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jueves, febrero 01, 2007

Opinión - Mario Edgar Lopez

El asesinato de Gandhi: el poder de la no-violencia

Jornada Jalisco

Hace 59 años, un 30 de enero de 1948, moría asesinado Mahatma Gandhi: esta “alma grande”, como lo nombró el poeta Rabindranath Tagore, era alcanzado por el odio de un joven fanático hindú. La paradoja es y sigue siendo grande: el hombre que optó por una lucha no-violenta, fue alcanzado por la violencia. El cuadro podría parecer triste y deprimente, pero si exploramos más a fondo el sentido de la no-violencia, podemos llegar a entender que el Mahatma no podría tener otro destino, ya que la función de la no-violencia es revelar la maldad y la injusticia de los violentos. Es un llamado, no a que los violentos cambien –cosa que bien podría suceder, pero no como objetivo principal–, sino a que los hombres de alma grande despierten y se pronuncien.


La no-violencia es una forma de evidenciar la crueldad del sistema de poder, desnudándolo de las formas en las que busca ocultar su espíritu impositivo sobre la libertad de los hombres. Por ello la no-violencia, que ha sido desprestigiada como una práctica de los débiles, es en realidad una poderosa forma de quebrar el poder de los imperios e implica un sistema más elaborado y más desarrollado que las estrategias de resistencia violenta.

La primera cuestión que hace de la no-violencia una fórmula con alto grado de elaboración, es que implica una disciplina que surge desde el interior de la condición humana hacia la acción exterior con la sociedad. Como lo comenta Howard Gardner: Gandhi no creía que él pudiera actuar como un agente de cambio social e impulsar una nueva ética de la solidaridad y así conseguir una mejor situación para su pueblo, a no ser que él mismo hubiera alcanzado y llegado a encarnar algún tipo de autoridad moral. “A Gandhi le parecía que sólo llevando una vida ejemplar e intentando influir en quienes le rodeaban para que hicieran lo mismo, alcanzaría el grado necesario de pureza espiritual; y creía que sólo cuando tal pureza hubiera sido conseguida, tendría autoridad moral para plantear las exigencias a los demás en la escena pública”.

Por lo anterior la no-violencia es menospreciada por la teoría del poder que aprenden nuestros políticos y nuestros politólogos, porque la no-violencia parte de la integración de las personas –abarca al ser humano completo–; mientras que el poder que ejercen los gobiernos en el fondo no difiere del poder de las mafias: este poder estima que las decisiones de control, represión e imposición son “por el bien del Estado” o por el “bien de la organización” y no contra las personas concretas. El hombre de poder piensa de sí mismo que una cosa es él y otra el rol que juega como político o como líder de una organización del tipo que sea. Así, para el poder impositivo existen dos éticas: la ética privada, en la que un represor es capaz de amar a su familia y la ética pública en la que es capaz de ordenar una masacre por el bien de la patria.

La no-violencia plantea más bien la ética de la responsabilidad, la cual no implica dejar de defenderse, sino asumir que lo que uno hace para defenderse, lo hace como persona integrada y no simplemente como un rol que toca jugar. Lo anterior requiere un alto grado de conocimiento de sí mismo, lo cual es inaceptable para la comodidad de los poderosos. La no-violencia es un viraje del poder impositivo, al poder expositivo (ese poder que convence, no que subyuga), como lo dice Antonio González.

Siguiendo de nuevo a Howard Gardner, sobre la mente creativa de Gandhi: “para gente como Gandhi, creadores políticos, el núcleo de su obra creativa consiste en la capacidad de movilizar a otros seres humanos al servicio de un objetivo mayor, a menudo acometido con gran riesgo personal”. Es esta última parte, la referida al riesgo personal, la que hace congruente el asesinato del Mahatma, ya que la congruencia personal, llevada con responsabilidad y conciencia, hasta el límite, es algo insoportable para el poder político impositivo: un hombre que dice la verdad y no entra en la complicidad silenciosa, es un problema que hay que eliminar. Esta congruencia sólo surge cuando se hace claro, para quien opta por ella, el nivel de ferocidad que tiene el sistema de injusticias y desigualdad, lo que obliga a no condescender con él bajo ninguna circunstancia. Sin este nivel de conciencia, no puede nacer la congruencia. Aquí esta la raíz que le da lógica a las diversas estrategias de resistencia no-violentas, que son practicadas por diferentes movimientos civiles alrededor del mundo. Sin la claridad de conciencia requerida, incluso las estrategias no-violentas se vuelven simples instrumentos que pierden el sentido y, con ello, el efecto.

Para comprender las estrategias no violentas no se puede perder de vista lo anterior. La no-violencia puede traducirse en una postura de no cooperación con las injusticias; tal como Gandhi lo afirmaba “la no cooperación con el mal es un deber sagrado”. La oposición no violenta “incluye el rechazo total a cooperar o participar en las actividades del grupo injusto, incluso a comer alimentos que procedan de ellos. Es inútil para quienes carecen de una fe viva en el dios de amor y de amor hacia toda la humanidad. Quien la practica debe estar dispuesto a sacrificarlo todo, excepto su honor. Debe impregnarlo todo y no simplemente ser aplicada a algunos sectores aislados”, concluye el Mahatma.

Otra forma de la no-violencia es la desobediencia civil que parte del hecho de que “ningún gobierno de la tierra puede hacer que los hombres que han logrado la libertad en sus corazones le aclamen contra su voluntad”, y también comentaba Gandhi: “yo tenía que desobedecer la ley británica porque estaba actuando en obediencia a una ley más alta, la voz de mi conciencia”. La desobediencia civil incluye una condena a cualquier sistema que, pretendiéndose justo, actúe injustamente y ponga como justificación sus “razones superiores”, tal como nos lo recuerda Ma. Asunción Gutiérrez, según los dichos de este extraordinario hindú: “la libertad y la democracia dejan de ser santas cuando sus manos están teñidas de sangre inocente”.

Finalmente otra forma que adquiere la no-violencia como estrategia, es lo que podríamos llamar la obra maestra del Mahatma Gandhi: el satyagraha o resistencia pasiva, que consiste en usar la fuerza de la verdad contra la mentira, la fuerza de la no-violencia que entra en juego “solo cuando entra en contacto con la violencia”. Es así como entendemos el asesinato de Gandhi, como juego de luz y oscuridad, que evidenció y que sigue evidenciando que nuestro sistema, el cual pretende ser democrático, libre y de derecho; está en realidad soportado por intereses que, si bien toleran algunas cosas, no dudan en aplicar la violencia brutal cuando lo estiman conveniente. El asesinato de Gandhi nos rememora este hecho. Hoy, después de 59 años, resuenan los ecos de ese hombre del cual Albert Einstein llegó a decir: “quizá generaciones venideras duden alguna vez de que un hombre semejante fuese una realidad de carne y hueso en este mundo”; ese mismo hombre que hoy, que tanto necesitamos la paz, nos recuerda: “no hay caminos para la paz, la paz es el camino”.

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