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sábado, octubre 17, 2009

Las cinco cegueras


Bernardo Bátiz V.

La Jornada

Para gobernar hay que tener los ojos bien abiertos, hay que ver bien lo que se hace y sus efectos en el futuro. En el caso de Luz y Fuerza del Centro el gobierno federal ha mostrado diversos grados de ceguera, mientras que el gobierno de la ciudad, en voz de su titular, dijo algo muy prudente, al calificar la acción de su contraparte de éticamente incompatible con el futuro de la sociedad, también fue atinada su propuesta de establecer una mesa de diálogo.

La disolución de la compañía y despido de todos sus trabajadores confirman el sabio dicho popular según el cual cuando Dios quiere perder a alguien primero lo ciega. El personaje que asumió la presidencia por la trastienda del Congreso, tachado de tramposo, cabeza de un gobierno ineficaz, demostró cuando menos cinco puntos de ceguera en el asunto del que nos ocupamos.

Ceguera histórica: hace cien años los atropellos contra trabajadores de las textileras de Orizaba y Río Blanco y las arbitrariedades contra los mineros de Cananea fueron el preludio de la Revolución.

Ceguera jurídica: unilateralmente, el gobierno da por terminado un contrato de trabajo, sin tomar en cuenta a su contraparte; en efecto, el contrato colectivo celebrado entre Luz y Fuerza del Centro y el sindicato estaba vigente y no puede legalmente darse por concluido por determinación de una de las dos partes. Esto, independientemente de la invasión de facultades del Poder Legislativo, que ya se ha señalado en otros espacios, y la ignorancia de que una empresa en liquidación mantiene su personalidad jurídica y por tanto prevalecen sus obligaciones, cargas y derechos, un decreto no puede alterar el procedimiento de liquidación que se encuentra regulado por normas jurídicas.

Ceguera política, que se manifiesta en el uso de la fuerza sin ninguna justificación legal; la Policía Federal, que nació como policía preventiva y ahora es también investigadora, no tiene nada que hacer invadiendo oficinas de un órgano descentralizado del estado, cuando no hay dato alguno que lo justifique.

Cuando los gendarmes, muchos de ellos provenientes del Ejército, invadieron las áreas de trabajo de Luz y Fuerza lo hicieron sin que mediaran una denuncia o un llamado porque no había ni la comisión de delitos ni desórdenes públicos que requirieran su presencia.

Ceguera económica: no se contempló que el despido de más de 40 mil trabajadores sindicalizados y otro número no determinado de trabajadores de confianza deja sin ingresos a sus familias, que afrontarán graves problemas económicos, que repercutirán en cascada sobre familiares, amigos, negocios, deudas y compromisos pendientes, ampliando la mancha de pobreza.

Finalmente, hay ceguera ética en el manejo del problema. Primero, al intervenir en la vida interna del sindicato, las autoridades de la Secretaría del Trabajo negaron la toma de nota al dirigente sindical y con ese pretexto congelaron cuentas y recursos, contra el principio de que los dirigentes salientes de una persona moral continúan con sus facultades mientras los nuevos no hayan tomado posesión de sus cargos.

Simultáneamente, se montó un operativo mediático de descalificación de un sindicato que tiene reconocido espacio en el mundo obrero, tanto por sus 95 años de vida, como por la fama de independiente y democrático.

Después, en forma desaseada, aprovechando las sombras de la noche y la distracción que había con motivo del futbol, se tomaron las instalaciones por la fuerza y con desprecio a las formas prudentes y pacíficas.

Un gobierno con ética no usa campañas de calumnias y la descalificación sin derecho de réplica para preparar el ambiente que justifique el golpe de mano que después dará. Un gobierno que cuente con el apoyo popular y con el reconocimiento de sus gobernados no necesita romper con los principios de la moral para alcanzar sus objetivos.

::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2009::

lunes, febrero 02, 2009

Mano dura Bernardo Bátiz

Foto: Cesar Huerta/Extensión Medios

Bernardo Bátiz V.
jusbbv@hotmail.com

La Jornada

Hace ya varios meses, en un debate que tuvo lugar sobre la llamada reforma judicial, en el Instituto de Formación Profesional de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), uno de los defensores de los proyectos que estaban ya circulando en las cámaras dijo, en defensa de la posición oficialista y en un arranque de sinceridad, que en realidad lo que pretendían era “mano dura”.

