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jueves, febrero 08, 2007

Opinión - Mario Edgar Lopez

El calentamiento global: brutal negocio contra el planeta

Jornada Jalisco

Hace más de treinta años que las elites gobernantes de los países industrializados, especialmente de los Estados Unidos, así como los altos ejecutivos de las grandes compañías petroleras, energéticas, tabacaleras y otros negocios contaminantes a nivel mundial, conocen los efectos devastadores del calentamiento global sobre el planeta. Y hace más de treinta años que calcularon su estrategia y su respuesta: permitir que el calentamiento global sucediera y convertir la crisis planetaria en un gran negocio.

El proceso que ha seguido este plan empresarial de las grandes corporaciones, en alianza con la clase política de las naciones poderosas, ha sido el siguiente: primero, por más de tres décadas negaron que el cambio climático fuera algo real (es sólo un “fatalismo”, decían); segundo, en octubre de 2006, de manera repentina, el mundo entero, es decir, los ricos del mundo y sus corporaciones, aceptaron oficialmente que el calentamiento global es una crisis en marcha y que ya tiene efectos irreversibles; tercero, actualmente las compañías transnacionales se disponen a sacar al mercado una extensa línea de productos y diseños a fin de lucrar con el miedo de los seres humanos y con la destrucción que se le avecina a la tierra.

Hacia 1970, diversos científicos al rededor del mundo comenzaron a llamar la atención sobre el daño que causaría al ambiente la emisión de gases de efecto invernadero. El problema no era la reflexión científica en sí misma, pero sí la difusión de esta postura, ya que afectaba a los impresionantes intereses industriales de las compañías que lucran con la petroquímica, entre otras. Desde entonces se desarrolló toda una estrategia para desacreditar las voces de alerta científica.

A la distancia y después de una recapitulación de lo que han sido estos más de treinta años, queda claro como se organizó la contraofensiva: por un lado, empresas petroleras como Exxon Mobil y tabacaleras como Philip Morris, sólo por mencionar las que más destacan en los análisis, financiaron grupos de científicos “independientes” que se dedicaron a negar la realidad del calentamiento global. El Internacional Policy Netwok (IPN), así como el European Science and Environment Forum, entre otras sociedades académicas privadas, llevaron la voz cantante publicando libros y reportes que contradecían a los científicos comprometidos, diciendo que el planeta no tenían ningún peligro del que preocuparse. “¿De qué riesgo hablan?” era el título de uno de esos libros.

Del otro lado, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se sumaron también a la campaña. Todavía en fechas tan recientes como 1991, el economista en jefe y presidente del Banco Mundial Lawrence Summers declaraba: “El riesgo de un Apocalipsis debido a un calentamiento global o a toda otra causa es inexistente.

e_SDLqLa idea de que el mundo corre hacia su perdición es profundamente falsa. También es un profundo error pensar que deberíamos imponer límites al crecimiento debido a los límites naturales; es además una idea cuyo costo social sería asombroso si alguna vez se llegase aplicar” y en 1992, en declaraciones al periódico The Economist, Summers era aún más enfático: “El argumento según el cual nuestras obligaciones morales respecto de las generaciones futuras exige un tratamiento especial de las inversiones medioambientales es estúpido”.

Hacia esas mismas fechas el internacionalista Paul Kennedy advertía que de producirse un aumento de dos metros en el nivel del mar, debido al derretimiento del hielo polar, unos 177 mil habitantes de las islas Maldivas resultarán completamente inundados, Egipto perdería el 15% de su territorio con la muerte de 8 millones de personas, Bangladesh tendría cifras similares y los Estados Unidos verían desaparecer bajo el agua una superficie mayor que Vermont o Massachussets. Pero todos estos datos se encontraban en el rango de falsedad y estupidez de la que hablaban los altos ejecutivos del Banco Mundial.

