Fecha publicación: 19/06/2007 Tema: Situación en México País: México
Por: Laura M. López Murillo
Especial para ARGENPRESS.info.- En algún lugar del mercado, cuando caducaron las convicciones, surgió la imagen para sustituir a las ideologías fallecidas; desde entonces, la democracia es un escaparate pletórico de banalidades y el proselitismo se reduce a una temporada de publicidad exhaustiva; pero esquivando al poder de la imagen, la verdad logra escabullirse a través del último resquicio de la realidad…
Los nuevos escenarios del cambio mundial nos remiten, una y otra vez, a los medios de comunicación de masas. Una de las características de la globalidad, es el predominio de la ética del mercado en todas las actividades. Y la política no es la excepción. Hoy por hoy, el marketing político es una herramienta comunicacional inherente a la democracia, que exalta la imagen y reduce la oferta política a la personalidad de los candidatos.
El uso de la propaganda política en los medios se caracteriza por persuadir y seducir, valiéndose de las emociones, y si acaso se presenta alguna información, ésta debe servir para apoyar la idea central del mensaje que es el candidato y no los proyectos de gobierno.
En los cuartos de guerra de los partidos políticos, los expertos en imagología, construyen el carisma de los candidatos, diseñan sus gestos y modulan sus palabras; sin embargo, la imagen del candidato es tan sólo la manera como es percibido por el electorado y no necesariamente coincide con la realidad.
El efecto principal del marketing político reside en la desaparición (o disminución) de planteamientos ideológicos, en el contenido de las campañas electorales que giran cada vez más alrededor del carisma de los candidatos, de asuntos banales, de argumentaciones simplonas, y la creciente distancia entre el discurso de los actores políticos con los problemas reales a los que se enfrenta la sociedad. Los electores entonces legitiman personalidades y no tanto propuestas políticas, menoscabando de esa forma la legitimidad de las instituciones democráticas
Durante el proselitismo se agrede a los televidentes y a los radioescuchas con mensajes elementales y consignas abrumadoras; no obstante, la realidad no sucumbe al influjo de las campañas mediáticas porque siempre existe un elemento incontenible que escapa del control de los imagólogos.
La imagen ficticia y prefabricada no logra encubrir la trayectoria personal de los candidatos, ni las peculiaridades de su carácter. Existe un lenguaje alterno y subversivo que desvanece el impacto de cualquier imagen. Y en este resquicio, donde la verdad sale a relucir, se ubican los debates públicos.
La práctica de los debates entre los candidatos se ha generalizado debido a la difusión masiva de los medios de comunicación; los políticos asumen el estilo de los medios electrónicos como una realidad que deben aprovechar, a veces como fatalidad, pero también de manera complaciente en su constante búsqueda de presencia, sobre todo televisiva.
Es cierto que las limitaciones en el tiempo mediático inciden en la profundidad de las propuestas, pero también es cierto que el valor de los debates reside en la igualdad de circunstancias en que los candidatos se presentan y se someten al escrutinio público. Más allá de la superficialidad de las propuestas, las diferencias entre los contendientes surgen de sus actitudes, sus reacciones, su agilidad mental y del mensaje que proyectan a través del lenguaje visual.
En el actual proceso electoral en Baja California ya se han realizado varios debates. El candidato a la gubernatura por la Alianza para que Vivas Mejor (PRI, PVEM, PEBC) Jorge Hank Rohn, no asistió al primer debate organizado por la Universidad Autónoma de Baja California, ni presentó sus propuestas en el foro del Centro de Enseñanza Técnica y Superior, y ahora, ha declinado participar en el debate organizado por los medios (prensa escrita, radio y televisión) aludiendo estrategias de campaña.
Para Hank Rhon, cuya campaña se sustenta, esencialmente, en la propaganda mediática, cualquier debate es un evento de alto riesgo, porque implica la confrontación de la realidad con la imagen diseñada para el candidato. No es lo mismo la difusión de mensajes que exponer las ideas o las propuestas ante un auditorio crítico y conocedor.
El carácter público de los debates, sea cual fuere el formato, y su transmisión en tiempo real, es la única oportunidad de confrontar la imagen pública de los candidatos con el impacto real que causan con su presencia y sus actitudes reales. Y al margen de la política, el hecho de compartir el mismo escenario y confrontar a los contendientes, escucharlos, establecer un contacto visual y físico con ellos, implica una elevada dosis de valentía.
Resulta poco probable que las instituciones democráticas mantengan su legitimidad si los discursos provenientes de los diversos actores políticos no guardan relación con la realidad, si abordan temas fútiles o simplifican sus argumentaciones, o bien si sus discursos son una representación fiel de la realidad pero débiles en su capacidad de acción.