Se hablaba por supuesto de los juicios orales, de la transparencia y de la sustitución de los procesos inquisitorios por procesos controversiales en los que cada parte se encuentre en igualdad de situaciones, derechos y recursos frente a un juez imparcial; las objeciones que hacíamos entonces siguen siendo válidas para la oralidad no se necesitaba reforma constitucional, los juicios en buena medida ya eran orales en los careos, en las audiencias, en los interrogatorios a testigos y comparecencias de peritos; los juicios ya son controversiales desde las reformas impulsadas por Carranza en la Constitución de 1917, lo único que faltaba era experimentar a fondo el procedimiento y limpiarlo de corruptelas e ineptitudes.

Señalábamos también que lo que se buscaba en el fondo era justificar la “mano dura”, como se aceptó expresamente, dándoles como se hizo al reformar el artículo 21 constitucional, más facultades y fuerza a las policías, restándoselas en la misma proporción a la institución del Ministerio Público. El nuevo texto del artículo 21 constitucional equipara en cuanto a la posibilidad de investigar delitos a la policía con el Ministerio Público y estamos viviendo ya las consecuencias de esa apertura no bien meditada, apresurada y justificada en apariencia por el aumento de los delitos violentos y por la campaña, que tendrá que explicarse un día, tendiente a meter miedo a la población.

Se multiplican los cateos ordenados por jueces especializados, algunas veces, otras sin orden especial; los retenes se vuelven cotidianos y no es remoto que se dispare a quienes consciente o inconscientemente los desobedecen, pensando quizá que las garantías individuales siguen vigentes; la Universidad Autónoma Metropolitana, sus alumnos y profesores reclaman en un desplegado la muerte del joven investigador y estudiante Luis Eduardo Cisneros, detenido indebidamente por policías de Chalco, golpeado y robado por ellos, a quienes denunció ante el Ministerio Público.

Su denuncia, en lugar de haber sido el detonante de un proceso para sancionar a los policías arbitrarios, fue el inicio de un calvario para el joven universitario y su familia; recibió amenazas, tuvo que abandonar la averiguación previa, pero, a pesar de todo, finalmente fue secuestrado de nueva cuenta y durante varias semanas no se supo de él hasta que apareció su cadáver en el Semefo del municipio de Chalco, con múltiples contusiones y signos de violencia.

Los culpables son sin duda los policías que actuaron directamente en los dos atropellos al universitario, pero también lo son los funcionarios que no actuaron con imparcialidad y eficacia ante la primera denuncia, así como quienes durante 15 días conservaron el cuerpo del joven en la gaveta del servicio forense, sin dar aviso a la familia, sin colaborar con quienes buscaban a un hijo y en franca complicidad con quienes cometieron inicialmente los delitos, pero, además, dando muestras de una insensibilidad total, falta de humanidad y una carencia de ética inaceptable en un servidor público.

Otros excesos de los que nos enteramos por noticias recientes de los medios de comunicación son los verdaderos saqueos que se cometieron al catear las propiedades del defenestrado Mariano Herrán Salvatti y la muerte de un campesino en Guanajuato durante el interrogatorio y tortura a que fue sometido por los policías que investigaban un robo de ganado.

Siempre han existido, lamentablemente, abusos policiacos; sin embargo, estamos viviendo un incremento de casos en los que no sólo se produce el atropello, sino que se trata de ocultar y proteger a quienes lo cometen; estamos ante la presencia de los que los entusiasmados reformadores buscaban: “mano dura”, con objeto de dar la impresión de mayor seguridad a la población, pero con el costoso pago de la violación sistemática a los derechos humanos. La verdad es que, en efecto, queremos seguridad y justicia, pero no a ese costo.



