El intento de cambiar la correlación de fuerzas en Honduras le ha costado a Manuel Zelaya la expulsión del país; le pudo costar también la vida. En el pasado la oligarquía dominante de este país centroamericano no ha dudado en sacrificar vidas humanas para preservar el status quo.
Ryszard Kapuscinski, describiendo las causas de la guerra del futbol
–breve, pero sangriento conflicto entre El Salvador y Honduras en julio de 1969, durante las clasificatorias al Mundial en México 70–, esbozó un retrato de ambos países dominados por elites terratenientes. Éstos, al no poder resolver el problema de los campesinos sin tierra, con la ayuda del nacionalismo futbolero canalizaron las tensiones sociales a una guerra que produjo miles de muertos.
Leyendo su crónica La guerra del futbol
, fruto de su presencia en el frente de aquella guerra, y comparando la historia con el reciente golpe en Honduras, hay un déjà vu. Kapuscinski, corresponsal de la Agencia de Prensa Polaca, desde la ciudad de México cubría toda Latinoamérica. Después del partido en que El Salvador ganó 3-0 a Honduras, se trasladó a Tegucigalpa. Al estallar la guerra el 14 de julio era el único corresponsal extranjero presente.
Entonces la mayoría de la tierra en El Salvador, país relativamente pequeño, estaba en manos de una reducida elite de terratenientes. Dos tercios de los campesinos carecían de ella. Cientos de miles de salvadoreños en su lucha por sobrevivir habían emigrado al vecino Honduras, seis veces más grande. Por mucho tiempo esta migración había sido tolerada. Sin embargo, en determinado momento los mismos campesinos hondureños empezaron a reclamar tierra. Su presión obligó al gobierno oligárquico-militar en Tegucigalpa a llevar a cabo una reforma agraria, pero como la mayoría de la tierra era propiedad de la United Fruit, se decidió repartir la que antes habían tomado los salvadoreños, quedando éstos expulsados. El gobierno igualmente oligárquico-militar de El Salvador se negó a recibir a los campesinos de vuelta, temiendo que trajeran una revolución a casa. La guerra, que estalló por miedo a los cambios, convenía a ambas partes.
Hoy día en Honduras, la misma oligarquía, sintiéndose amenazada por los cambios que promovía Zelaya (él mismo de familia latifundista) y por una posible reforma de la Constitución que podría tocar la cuestión de los recursos naturales, defenestró a su promotor y reprimió los movimientos sociales que lo respaldaban. Estaban amenazados los poderes fácticos en un país donde el capital se ha transferido de las plantaciones bananeras a la minería y donde casi la tercera parte del territorio está concesionado a empresas mineras.
Hace 40 años los enemigos del gobierno del general Oswaldo López Arellano en Honduras eran campesinos pobres, tanto salvadoreños como hondureños, supuestos agentes encubiertos
de Fidel Castro, que incitaban a una revolución
. El general era el único defensor
de la patria. Igual que López Arellano en los 60, el gobierno de facto de Roberto Micheletti buscó la legitimación mediante un patriotismo histérico. Afirmó que con la salida de Zelaya se había evitado una invasión venezolana
y al reprimir a los movimientos sociales empezó a buscar por todos lados espías comunistas
y agentes de Chávez
. Desató una campaña de calumnias en contra de los vecinos El Salvador y Nicaragua.
Como hace 40 años, estamos camino a un Mundial de futbol. No han faltado alusiones futboleras, fuerte móvil de la identidad nacional. Los golpistas hicieron un llamado a los sublimes sentimientos de cada hincha. De El Salvador, que está en el mismo grupo eliminatorio de la Concacaf con Honduras, según uno de los putschistas, no vale la pena hablar: es tan pequeño el país que no se puede jugar futbol porque se sale el balón. Parece una broma terrible, ya que en el pasado este pequeño país
invadió Honduras tomando como pretexto conveniente idénticas invectivas. Otro político de inmediato había asegurado, que ahora, después de haber echado al traidor
Zelaya, la patria seguramente calificará para el Mundial. Existen buenas posibilidades: los catrachos tienen siete puntos en cinco encuentros y están en el tercer lugar del grupo, o sea, en este momento están clasificados. Sólo se le olvidó mencionar que los partidos más importantes –por ejemplo, con México 3-1– la selección ganó cuando el traidor
estaba en su puesto constitucional.
El gobierno de facto actúa como un jugador en la esquina que trata de ganar tiempo. Si el impasse se prolonga y el equipo hondureño califica al Mundial, Micheletti y su camarilla gobernarán Honduras los próximos cinco años.
El golpe de Estado es cosa seria; el futbol aún más.
Maciek Wisniewski*
* Periodista polaco
La Jornada
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