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sábado, febrero 03, 2007

Opinión - Ramon Guzman Ramos

El descontento social

Jornada Jalisco

La estrategia de la derecha en el poder para disuadir o de plano sofocar violentamente a los movimientos sociales empieza a perder su efectividad ante el crecimiento exponencial del descontento colectivo. Daba la impresión que la crisis postelectoral se desvanecía ante al cerco informativo que se le impuso a Andrés Manuel López Obrador. El despliegue sistemático de las fuerzas públicas en varios estados del país parecía completar el operativo político. No tardaría en que las cosas volvieran a su cauce natural y se asentaran en un remanso de calma. Es la imagen que precisamente trató de llevar Felipe Calderón al extranjero.


El agravio que sufrió un gran porcentaje de la población mexicana ante una elección, la presidencial, llena de irregularidades que en ningún momento se corrigieron para darle certidumbre y legalidad, se agudiza ahora con la indignación y la rabia ciudadanas ante la escalada de precios. La gente no se ha olvidado de los mineros muertos en Pasta de Conchos, ni de la muerte y la represión brutal en Lázaro Cárdenas, Atenco y ahora Oaxaca.

Es probable que estos casos hayan sido provocados por descuido criminal y también para contaminar de miedo la atmósfera de por sí enrarecida que se respira en el país. Ahora vemos que no han servido para detener a esa parte de la sociedad que empieza a transformar su impotencia en voluntad y decisión.

Las marchas y concentraciones que se llevaron a cabo el miércoles pasado en varias entidades del país y en el Distrito Federal son una muestra fehaciente del grado de intensidad y expansión que está alcanzando el descontento popular. La gente ha vencido el miedo a la represión y ha vuelto a tomar las calles y las plazas públicas para condenar y rechazar la política de hambre y desesperación que el gobierno federal le impone a la mayoría de la sociedad. En esta visión neoliberal de la economía de libre mercado sólo los ricos y los poderosos tienen derecho a incrementar sus ingresos, no así los de abajo, a los que se les niega rotundamente un aumento salarial de emergencia para conjurar la muerte por inanición.

La crisis política se ha trasladado ahora al seno del gobierno federal. No sólo tiene que enfrentar la arremetida de su propio partido, el PAN, que pretende imponerle a Calderón una línea de extrema derecha y de protección a los privilegios de quienes formaron parte del gobierno anterior, incluyendo al propio Fox, sino que enfrenta una oleada de descontento emergente al que no podrá apagar a sangre, fuego, cárcel y persecución implacables, como se ha hecho en los casos mencionados. Esa imagen de dureza sólo ha pretendido esconder una debilidad que no tarda en hacerse evidente. La disyuntiva a la que se enfrenta el gobierno no podría ser más difícil: o decide recapacitar y abandonar la política neoliberal que le dicta desde el otro lado de la línea George W. Bush, o queda atrapado en una crisis que podría llegar a ser de gobernabilidad.

Decenas de organizaciones sociales de diversa índole han decidido unirse para enfrentar la arremetida del gobierno a la economía popular. Es ya un paso trascendental que estaba haciendo falta. La unidad, sin embargo, ha partido de las cúpulas y por ello mismo ha mostrado ciertos vicios que se tendrían que desterrar. Un movimiento como el que estamos presenciando tendría que asumir el carácter de frente amplio y unitario. En un organismo así las organizaciones que lo integran no tienen por qué renunciar a su autonomía ni a sus principios. El frente se forma por los puntos en que logran coincidir las organizaciones, como es el caso de la lucha contra el alza a los precios y por un nuevo pacto social.

Por eso extraña esa actitud de los líderes de las organizaciones que se movilizan en el sentido de no permitir que Andrés Manuel López Obrador marchara a la cabeza de la columna ni que participara como orador en el mitin. Habría que recordar que es en estos momentos una figura a la que siguen cientos de miles de ciudadanos, quizá millones, en todo el país; que tiene un enorme poder de convocatoria y que ha cuestionado radicalmente la política neoliberal del régimen. Las organizaciones no se contaminan las unas a las otras al marchar codo a codo por demandas comunes.

Lo que ha sucedido es hasta cierto punto explicable porque han sido las cúpulas de las organizaciones y no las bases las que han tomado la iniciativa de movilizarse. No sería raro que en esta decisión estuviera de por medio también un cálculo de beneficio personal. Pero éste que inicia es un movimiento que podría tener un impacto democratizador en las bases de los sindicatos y demás organizaciones que salen a tomar la calle.

Esta podría ser la hora de los trabajadores de la ciudad y el campo. Pero nada impide que las reivindicaciones de carácter económico y social confluyan y se unan a las reivindicaciones de tipo político. El error hasta ahora ha sido, precisamente, que se han pretendido abordar por separado.

En Jalisco tenemos también un ejemplo estimulante de lo que puede lograr la sociedad y la opinión pública cuando se ponen en movimiento y no cejan ante lo que consideran convicciones profundas. Finalmente, la reaparición de la policía secreta, infiltrada, que no sería otra cosa que policía política, no pasó en el Congreso local. El PAN se quedó solo y la iniciativa no se pudo convertir en ley. Es hora también de empezar a probar las pequeñas y las grandes victorias de la sociedad.

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