::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2008::

lunes, agosto 18, 2008

Opinión -Bernardo Bátiz-

Bernardo Bátiz V.
jusbbv@hotmail.com

Seguridad y descomposición social

Una muestra muy lamentable de la descomposición social que estamos viviendo en México es la forma torpe y superficial con la cual las autoridades y algunos sectores de la sociedad afrontan la turbulencia mediática provocada por la lamentable tragedia de un menor, víctima de secuestro y homicidio. Sobre este tema ¿qué vemos, qué oímos? Declaraciones ampulosas, convocatorias a grandes frentes que de tan grandes se convierten en mastodontes paralíticos, histeria de conductores y comentaristas de radio y televisión, cambios cosméticos y formaciones apresuradas de nuevos grupos policiacos de elite, como los 300 elementos que la Policía Federal Preventiva pretende dedicar en todo el país al combate del secuestro. Este último es precisamente un ejemplo de las propuestas ingenuas o al menos inexplicables, pero sin duda apresuradas de las autoridades; nueve o diez elementos por estado que, divididos en dos turnos, serán unos cuatro o cinco policías antisecuestros, actuando en contra de las, según los medios, poderosas e imbatibles bandas de secuestradores.

Los problemas son de más fondo; los delitos en singular tienen causas subjetivas, tanto de la víctima como del victimario; cualquiera, dada la naturaleza humana, puede cometer un ilícito, y cualquiera, sea cual sea su edad o su situación social, puede en un momento ser víctima de un delito. Individualmente, víctimas y victimarios poseen características personales que los inclinan o los hacen propensos a contar en las estadísticas de los que cometen los actos antisociales o de los que son sujetos pasivos de los mismos.

Pero hay también factores de carácter estructural que propician y facilitan la comisión de los delitos; los criminólogos saben que hay zonas en las ciudades que son propicias a las actividades antisociales; se les denomina zonas criminógenas: son barrios enteros, calles, plazuelas, antros y tugurios, recovecos de las grandes urbes, donde son más frecuentes los delitos y sus detonantes.

Hay otros factores de un ámbito más amplio que facilitan los delitos, que dan el clima social favorable, son problemas más profundos y difíciles de modificar o corregir. Son carencias en materia económica, fallas en la educación, o en los ámbitos de la recreación o de la vida familiar; en buena medida, quienes cometen un delito son moldeados y formados por su medio ambiente, familiar, escolar y social en general.

Muchachos que salen de la adolescencia mal preparados, rodeados de ejemplos negativos y con mínimas oportunidades de empleo, serán candidatos inmejorables para ser reclutados por las bandas formales o informales de la delincuencia.

Otro factor que propicia que se incrementen los índices delictivos es la convicción compartida de que para triunfar socialmente y ser apreciado y reconocido por la colectividad se necesita tener dinero y “disfrutar de la vida” a como dé lugar; ésa es la pauta conceptual que los medios masivos de comunicación, en especial la televisión, nos presentan todos los días, a todo momento y con un bombardeo de mensajes e imágenes que dificulta que otros modelos, mejores que ésos, puedan permear en las mentes de los niños y los jóvenes que se inician en la socialización .

Si las más altas autoridades de la sociedad sobreviven en el poder a partir de mentiras repetidas en insultantes campañas de publicidad, si todo mundo se percata de cómo se hacen grandes negocios al amparo del poder y de qué manera los magnates están dispuestos a romper todas las reglas empezando por la fundamental en un estado de derecho, como es la Constitución, ¿cómo podemos exigir a los jóvenes que cumplan con la normatividad social, si sus paradigmas, que ven todos los días en imágenes reiteradas en los medios de comunicación, demuestran una gran superficialidad, insensibilidad social y aun cinismo; si triunfan personajes de la picaresca política por decir lo menos, y se llevan a cabo alianzas que en otros momentos de nuestra historia serían vergonzosas? ¿Cómo podemos pedir a los menos favorecidos que respeten y cumplan con toda la pesada cauda de responsabilidades y reglas difíciles de cumplir?