Por su parte la prensa estadounidense, país que es responsable del 25% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, igualmente hizo lo propio. El periódico “The Wall Street Journal” fue –y ha sido- uno de los principales medios masivos de divulgación utilizado contra las advertencias del cambio climático. Su papel como herramienta de desinformación ha sido tan descarado, que alguna vez Noam Chomsky comentó “si tuviera el talento escribiría un cuento breve sobre el Wall Street Journal.

e_SDLqEn este cuento supongo que las oficinas del diario están en el séptimo piso de algún rascacielos de Nueva York. Los periodistas están ahí sentados componiendo un número del Wall Street Journal en el que se afirma, una vez más, que el efecto invernadero es sólo un engaño inventado por fanáticos de izquierda. Para cuando envían el número a la imprenta, el nivel del agua ha llegado hasta dónde se encuentra la oficina, y se puede escuchar a los periodistas gorgoreando mientras ponen en marcha la impresora”.

Pero en octubre de 2006 todo cambió, con la presentación del llamado Informe Stern. Las elites globales comenzaron a bajar la guardia. Desarrollado por el economista Nicholas Stern, curiosamente ex jefe económico del propio Banco Mundial y actual consejero del gobierno del británico Tony Blair, el informe hace oficial lo que ya era patente: el calentamiento global sí existe y está causando daños irreparables. ¿A qué buena voluntad repentina se debe este reconocimiento?, a ninguna: se trata del banderazo de arranque para los grandes negocios, además con la condición extra de que “es urgente” hacer algo de inmediato, porque, quien sabe cómo se nos pasó el tiempo. Desde ese entonces el terreno para justificar las inversiones está despejado.

Escuchemos las tres grandes conclusiones del Informe Stern: 1) es necesario crear un gran mercado para las emisiones de gases, de tal forma que las industrias contaminantes puedan seguir contaminando, con la condición de que paguen a otras industrias o países para que estos se abstengan de contaminar (por ejemplo, dice el periódico La Crónica de Nuevo León, “México puede vender bonos de carbono, es decir, los esfuerzos de empresas estatales y privadas en la reducción de emisiones de este gas a países que no cumplirán las metas establecidas en el Protocolo de Kyoto…un ejemplo es España, que comprará los primeros bonos mexicanos en este nuevo mercado, pues no cumplirá con su meta para 2015, que consistía en reducir 15% sus emisiones…”); 2) es necesario invertir en diversas tecnologías no contaminantes (las cuales curiosamente están siendo experimentadas por las propias compañías contaminantes como las petroleras y las tabacaleras) y 3) es necesario remover todas las barreras que impiden el desarrollo (término que suele aplicársele, en realidad, a una forma de subdesarrollo controlado, con el fin de justificar el libre comercio que sólo se le exige a los países pobres).

Finalmente, gracias al Informe Stern, se están preparando una serie de productos y servicios que lucrarán con la catástrofe planetaria. Durante el cuarto Foro Mundial del Agua, celebrado en México en marzo de 2006 se realizó la mesa Cambio climático global y mitigación de inundaciones urbanas, la mayoría de los asistentes iban con la expectativa de escuchar exposiciones sobre la necesidad de mitigar el efecto invernadero, pero el tema fue otro: diversas empresas multinacionales presentaron su planes sobre los nuevos edificios flotantes y las ciudades acuáticas del futuro. Los ejecutivos comenzaban diciendo “el cambio climático es irreversible y tenemos que aprender a verlo positivamente, es decir, como una gran oportunidad para los negocios, quizás lo único malo es que la gente sufrirá”.

Mientras este gran negocio avanza, los datos del calentamiento global son aplastantes: el año 2007 será el año más caluroso del planeta según reportes de la Universidad de East Anglia en Gran Bretaña, se prevén la profundización de sequías en la India y las inundaciones en California; así como mayores huracanes en el Océano Atlántico y tifones en el Pacífico, con posibles devastaciones en el Caribe. El aumento en las emisiones de carbono y el consiguiente calentamiento planetario hará desaparecer, en los próximos 50 años, 56,000 especies de plantas y 3,700 de vertebrados; el 56% de las especies de peces en el mediterráneo y el 28% de las especies de Africa. Y mientras escribo esto, me invade un poderoso frío en el cuerpo y en el alma.

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