
Los especialistas en abuso sexual contra menores suelen afirmar que el ofensor no tiene una psicopatología específica, no pertenece a ninguna clase social en especial y hasta puede ser una persona absolutamente exitosa profesionalmente. Tampoco todos asesinan ni violan ni cometen sus crímenes estando alcoholizados. La mayoría de los abusadores hasta pertenecen al entorno social de las pequeñas víctimas. Algunos abusadores, tal vez los más peligrosos por la sutileza con la que cometen sus delitos, pueden parecerse a Lewis Carroll.
Retrato de un abusador.
Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), un pastor anglicano nacido en Inglaterra, fue no solamente el autor de Alicia en el país de las Maravillas sino un talentoso fotógrafo y matemático. Su apodo era Lewis Carroll. Algunas de las fotos que les sacó a sus pequeñas víctimas se conservan; otras, en las que ellas fueron fotografiadas desnudas, han sido, según parece, casi todas destruidas por su sobrino y albacea. En una de esas fotos, la niña está acostada en un diván, como una pequeña maja desnuda violentada por la conducta y la mirada obscena del artista. En casi todas las fotos, las criaturas tienen una expresión de suma tristeza o de enojo. A esas pequeñas, hijas de familias de clases distinguidas y pudientes de la sociedad inglesa, Lewis Carroll las vestía, en ocasiones, con andrajos o en camisón.
Mientras los padres y la sociedad toda ¿qué veían? Más aún, ¿qué vemos? Los psicoanalistas no podemos quedarnos, en todas las ocasiones, deslumbrados frente a la estética de una foto o de un texto. No cuando esa foto o ese texto violentan y lastiman a una criatura. Por lo contrario, tenemos la obligación que nos exige nuestra profesión y nuestra ética: ir más allá de lo aparente para leer entre líneas. En esta tarea, solitaria, a veces debemos enfrentarnos con un mito - en este caso con el del maravilloso escritor que fue Lewis Carroll - y denunciarlo. Y si lo hacemos, cien años después, es porque hoy sabemos mucho más de la pornografía y de la prostitución infantil que en la época de Carroll.
Hoy sabemos que esa pornografía navega impunemente por Internet, que da grandes ganancias económicas y que los pornógrafos se protegen entre sí, se ocultan y se justifican unos a otros. No denunciarlos es hacernos cómplices, con nuestra desmentida, de sus delitos.
El hermoso libro-objeto Niñas contiene algunas de las fotografías tomadas por Carroll y un estudio preliminar particularmente interesante en el que su autor, Brassaï, escribe reflexiones sumamente contradictorias: "Los trucos y la diplomacia desplegados por este tímido pastor anglicano son singularmente similares a los manejos de un seductor impenitente. Como un Landrú, contabilizaba meticulosamente la lista de sus 'conquistas'" .
En marzo de 1863 eran ciento siete las niñas fotografiadas. Brasaï se pregunta "¿Cuál era la naturaleza de la extraña fascinación que ejercían sobre él estas niñas?". Según este autor, no era en realidad a ellas a las que Carroll amaba sino a "un cierto estado fugitivo, transitorio, ese breve instante del alba que despunta entre el día y la noche. Todas sus amigas- niñas no eran más que las médiums, las reveladoras de este estado, y, gracias a ellas, el poeta conservaba el espíritu de la infancia?".
Pero nosotros podemos preguntarnos ¿hace falta desnudar cuerpos infantiles y fotografiarlos para conservar "el espíritu de la infancia"? ¿Acaso eran esas las motivaciones que incitaban a Landrú para cometer sus crímenes? A Carroll no le interesaban ni los niños varones ni las jovencitas púberes. Brassaï nos informa, en relación a las pequeñas, que "en cuanto sus sentidos se despertaban y sus senos crecían, era el fin y el honorable clérigo se veía condenado a reemprender la caza".
De sus decepciones y malos tratos hacia las niñas dan testimonio una gran cantidad de cartas publicadas en Los libros de Alicia, con introducción de Eduardo Stilman y prólogo, a nuestro pesar, de Borges. Las niñas, entre otras cosas, son para Carroll, sus "preciosas", sus "tesoros", sus "queridas amigas". Como si un adulto pudiera entablar con un niño esa relación asimétrica llamada amistad. Como si un adulto, sépalo o no, quiéralo o no, no ocupara siempre para el niño el simbólico lugar de padre.
Sabemos que Lewis Carroll dedicó sus textos a Alice Lidell, a quien conoció en 1862. Ella tenía diez años y Carroll treinta. También es conocido por todos que en 1865 los padres de Alice le prohibieron a Carroll que volviera a acercarse a ella y a sus hermanitas y a frecuentar su casa. Además, rompieron todas las cartas que el reverendo Dodgson le escribiera a Alice.
Tanto Stilman como Brasaï, así como Cohen -un biógrafo del autor de Alicia en el país de las maravillas - niegan que el famoso escritor haya sido un abusador de niñas. Como ellos se dedican a la literatura, sus reflexiones tendrían que ceñirse específicamente a su especialidad... Por otra parte, no hace falta ser psicoanalista para comprender, a través de esas cartas y de esas fotos, que Carroll abusaba sexualmente de sus pequeñas víctimas. Comprobamos, una vez más, que para ser un abusador de menores no hace falta vivir hacinados en una villa miseria. Se puede ser fotógrafo, clérigo, médico, ingeniero y hasta psicoanalista. Solamente hace falta "fabricar" a un ofensor. Todos ellos son fabricados socialmente. Pero esto ya es tema para otra nota.
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