Aún ahora, en los tiempos del mercado, los ciudadanos y el sufragio son el motivo y la fuente de la legitimidad de los sistemas políticos; la realidad excede al imperio de la imagen… porque la verdad siempre logra escabullirse a través del último resquicio de la realidad…
Especial para ARGENPRESS.info.- En algún lugar del mercado, cuando caducaron las convicciones, surgió la imagen para sustituir a las ideologías fallecidas; desde entonces, la democracia es un escaparate pletórico de banalidades y el proselitismo se reduce a una temporada de publicidad exhaustiva; pero esquivando al poder de la imagen, la verdad logra escabullirse a través del último resquicio de la realidad…
Los nuevos escenarios del cambio mundial nos remiten, una y otra vez, a los medios de comunicación de masas. Una de las características de la globalidad, es el predominio de la ética del mercado en todas las actividades. Y la política no es la excepción. Hoy por hoy, el marketing político es una herramienta comunicacional inherente a la democracia, que exalta la imagen y reduce la oferta política a la personalidad de los candidatos.
El uso de la propaganda política en los medios se caracteriza por persuadir y seducir, valiéndose de las emociones, y si acaso se presenta alguna información, ésta debe servir para apoyar la idea central del mensaje que es el candidato y no los proyectos de gobierno.
En los cuartos de guerra de los partidos políticos, los expertos en imagología, construyen el carisma de los candidatos, diseñan sus gestos y modulan sus palabras; sin embargo, la imagen del candidato es tan sólo la manera como es percibido por el electorado y no necesariamente coincide con la realidad.
El efecto principal del marketing político reside en la desaparición (o disminución) de planteamientos ideológicos, en el contenido de las campañas electorales que giran cada vez más alrededor del carisma de los candidatos, de asuntos banales, de argumentaciones simplonas, y la creciente distancia entre el discurso de los actores políticos con los problemas reales a los que se enfrenta la sociedad. Los electores entonces legitiman personalidades y no tanto propuestas políticas, menoscabando de esa forma la legitimidad de las instituciones democráticas
Durante el proselitismo se agrede a los televidentes y a los radioescuchas con mensajes elementales y consignas abrumadoras; no obstante, la realidad no sucumbe al influjo de las campañas mediáticas porque siempre existe un elemento incontenible que escapa del control de los imagólogos.
La imagen ficticia y prefabricada no logra encubrir la trayectoria personal de los candidatos, ni las peculiaridades de su carácter. Existe un lenguaje alterno y subversivo que desvanece el impacto de cualquier imagen. Y en este resquicio, donde la verdad sale a relucir, se ubican los debates públicos.
La práctica de los debates entre los candidatos se ha generalizado debido a la difusión masiva de los medios de comunicación; los políticos asumen el estilo de los medios electrónicos como una realidad que deben aprovechar, a veces como fatalidad, pero también de manera complaciente en su constante búsqueda de presencia, sobre todo televisiva.
Es cierto que las limitaciones en el tiempo mediático inciden en la profundidad de las propuestas, pero también es cierto que el valor de los debates reside en la igualdad de circunstancias en que los candidatos se presentan y se someten al escrutinio público. Más allá de la superficialidad de las propuestas, las diferencias entre los contendientes surgen de sus actitudes, sus reacciones, su agilidad mental y del mensaje que proyectan a través del lenguaje visual.
En el actual proceso electoral en Baja California ya se han realizado varios debates. El candidato a la gubernatura por la Alianza para que Vivas Mejor (PRI, PVEM, PEBC) Jorge Hank Rohn, no asistió al primer debate organizado por la Universidad Autónoma de Baja California, ni presentó sus propuestas en el foro del Centro de Enseñanza Técnica y Superior, y ahora, ha declinado participar en el debate organizado por los medios (prensa escrita, radio y televisión) aludiendo estrategias de campaña.
Para Hank Rhon, cuya campaña se sustenta, esencialmente, en la propaganda mediática, cualquier debate es un evento de alto riesgo, porque implica la confrontación de la realidad con la imagen diseñada para el candidato. No es lo mismo la difusión de mensajes que exponer las ideas o las propuestas ante un auditorio crítico y conocedor.
El carácter público de los debates, sea cual fuere el formato, y su transmisión en tiempo real, es la única oportunidad de confrontar la imagen pública de los candidatos con el impacto real que causan con su presencia y sus actitudes reales. Y al margen de la política, el hecho de compartir el mismo escenario y confrontar a los contendientes, escucharlos, establecer un contacto visual y físico con ellos, implica una elevada dosis de valentía.
Resulta poco probable que las instituciones democráticas mantengan su legitimidad si los discursos provenientes de los diversos actores políticos no guardan relación con la realidad, si abordan temas fútiles o simplifican sus argumentaciones, o bien si sus discursos son una representación fiel de la realidad pero débiles en su capacidad de acción.
Aún ahora, en los tiempos del mercado, los ciudadanos y el sufragio son el motivo y la fuente de la legitimidad de los sistemas políticos; la realidad excede al imperio de la imagen… porque la verdad siempre logra escabullirse a través del último resquicio de la realidad…
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