Gente encabronada
Publico
Enojo, enfado, molestia, disgusto. Se podrán usar muchos calificativos para sinterizar lo que siente la población ante los excesos de los diputados. Pero encabronamiento lo resume mejor. La gente está encabronada por el desvergonzado desempeño de los diputados locales que terminaron ayer su periodo. Está encabronada porque aprovecharon el puesto para obtener beneficios personales antes que procurar el bienestar colectivo.
Hay encabronamiento por los altos sueldos de los diputados (equivalente a 52 salarios mínimos mensuales), por sus viajes al extranjero, porque algunos se quedaron con el dinero para casas de enlace, por la corrupción en que incurrieron algunos, por poner tarifa a su voto, por el cinismo de exigir el cumplimiento de las leyes cuando a ellos se les subsidian los impuestos, por la remodelación de baños a sobreprecio, por el bono etílico de diez mil pesos, por mendigar el pago de boletos de avión que (según ellos) habían perdido, por alegar la pérdida de comprobantes de viáticos, por faltar a las sesiones, por llegar al Congreso por un partido y luego cambiarse a otro bajo la promesa de un cargo público, por estar reclamando constantemente un bono de 600 mil pesos, por quedarse con los mejores regalos que se iban a repartir a los trabajadores, por ignorar lo que opinaba la gente e irse a un viaje de a Asia, por contratar un yate en 16 mil dólares para pasear por las costas de Vallarta, por pelear plazas para los cuates, por las veleidades de pedir un frigobar o una computadora extra, por recibir vales por 500 litros de gasolina al mes, por transar cuentas públicas y por pactar con el gobernador los asuntos que le interesaban a éste a cambio de sugerir constructoras para hacer obra pública...
Sobran los motivos para el encabronamiento. Cada uno de los asuntos anteriores merecería la reprobación de los ciudadanos. Pero sumados dejan un saldo patético para el Poder Legislativo. Esta Legislatura enterró el ideal liberal de la división de poderes, de rendición de cuentas, de fiscalización de recursos y de contrapeso al Poder Ejecutivo.
Ya sabíamos que con los gobiernos priistas, las funciones legislativas dependían directamente del gobernador. Ahora a fines de este sexenio las cosas vuelven al lugar donde estaban en 1995. Otra vez el gobernador decide los asuntos esenciales y los diputados únicamente los operan. ¿Ejemplos? Arcediano, policía secreta, reformas a las leyes de obras públicas y desarrollo urbano, contrarreforma a la Ley de Transparencia, nombramiento de magistrados, designación de consejeros de los órganos autónomos y, lo más importante, el diseño del gasto público y la aprobación de cuentas públicas.
Esto ocurre porque el Ejecutivo, ya sea directamente o a través de los coordinadores parlamentarios, opera para tener a modo a los diputados. El pago es el aumento de sueldo y de prebendas. Gracias a este mecanismo de satisfacción de las ambiciones y avaricia de los diputados, el Poder Legislativo es nuevamente apéndice del Ejecutivo.
Si este intento de explicación de lo que ocurre es cierto, llegamos a dos conclusiones: 1. debemos dejar de pensar que las ambiciones, corruptelas y excesos son una desviación personal de algunos “malos legisladores” para verlo más bien como algo normal en un sistema político que requiere diputados a modo; 2. estas prácticas no fueron un exceso de la Legislatura saliente, sino que manifiestan una tendencia hacia donde evolucionará el sistema político local en los próximos años.
Y esta tendencia corrupta y llena de prebendas para los representantes populares es a su vez una necesidad para un sistema político que responda a las necesidades de los negocios privados y de los intereses empresariales que buscan, ante todo, la mayor rentabilidad de su capital. En este esquema, un Congreso autónomo y diputados respondiendo a los intereses de la población son un estorbo y un obstáculo a la prosperidad de los intereses privados y a la acumulación de capital.
Por eso cualquier intento de reforma destinada a “moderar” los abusos de los diputados (como los del resto de la clase política) está destinado al fracaso. Porque al final todos los componentes del sistema político funcionan no para servir a la sociedad, sino para servir a los intereses privados. Lo bueno de la Legislatura que terminó es que los diputados dejaron en claro quiénes son sus verdaderos amos.
rmartin@publico.com.mx
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