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lunes, febrero 19, 2007

Opinión - Rafael Sandoval

El pretexto del Fascismo Societal para reinventar el Estado

Jornada Jalisco

Durante la semana que recién terminó, pudimos observar algunos acontecimientos que nos ofrece la sociedad del espectáculo, a manera de una probadita de lo que el “nuevo” régimen político pretende hacer durante los próximos seis años, como parte del juego del poder y el dinero: la reforma del Estado, con la que realmente pretenden eliminar lo que aún queda de la Constitución de 1917, que le impide legalmente a los capitalistas continuar con el despojo de la tierra y los recursos naturales; las declaraciones de Fox con la pretensión de burlarse al mismo tiempo del llamado presidente legítimo, Andrés Manuel López Obrador, y del presidente espurio, Felipe Calderón, en el sentido de que al primero lo derroto con el aparato del Estado y al otro recordándole que hizo el fraude a su favor; que el procurador panista de la República hace como que investiga y acusa de narcotraficante al presidente municipal perredista, pero que luego siempre no; que con la militarización de las ciudades se logrará seguridad e inhibir al narcotráfico, pero resulta que ellos gozan no sólo de cabal salud, sino que siguen matando policías y competidores; que la macroeconomía mexicana es envidiable, pero 40 de cada 100 mexicanos en edad y condiciones de laborar sobreviven entre el desempleo abierto y la economía informal; que Al Qaeda realizará acciones terroristas contra México por vender petróleo a Estados Unidos, pero que la filtración la hace la CIA; y así podríamos llenar cinco cuartillas semanales haciendo el recuento de dichas bullas emitidas por la clase política.

Estos distractores, dicho así en relación con lo real de la crisis social y la crisis del Estado capitalista, sirven para que se renueve el discurso de los intelectuales que antes que observar las formas de hacer política y de resistencia anticapitalistas (ya no digamos acompañarlas), piensen en cómo reestructurar y recomponer el Estado y la economía capitalista del bienestar común. Es el caso de quienes como Boaventura de Sousa, empiezan a definir al actual régimen como Fascismo Societal, nuevo concepto para decir que “el fascismo está entre nosotros y que consiste más en un régimen social que en un sistema político, por lo que urge reinventar al Estado”.

De Sousa plantea, dice Aurelio Alonso, prologuista de su nuevo libro (Reinventar la democracia, reinventar el Estado, 2004), que el reto consiste en “preservar la autonomía, incluso la soberanía del Estado frente a las ONG trasnacionales y en garantizar la participación del Estado, no ya sólo en la ejecución, sino en la definición de las políticas sociales adoptadas por las organizaciones en su territorio”. Con esto, poca duda queda del lado en que se colocan quienes sustituyen el discurso de la transición a la democracia con el de la soberanía del Estado.

Argumenta en favor de civilizar los mercados financieros (leyó bien, civilizar no desaparecer), la aplicación de la tasa Tobin, que exige que una parte de las ganancias del capital trasnacional se aplique a resolver necesidades de las naciones donde las obtuvo y la promueve la condonación de la deuda externa de los países periféricos. Como se podrá observar, es la refundación del capitalismo clásico ante el peligro del salvaje fascismo societal.

En el mismo sentido de la renovación del discurso, el citado intelectual propone la transformación del Estado como “novísimo movimiento social”, y por si fuera poco propone “presionar la fijación internacional de derechos laborales mínimos y una cláusula social obligatoria en los acuerdos comerciales bilaterales o multilaterales”.

En entrevista, Deny Extremera dice: “pasamos a vivir en sociedades que son políticamente democráticas, pero socialmente fascistas, porque cuando la democracia deja de tener virtudes redistributivas, es decir, mejorar las condiciones de vida y el bienestar de las clases populares, permite que en ausencia del Estado los más poderosos asuman un derecho de veto sobre la vida y la sobrevivencia de los más débiles… Entonces (sigue diciendo) la redimensión de la democracia, a mi juicio, debe ir a la par de la redimensión del Estado… (y remata) Pienso que fue un error para muchas izquierdas en muchos países el pensar que el Estado se había convertido en instrumento del capitalismo y punto, y que entonces no debemos luchar por transformarlo porque se tornó obsoleto. No hay ninguna alternativa en estos momentos, y mientras no la haya el Estado debe ser fortalecido, pero debe ser mucho más participativo, basado en la participación social”.

Hasta aquí una probadita del nuevo discurso que viene, como parte de la ideología hegemónica, entre algunos sectores de la academia y los medios de comunicación, que pretende resignificar el discurso sobre el Estado sin dar cuenta que sigue siendo una relación social capitalista. La pregunta que me surge es: ¿qué pensarán las personas comunes y corrientes, es decir rebeldes, que resisten desde su cotidianidad al capitalismo que les mata a sus hijos de hambre y por enfermedades curables? Ojo, mucho ojo, no vaya a ser que usted amable lector, vaya a caer en la trampa, como cuando aquello de la transición a la democracia, el voto útil y el mal menor, por andar creyéndoles a los profesionales de la política y de la academia, acumulando una decepción más en su haber.

Ahora bien, si en lugar de teorizar nos ponemos a pensar desde la posición de los de abajo, y no desde los que pretenden controlar el Estado, que no otros más que los de arriba serían, sobre la necesidad de los de abajo, que son a quienes se aplica realmente la parte más fuerte de la explotación y el despojo, deberíamos estar escuchando y preguntando a ellos, los despreciados de siempre, cómo nombrar la autonomía y el autogobierno que se teje desde las propias comunidades y barrios, cómo nombrar el apoyo mutuo que están practicando para resolver la autogestión en la producción y la distribución de la alimentación, la vivienda, el trabajo, la salud, la educación, la comunicación, entre otras necesidades. En lugar de seguir pensando en el Estado, ¿no sería mejor tener puestos los cinco sentidos desde la dignidad?, y pensar cómo nombrar la forma en que los de abajo niegan la propia negación de que son objetos por la dominación capitalista.

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