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viernes, febrero 16, 2007

Opinión - Jorge Souza Jauffred

LA FERIA

Jornada Jalisco

Los nuevo tiempos, insiste la propaganda, son estupendos. Son tiempos –confirman los gobiernos y los medios masivos de comunicación—, de competencia y de libertad. Tiempos en los que cualquier persona, si tiene la inteligencia suficiente y realiza el esfuerzo necesario, puede obtener el mayor premio que otorga este sistema: el dinero; es decir, una especie de bono que puede traducirse en más o menos poder para ejercer la “libertad”, y que constituye el fondo sobre el que pueden –o no— disfrutarse las cosas que nada cuestan.

Con un poquito de dinero, por ejemplo, una persona es lo suficientemente libre para ir en camión a la Plaza Fundadores y comprarse un elote con queso. Con un poco más, tiene la libertad necesaria para viajar en taxi al Centro Magno y disfrutar un sushi de camarón; y con más dinero en la bolsa (o en la tarjeta), la libertad alcanza para trasladarse en un auto lujoso a un buen restaurante y comer con la familia los platillos preferidos, los mejores vinos y las bebidas predilectas. Sin dinero, ninguna de estas libertades es posible. Claro, no todos tienen dinero en la bolsa.

Así, la libertad es –al menos en gran parte— una cuestión de pesos. En esta lógica, podemos asegurar que 40 millones de mexicanos que subsisten casi milagrosamente con menos de 25 pesos diarios (son cifras del INEGI), tienen apenas la libertad suficiente para vivir en condiciones miserables; para comer frijoles, tortillas y chile; para vestir ropa de segunda mano, habitar una vivienda deprimente y viajar en camión lo menos posible (cuesta 4.50 pesos el pasaje y amenaza con subir).

Su libertad, pues, es muy poquita. No alcanza para viajar a Europa, por supuesto. Ni siquiera para viajar a Chapala. Es, en cambio, una libertad para morirse de hambre, para soportar los problemas sociales de la marginación y el desempleo y para ver cómo los hijos crecen y luchan para seguir la misma senda de limitaciones y penurias.

El amor, es cierto, no cuesta. Tampoco levantar el rostro al cielo y observar una luna repleta como farol en alto sobre el techo del mundo. No se requiere pagar ninguna cuota (hasta ahora, al menos) para aspirar el olor de una tarde lluviosa o para compartir un momento feliz con un ser amado. En esos hechos se apoyan los defensores del sistema de libre competencia para insistir en que la libertad es un patrimonio compartido. Pero, lamentablemente, esta afirmación es parcial e incompleta. Ni el amor, ni la luna, ni la lluvia pueden ser disfrutados cuando no hay el dinero indispensable para alimentar a la familia, cuando no puedes llevar a tu hijo al doctor ni comprar un medicamento necesario para curarlo, o cuando ves a tus hijos consumirse en el camino de las drogas porque la escuela les estuvo negada.

2. El dinero, dice Andrés Zapién, no es la felicidad… y menos si es poquito. El poder que otorga a quien lo posee constituye el telón de fondo para el disfrute de las otras cosas, las gratuitas. El recurso económico es necesario tanto para gustar de aquello que cuesta como para apreciar lo que no cuesta; porque el amor y la luna y el mar y la lluvia y una canción y un beso (que no tienen etiqueta) se aprecian solamente cuando hay salud, cobija, alimentos y los hijos estudian. Para una familia víctima del desempleo, la miseria o la violencia, no hay luna que baste ni sol que se disfrute.

3. Uno de los grandes logros de quienes han usufructuado el neoliberalismo en su provecho ha sido hacernos creer (soñar acaso) que vivimos en un sistema de libertades completas. Desde que somos niños, se nos vende esa creencia como absoluta. La libertad, se nos dice, fue conquistada por nuestros ancestros y, por lo tanto, es nuestra. Esta insistencia ha quedado plasmada en los libros, pero sobre todo en las creencias populares; circula de persona a persona como una cosa obvia; aparece en miles de “mensajes” radiofónicos y televisivos que repiten hasta el cansancio que vivimos en una democracia y, por lo tanto, somos libres.

Gracias a que esta idea de libertad ha sido sembrada cuidadosa y finamente en nuestras mentes, es que “el poder” se justifica a sí mismo y se describe como el premio a una libertad bien aprovechada; en oposición, se presenta la marginación y la miseria como el resultado de la libertad desaprovechada (“es que son borrachos, por eso son pobres”). En la base de esta idea se encuentra la creencia ampliamente defendida por el neoliberalismo de que la competencia es justa. Nada más falso. La libre competencia es lo más injusto del mundo. Unos compiten en Mercedes y otros en patín del diablo ¿es una competencia justa?

En términos sociales, quienes pertenecen a un entorno deprimido, en el que el ámbito familiar está desgastado y tensado por las condiciones que emergen de la miseria (falta de tiempo para la familia, escasez de dinero, preocupaciones constantes, imposibilidad de pagar estudios o médicos, etcétera) no tienen las oportunidades de los hijos de los ricos. El medio en el que se desarrollan es muy distinto y los va construyendo como determinada clase de sujetos. Los ricos, en cambio, estudian en escuelas avanzadas, en las que se relacionan con otros estudiantes del mismo nivel económico; obtienen trabajos muy bien remunerados y, en general, cruzan por la vida con las facilidades que otorga el poder económico y/o político. No obstante, unos y otros consideran que sus éxitos y fracasos son el producto de su “libertad” de acción.

En esa forma, el peso de la responsabilidad es evadida por el sistema, y se carga a la cuenta de quienes padecen la pobreza.

4. En un reino lejano, en donde los ciudadanos eran ciegos, los gobernantes (quienes gozaban de una vista perfecta) exaltaban la libre competencia y la libertad de acción. Al fin de cuentas, en esa competencia resultaban siempre vencedores y, al paso de las generaciones, los mismos apellidos ascendían a los cargos poderosos. La clave para que la clase gobernante se mantuviera el poder, era hacer creer a los súbditos que todos eran libres, que podían competir en igualdad de circunstancias y que la miseria y fracasos de cada quien eran su responsabilidad.

Y eso es todo por ahora, nos leemos el lunes en la misma Feria.

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