras o expresiones para hacer el retrato del madrileño de origen gallego, formado en la capital de Campeche y que junto al retratista de Morelia, Michoacán, crearon la división política más profunda padecida por el electorado mexicano.
Patriota, visionario, principista, estratega, promesa, eficaz, dialoguista, leal –mencionada cinco veces por Calderón acaso porque fue la que más le benefició--, inteligente, visionario, amoroso (con México), sensible, político de nueva generación… Le faltaron adjetivos al orador que confundió a su Iglesia y a su amigo con sus obligaciones para con todos los mexicanos, incluidos los heridos y muertos que provocó el Learjet 45, matrícula XC-VMC, a los que visitó Margarita Zavala Gómez del Campo tres días después de la tragedia, seguramente nada más para tomarse la foto.
El intolerante discurso, homilía y epístola de Calderón Hinojosa no parece tener precedente en su actividad oratoria como titular del Ejecutivo. Y por ese simple hecho es harto ominoso porque muestra en su verdadero talante al hombre que frente a una pérdida dolorosa que lo agobia, se obnubila y pierde la capacidad para hacer las distinciones básicas y respetarlas entre el Estado, el gobierno, las iglesias y la amistad.
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