Para exigir seguridad, tenemos primero que componer y arreglar nuestros maltrechos lazos que hacen de un conglomerado informe una verdadera sociedad coherente, con fines compartidos y con espíritu solidario. Para combatir el delito –no sólo los casos más publicitados de delitos aislados, sino el delito como fenómeno social–, es necesario atacar las causas de fondo, las que lo generan; es necesario modificar estructuras sociales dañinas y dañadas, pero estos cambios ciertamente no pasan ni por penas más elevadas y absurdas, ni por la pena de muerte, ni por garrotes más pesados a los gendarmes, armas de fuego de mayor calibre, más policías y más persecución. Se necesita un gobierno en el que el pueblo confíe, una mejor distribución de la riqueza, más oportunidades de educación y de empleo, y mejor dirección social; sólo frenando con organización y capacitación, con solidaridad y participación popular, podremos remontar el avance de la delincuencia y detener la galopante descomposición social.

Otro sí digo: Me enteré por casualidad de un caso indignante de injusticia: un pobre trabajador, padre de familia de más de 60 años, encargado en una empresa editorial de compaginar las hojas de los periódicos para que puedan ser repartidos en la mañana, al salir de su trabajo, llevándose tres ejemplares del diario que compaginaba, uno de los cuales se le obsequiaba y los otros dos los tomó de los que diariamente se desperdician, fue detenido por policías y abogados de la empresa por el terrible delito. Este “peligroso criminal” hace ya varias semanas que padece en el Reclusorio Norte, procesado por un juez implacable e impoluto como reo de delincuencia organizada, porque cuando se llevó los periódicos, que valdrían a lo sumo 20 pesos, se encontraba con otros compañeros.



::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando a Andrés Manuel López Obrador en 2008::

martes, noviembre 13, 2007

Opinión - Bernardo Batiz

Lo que trajo el PAN

La Jornada

El Partido Acción Nacional ya tiene de gobernar a México un sexenio completo y poco más de 11 meses de la actual administración; puede ser un buen momento para reflexionar sobre qué es lo que cambió en política a la llegada de este partido al gobierno federal, después de siete décadas de gobiernos llamados revolucionarios.

Ya había, cuando llego el PAN al gobierno, fraudes electorales, cinismo político, mezcla de los negocios con los cargos públicos y los apotegmas desvergonzados del Tlacuache Garizurieta: “el que vive fuera del presupuesto vive en el error” y de Carlos Hank: “un político pobre es un pobre político”, que ya eran parte de las verdades aceptadas en la práctica y en la teoría soterrada de los gobiernos de entonces; todo eso no lo trajo el PAN, pero sí lo aprendió del partido que fue su enemigo, que lo precedió en el poder y del que finalmente se convirtió en aliado. Lo aprendió, y lo aprendió muy bien, y en muchos aspectos podemos decir que los panistas de hoy son alumnos destacados del viejo priísmo que cumplieron el sueño de todo maestro: que el discípulo lo supere. Y lo lograron, lo mismo en los fraudes electorales que en los negocios al amparo de los cargos públicos; un refrán hoy olvidado dice: “el que miente roba”.

Lo novedoso en la política actual está por otra parte, lo constituyen prácticas que no existían antes o al menos eran disimuladas con algún velo de vergüenza; lo primero que podemos atribuir como una novedad fue el llamado pragmatismo, que si bien se manifestaba en algunas expresiones políticas, no era lo común, especialmente en el campo de la oposición. Cuando el PAN influido por la cercanía con Carlos Salinas y por la ambición de algunos de sus dirigentes vendió su primogenitura en la lucha por la democracia, por el plato de lentejas de la gubernatura de Guanajuato y entró al resbaladizo camino de las concertaciones, llamadas por un periodista ingenioso concertacesiones, tuvo que archivar sus principios en un cajón olvidado de sus oficinas y participar en los repartos antidemocráticos del poder, logrados no con el voto, o al menos no sólo con el voto público, sino a través de conciliábulos en lo oscurito y con arreglos cupulares, siempre a espaldas de las bases partidistas.

Otra aportación a la política fue la guerra sucia, la calumnia y la descalificación infundada para evitar que un contrincante con posibilidades alcance limpiamente un cargo público; es cierto que alguna vez el mismo PAN sufrió con el llamado “fraude patriótico” ataques inmorales, pero nunca como la que se emprendió en contra de Andrés Manuel López Obrador para descalificarlo ante votantes timoratos y crédulos y para posteriormente justificar el fraude electoral.

