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jueves, febrero 01, 2007

Opinión - Ramon Guzman Ramos

Globalización y neoliberalismo

La Jornada Jalisco

Habría que partir del reconocimiento de que la globalización es un fenómeno irreversible. Se trata de una tendencia histórica que ningún país puede eludir a riesgo de quedarse aislado en el contexto mundial. Las relaciones económicas, políticas, científicas, culturales, artísticas, trascienden las fronteras de cada nación y adquieren necesariamente una dimensión global.


Los países se ven obligados a integrarse a este proceso emergente que está marcando profundamente nuestra época. Pero estamos ante una integración desigual, inequitativa, de la que sacan provecho sólo las grandes potencias económicas y militares y dejan al margen a los demás. Se trata, como se ve, de una situación que obliga a construir normas que regulen de manera equitativa los procesos globalizadores, en cuyo diseño, vigilancia y cumplimiento participen todos en igualdad de condiciones.

El fenómeno de la globalización es el resultado de la integración de los sectores económico y financiero a escala mundial. Los mecanismos con los que funciona tienen que ver con la economía de libre mercado. En esta clase de relaciones mercantiles los valores humanos quedan relegados a un segundo plano.

Algunas de las condiciones que han favorecido la expansión de este fenómeno se relacionan con el progreso científico y tecnológico, y con los cambios geopolíticos y de relación de fuerzas que se produjeron con la desintegración de la URSS y el derrumbe del socialismo real, lo que permitió la aparición de un sólo polo de dominio en el mundo.

Este es un fenómeno que ha transformado radicalmente la naturaleza del trabajo, las dimensiones y el carácter de la información, las relaciones que se establecen entre los Estados nacionales y la función de las sociedades civiles. De esta manera, se produce una contrastación cada vez más polarizada entre derechos individuales y derechos colectivos, entre los privilegios de unos cuantos y los derechos humanos universales, entre el respeto a la soberanía de las naciones, a la vida de las personas, y la modalidad armada que está adquiriendo la globalización.

El Estado contemporáneo ha experimentado una erosión dramática de su poder, de su credibilidad social y política, e incluso de su legitimidad, sobre todo porque ha dejado de representar los intereses de la sociedad y se ha subordinado total e incondicionalmente a los intereses y lineamientos de los organismos trasnacionales, que son de hecho los que gobiernan el mundo.

El Estado nacional ya no se encuentra en condiciones de adoptar decisiones por su propia cuenta, de manera soberana. El Estado se encuentra atrapado, así, bajo circunstancias por demás contradictorias y ante una disyuntiva decisiva: o se fortalece democráticamente, extendiendo a la sociedad el poder que detenta, o termina por colocarse de espaldas a ella y se convierte, como de hecho está ocurriendo, en el guardián de los intereses de las grandes potencias mundiales.

En estas circunstancias, la globalización debilita al Estado. El Estado no cuenta ya con la fortaleza ni la capacidad, acaso ni la voluntad, para hacerse cargo de sus responsabilidades fundamentales, entre ellas la educación, la salud, la seguridad social, el bienestar colectivo, el fomento de la cultura y el desarrollo de la sociedad.

El neoliberalismo adquiere expresiones concretas en nuestras realidades locales a través de políticas económicas y sociales que nos imponen los organismos trasnacionales. Nuestros países en América Latina y en el resto del mundo, sobre todo los que se encuentran en niveles bajos de desarrollo, viven un momento crucial, ya que la mayoría de los gobiernos, particularmente ahora el de México, han estado siguiendo los lineamientos del FMI, el BM y la OMC, con lo que se provoca un empobrecimiento cada vez mayor y más extendido entre las mayorías marginadas y un proceso de reconversión de los Estados nacionales.

El neoliberalismo significa el desmantelamiento de los antiguos Estados de bienestar y un crecimiento desmesurado del poder trasnacional, ahora multiplicado y concentrado en un poder hegemónico por el control armado. De ahí resulta que el problema del Estado se halla en el centro del debate de las políticas neoliberales, pues éstas se orientan por reconvertir a los viejos Estados nacionales, sustentados en la tutela de los derechos sociales y las políticas de bienestar, en Estados subordinados a los centros de poder financiero internacional.

El neoliberalismo es también un totalitarismo, que se propone imponer un modelo único en todos los órdenes de la vida pública y privada. Y es, asimismo, un dogmatismo feroz, pues sus principios se presentan como verdades absolutas, incuestionables. Para revertir las políticas neoliberales de la globalización y hacer efectivos los derechos humanos, tanto individuales como colectivos, que tienen que ver con el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a una vivienda digna, a la participación democrática de la sociedad en los asuntos públicos, y el derecho de todo sujeto a ser el constructor de su propia esperanza, de su sociedad, de su mundo, de su destino, se hace urgente una discusión más amplia entre las izquierdas, más plural e incluyente, de esta nueva y compleja problemática.

Se impone, así, la crítica desde abajo, desde las sociedades civiles y sus expresiones organizadas y activas, hacia el neoliberalismo realmente existente, esto es, el neoliberalismo convertido en programas y acciones concretas de gobierno. La alternativa a este modelo de relaciones salvajes pasa necesariamente por la construcción de democracias auténticas en las sociedades nacionales y locales.

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