La santa alianza
Jornada Jalisco
Los diagnósticos que de diversas maneras y por instancias diferentes se han hecho sobre la educación en el país nos muestran un sistema que se encuentra en crisis crónica, la cual tiende al desastre, a la catástrofe generalizada. Cada gobierno ha anunciado su intención de reformar a fondo la educación con propuestas que se presumen de innovadoras, pero al término de la gestión el problema no hace sino agudizarse. ¿Qué es lo que realmente hace falta para que la escuela se convierta por fin en ese espacio de convivencia y aprendizaje social que el país está necesitando con extrema urgencia?
En días recientes hemos presenciado el encuentro del gobierno federal con la dueña del sindicato de los maestros. Calderón y Gordillo han signado lo que se dio a conocer como la alianza absoluta. Entre los compromisos que ambas partes han adquirido se encuentra el de la participación del SNTE en la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo en materia educativa. Se habla también de promover una reforma a fondo en el sector, priorizando la formación técnica de los alumnos y su vinculación con los procesos productivos. Gordillo le ha expresado al presidente Calderón su disposición a la fidelidad total, lo que en términos estrictamente políticos no puede sino interpretarse como sumisión al poder y la creación de una relación de complicidades inconfesables.
En principio, es correcto que los maestros participen directamente en la elaboración de la política que el gobierno diseñe y aplique en el sector educativo. Ninguna reforma puede funcionar si no pasa por las manos de quienes son los protagonistas de la educación: los docentes y los alumnos, incluyendo a los padres de familia, así como la comunidad que forma parte del contexto en que se inserta la escuela. El problema que se presenta es que ni Elba Esther Gordillo ni la cúpula del SNTE, que ella controla, representan los intereses legítimos del magisterio, mucho menos el interés educativo de la sociedad. Un congreso controlado desde el vértice superior sólo servirá para avalar la línea que ha sido elaborada previamente y que se impone para acatar la orientación del gobierno federal.
No estamos, entonces, ante un mecanismo de participación que pudiera calificarse como democrático. Lo que presenciamos es el fortalecimiento de un nuevo tipo de corporativismo sindical, éste de corte derechista, que estaría imponiéndose con la experiencia del SNTE. El corporativismo clásico que vivimos cuando el PRI estaba en el poder se basaba en una relación de simbiosis entre las cúpulas gubernamental y de los sindicatos. Los sindicatos aportaban una fuerte dosis de soporte social al gobierno y, a cambio, recibían protección oficial e impunidad para que los líderes controlaran a los trabajadores y se enriquecieran con las cuotas sindicales y con el reparto a discreción de ciertos espacios de poder. Es lo que sucede ahora entre la cúpula del SNTE y la Presidencia de la República.
La orientación hacia la derecha de esta relación de corporativismo político-sindical afecta de una manera mucho más grave a la educación. El sindicato de maestros no será ya el contrapeso que se necesita para evitar que se imponga una visión neoliberal en la reforma educativa. Al contrario, el SNTE se convertirá en un instrumento sumiso e incondicional que siga al pie de la letra la voluntad del gobierno. A cambio, Elba Esther Gordillo gozará por otro tiempo indeterminado de los privilegios ilícitos e ilegítimos de los que se ha venido haciendo desde que se encuentra a la cabeza del sindicato. Es, a fin de cuentas, una relación perversa que facilitará el desplome del carácter público, gratuito y laico de la educación.
Ya se vio que la propuesta calderonista para educación no rebasa esa visión que se venía manejando desde el sexenio anterior y que consiste en eliminar paulatinamente la parte humanista en la formación de los niños y los adolescentes. Siguiendo los mandatos de las grandes trasnacionales, el gobierno mexicano se propone formar mano de obra calificada, pero excesivamente barata, para los procesos de producción y de servicios. De ahí el acento en el desarrollo de competencias de tipo técnico, restándole importancia al área de formación cultural, a la creación de una conciencia crítica, decidida a convertirse en acción transformadora. No se trata, desde luego, de despreciar el uso de las nuevas tecnologías y su dominio para el trabajo. De lo que se trata es de evitar que la escuela sólo forme alumnos rotobizados, que se integrarán al trabajo como los nuevos esclavos del siglo XXI.
La educación es un bien social, de profundo interés público. De ahí que cada uno de los componentes que integran el sistema educativo nacional debe responder a los intereses legítimos de la sociedad, a su necesidad de desarrollo en todos los ámbitos de la vida pública, empezando por la cultura, las raíces y la identificación históricas. La educación no puede responder sólo a los intereses particulares de una élite social, mucho menos a intereses que provienen del extranjero y que se proponen usar la escuela para llevar a cabo una colonización cultural y del pensamiento completa. La educación, en tanto motor del desarrollo social, es de interés de todos. Es necesario que cualquier cambio que se imponga respete este espíritu y esta orientación. Los procesos de formación han de tener lugar en comunidades de aprendizaje cada vez más amplias y mejor articuladas, y el conocimiento que se construya ha de servir para que los sujetos adquieran la capacidad de conocer y transformar la realidad en un sentido humanista, de beneficio colectivo.
Ni el gobierno de Calderón ni la cúpula del SNTE en poder de Gordillo están en condiciones de impulsar una reforma educativa de tal naturaleza. Lo que se proponen es cuidar sus intereses particulares y darle a la política educativa un giro completo hacia la visión neoliberal. La verdadera revolución educativa ha de pasar necesariamente por la conciencia y las manos de los maestros de base, los que cada día se enfrentan a los verdaderos problemas que presentan los procesos educativos en los espacios donde tienen lugar. La revolución educativa que necesita el país tiene que pasar por un proceso auténtico de democratización del sindicato y de las propias escuelas. En una circunstancia así, Elba Esther Gordillo simplemente no tiene lugar. La transformación educativa, para que sea democrática y se coloque a la altura de los adelantos más recientes en materia de investigación y tecnología, ha de barrer con el charrismo sindical.
Hubo un tiempo en que el corporativismo de Estado funcionó porque la sociedad se hallaba maniatada de conciencia. La época que vivimos actualmente es de apertura constante de coyunturas que son favorables al cambio en un sentido social. Los maestros de base y la sociedad habrán de estar al pendiente del tipo de cambios que se pretenden imponer al sector educativo y si éstos son los que realmente necesita el sistema para formar los sujetos críticos y participativos que habrán de imprimirle a la sociedad un impulso a favor de los procesos de bienestar colectivo.
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