Otra aportación panista es la polarización extrema de la sociedad. A raíz de los gobiernos de este partido, la escisión de la sociedad en clases sociales, en razas, en gente diferente, los bonitos y los nacos, los triunfadores y los derrotados por la vida, son ya parte de nuestra realidad social.

No hace mucho, todos los mexicanos, independientemente de los éxitos de fortuna o del color de la piel o de qué universidad o escuela se era egresado, nos sentíamos integrantes de una nación, que los mismos principios panistas califican como “cuatro veces secular”, concepto de patriotismo, de solidaridad nacional, que ahora pareciera que a muchos estorba y molesta. Quisieran ser, entre ellos muchos panistas de hoy, como los científicos del porfirismo, de otra nación que no los avergüence.

Podríamos agregar el uso desmesurado de la publicidad; cuando éramos una oposición pobre en recursos materiales, pero muy rica en convicciones, en sacrificios personales y en imaginación, decíamos que la propaganda política debiera dirigirse a la inteligencia y no a los ojos de los votantes. Eso se acabó y hoy después del cambio quien no tiene recursos para una costosísima campaña de medios, así sea muy importante y profunda su propuesta parece destinado a la derrota.

Algo que trajo también el PAN, pero que no ha calado tan hondo como pudiera haber sido, gracias a la resistencia popular y a la presencia del “gobierno legítimo” y de su principal dirigente recorriendo todos los municipios del país, es el rompimiento de la esperanza del cambio y de la fe en la fuerza del voto.

Con el pasado fraude electoral, frente a otros contrincantes menos recios y convencidos, ciertamente el desengaño en los procesos democráticos y en la fuerza del sufragio hubieran sido definitivos

Afortunadamente, contrarrestando estas aportaciones de los gobiernos del cambio, está la confianza que la gente tiene en la fuerza del pueblo; la Convención Nacional Democrática, el Frente Amplio Progresista, el “gobierno legítimo” son expresiones diversas que convergen en un mismo sentido: el pueblo es el soberano y sí es posible cambiar en México a partir de acciones desde abajo y con la fuerza del pueblo.

OTRO SÍ DIGO. Se han escrito muchos libros en los que el tema central es Andrés Manuel López Obrador, su campaña a la Presidencia y su personalidad política; hay uno nuevo, presentado en Monterrey apenas el 11 de noviembre, que se denomina: El compañero López Obrador, escrito por la profesora Elisa Josefa Hernández Aréchiga. Además de bien escrito, es una emocionada crónica de la campaña presidencial en la conservadora ciudad industrial, capital de Nuevo León. Además de su valor como obra literaria, es precisamente un llamado a la esperanza en el cambio que México requiere. Un buen libro en todos sentidos, entre otras virtudes por su brevedad y la riqueza de su contenido.

jusbbv@hotmail.com

::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Peje en 2007::

lunes, julio 09, 2007

Opinión - Bernardo Batiz

Recomiendo un libro

Recomiendo a todos el libro de Andrés Manuel López Obrador, editado por Grijalbo con el título de La mafia nos robó la Presidencia, pero especialmente se lo quiero recomendar a mis antiguos camaradas del Partido Acción Nacional; quedan muchos aún de las épocas idealistas anteriores al panismo neoliberal, que en los años 60, 70 y 80 luchábamos por el respeto al voto y por un cambio democrático de las estructuras, que logramos antes de la llegada masiva de los empresarios-gobiernos en muchos municipios importantes del país y una votación récord a favor de Pablo Emilio Madero, sin subsidios, sin apoyos externos y trabajando arduamente con nuestros propios recursos y con la fuerza que da la convicción.

Se lo recomiendo también a las bases panistas, y en especial a los jóvenes neopanistas que no están envenenados con el fanatismo de El Yunque y que podrán valorar el significado testimonial e histórico del libro de López Obrador, que me recuerda, a pesar de la diferencia del país de 1909 con el de 2007, por desarrollo y población, a La sucesión presidencial, de Francisco I. Madero, obra precursora de la gran sacudida política y social que fue la Revolución Mexicana.

