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lunes, febrero 19, 2007

Opinión - Jorge Gómez Naredo

El presidente ilegítimo y la patria en peligro

Felipe Calderón, por más esfuerzo que realiza para legitimarse, no puede borrar el estigma de ilegitimidad que lo acompañará siempre, en su vida pública y en la privada. Ha montado operativos policiaco-militares para supuestamente desarticular a las organizaciones delictivas, mandando un claro mensaje de intolerancia e intimidación a cualquier agrupación social y al movimiento opositor a su usurpación. Ha plagiado propuestas de Andrés Manuel López Obrador, las cuales no han funcionado porque no se han llevado a cabo con inteligencia y congruencia: los sueldos de los funcionarios públicos siguen siendo indignantes para la mayoría de la población; las comilonas, francachelas, gastos de representación y el dispendio de recursos estatales se han mantenido intactos. Nada ha cambiado, porque mientras un obrero recibe menos de cincuenta pesos al día, cualquier personaje del círculo cercano a Felipe Calderón, por el mismo día de labores percibe por lo menos 4 mil pesos, además de no gastar ni un céntimo en alimentación, transporte, telefonía, etcétera.

La embestida mediática para crear la imagen de un presidente fuerte, legítimo, legal e inteligente, tampoco ha dado buenos resultados. El disfraz de militar no ha surtido efecto, ni la banda presidencial usada por Calderón en diversos actos públicos parece convencer a la gente: en la cultura popular quien “no tiene cara” de presidente, jamás la tendrá; la boina militar, la chaqueta castrense, la banda tricolor y un ejército detrás de él son insuficientes para legitimar. Calderón no es presidente y miles de anuncios televisivos y radiofónicos no han podido transformarlo en eso que tanto desea, anhela y sueña.

Pero además de ineptitud, soberbia y falta de experiencia para gobernar, a Calderón se le recuerda a diario su ilegitimidad, no solamente por parte de los opositores y del movimiento en rededor de López Obrador, sino dentro de las filas blanquiazules y del empresariado corrupto que lo apoyó económicamente. Vicente Fox, en una declaración en Estados Unidos, adujo con total cinismo e impudencia: “dieciocho meses antes de la elección, él [Andrés Manuel López Obrador] rompió la ley. Decidió [sic] construir un camino en propiedad privada [sic]. [Yo] Tenía un dilema [sic] de, por un lado, cumplir la ley [sic] y respetar la orden del juez o, por el otro lado, [tomar en cuenta] el reclamo [sic] de López Obrador de que su candidatura a la Presidencia se respetara. Fue una decisión difícil: y perdí [...]. Pagué el costo político, pero 18 meses más tarde yo tuve la victoria. El día de la elección, el candidato de mi partido ganó [sic]”. ¿Quién ganó la elección? ¿Vicente Fox, Felipe Calderón? O mejor dicho, ¿quién ganó el fraude?

Felipe Calderón carece de legitimidad ante propios y extraños: dentro de los círculos empresariales que invirtieron en él es un subordinado, una especie de gerente que recibe órdenes, un “pelele” (según la vigésima segunda edición del Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, pelele significa: “figura humana de paja o trapos que se suele poner en los balcones o que mantea el pueblo en las carnestolendas”) acostumbrado a decir sí a sus amos, a sus dueños, a quienes lo llevaron a donde está y a quienes les debe todo. El mismo Vicente Fox reclama su posesión: “yo tuve la victoria”. ¿Qué hizo entonces Calderón?, ¿cuáles son sus méritos? Simple: obedecer, decir sí a todos y actuar como se debe, como precisan los intereses de los propietarios, del patrón.

Sin legitimidad, acorralado por quienes lo llevaron a la Presidencia a través de un fraude, Felipe Calderón hace daño, hiere al país y lo lastima. La intimidación (un arte manejado a la perfección por Ramírez Acuña) cada día se vuelve más cotidiana: ahí está el fotógrafo (¡de un diario de derecha!) brutalmente golpeado por elementos del Estado Mayor Presidencial (EMP) en Tlaxcala, por cometer el grave delito de querer tomar una fotografía. El miedo se traduce en violencia y se pretende hacer cotidiana la impunidad, la intimidación y la represión.

Pero con Felipe Calderón no solamente peligran las libertades de expresión, de manifestarse, de decir “no estoy de acuerdo”; también corre riesgo la viabilidad de México como país, la riqueza de la población, de los mexicanos. La intención del actual gobierno es privatizar los recursos energéticos de la nación, ponerlos en venta, dejar sin su suelo a quienes pueblan estas tierras. Quienes gastaron grandes sumas de dinero en la campaña de Calderón quieren su pago y el respeto a lo acordado: buscan hacerse “legalmente” de una de las empresas que más recursos genera, de Pemex. La estrategia es clara: estructurar un discurso de “falta de viabilidad” en la paraestatal y colocar a la inversión privada como solución, panacea, como el elíxir que hará que todo esté bien y funcione en beneficio “de las mayorías”. El plan está listo y desde el Congreso el PAN y el PRI, a instancia del gobierno federal, tratarán de modificar la Constitución para que los capitales privados se adueñen de la riqueza energética del país. Y será en ese momento cuando el pueblo de México alce la voz y defienda la patria. No falta mucho y la batalla será difícil, pero el pueblo de México está acostumbrado a la heroicidad.

jorge_naredo@yahoo.com

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