López Obrador, como Madero, viene de una lucha local por cambiar la situación política, primero en sus respectivas entidades: Madero en Coahuila, López Obrador en Tabasco; ambos, después, indignados por lo que ven a su alrededor de injusticia social y falta de democracia, decididos a cambiar el estado de cosas en toda la nación, a partir de la participación en el proceso electoral, sin parar mientes en la inercia antidemocrática y en el tamaño del poder oficial con el que se enfrentan.

La recomendación a mis antiguos correligionarios es para que recuerden, y a los jóvenes y adultos de la clase media, que fueron engañados con la campaña del miedo y contagiados del odio en contra de un candidato, para que valoren y conozcan el testimonio y el alegato de quien fue despojado de su triunfo, por ser no sólo popular, sino congruente entre su decir y su hacer y totalmente distanciado de lo que es y hace la llamada clase política, y para que analicen y juzguen con objetividad. Los viejos panistas recordarán y los demás lectores conocerán lo que es empeñarse en alcanzar un ideal popular y democrático a través de toda una vida, en la que los avances reales hacia la meta siempre son más que los tropiezos y las derrotas aparentes.

No digo que el libro carezca de puntos criticables; quizá a algunos les parezca excesivo el uso de pronombres en primera persona, pero así son las obras testimoniales y autobiográficas; en lo personal me hubiera gustado agregar en algún punto más precisión y mayores datos sobre incidencias claves durante el intento de desafuero, pero es el que escribe el que mide el tamaño de la obra y la densidad de lo que dice. En su conjunto es, sin duda, un documento de gran formato sociopolítico que no puede dejar de ser leído, analizado y discutido; que lo será en nuestros días y, estoy cierto, al correr de la historia.

Los viejos panistas, si lo leen, revivirán recuerdos de pugnas similares por evitar el fraude electoral; recordarán que nosotros también fuimos víctimas en su momento de manipulaciones en las cifras, de parcialidad de los medios, de obstáculos para lograr que se admitiera en las mesas electorales a los representantes partidistas y de otras mil triquiñuelas que volvieron a repetirse corregidas y aumentadas, sólo que ahora las cometieron los que antes las habían sufrido. Su lectura tendrá que ponerlos ante la categórica pregunta de su propia congruencia: ¿pueden seguir militando al lado de quienes cometen los mismos fraudes que ellos combatieron y condenaron tantos años?

Hace unos días, en una mesa que compartíamos cuatro panistas de antaño, dos de nosotros del Foro Democrático, uno de los comensales dijo, cuando hablábamos de lo que pasó en la campaña y las elecciones del año pasado, que "en la guerra todo se vale". Es cierto, pero las elecciones democráticas no son una guerra: constituyen precisamente un proceso de competencia bajo reglas éticas que deben respetarse escrupulosamente para evitar enfrentamientos y odios y para que al final del proceso los contendientes puedan continuar en una convivencia pacífica.

El libro que recomiendo es, además de un extraordinario testimonio personal, un alegato político implacable, que con toda contundencia y con toda claridad va señalando los obstáculos y las trampas que se armaron para evitar que el autor y en su momento actor de los hechos relatados (caso insólito en el mundo de los libros) fuera candidato a la Presidencia y luego las manipulaciones, complicidades y falsificaciones que le escamotearon a él y a todo el pueblo de México el triunfo electoral y, por tanto, la Presidencia, pero que no pudieron quitarle ni a él ni al pueblo la confianza en la lucha pacífica por el cambio y la esperanza de que la angustiosa situación de injusticia, de pobreza y de corrupción, pueda revertirse.

Si hay un mérito en la lucha poselectoral, relatada en la obra, incluidos el plantón y campamentos del Zócalo y Reforma, es haber impedido que la cubetada de agua helada que fue el fraude electoral acabara en desánimo y en desengaño; lo que el libro rescata es un fenómeno nuevo en la política del país: todo lo que se hizo no desarmó el entusiasmo ni la convicción participativa, ni la certeza de que las cosas pueden cambiar, y que el cambio no depende sino de nuestro propio trabajo, organización y congruencia.

jusbbv@hotmail.com

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