El desquite
Jornada Jalisco
Le ha resultado demasiado difícil a Felipe Calderón hacerse de la legitimidad que no pudo obtener durante el proceso electoral del año pasado. Esa tendencia a militarizar la vida pública del país lleva la intención de ganarse el respaldo de la sociedad y, al mismo tiempo, de disuadir los movimientos sociales que cuestionan su llegada al poder y la política económica -de privilegio para unos cuantos- que ha estado adoptando.
La sombra de Andrés Manuel López Obrador, su antípoda irrenunciable, aunque un tanto lejana y difusa, no ha dejado de perseguirlo. Recientemente se han hecho nuevos intentos para demostrar por todos los medios que AMLO había aceptado ya su derrota desde el mismo día de los comicios. El libro de Carlos Tello Díaz, titulado 2 de julio, ha sido uno de estos empeños. La inusitada difusión que ha tenido hace pensar en un nuevo intento por desacreditar a López Obrador y dejar sentado que Calderón ha sido en todo momento el presidente indiscutible de México. Podríamos estar ante una versión inédita de la guerra sucia desde el ámbito cultural.
Y es aquí donde se inserta, precisamente, esa declaración que hizo Vicente Fox en Washington con respecto a la contienda por la Presidencia de México. Andrés Manuel López Obrador salió triunfante de la amenaza de desafuero y el intento de inhabilitarlo como candidato por la vía judicial, pero el entonces presidente Fox tomó desquite durante la contienda. Es la voz de quien construyó todo un discurso de respeto a la ley cuando, lo supimos desde siempre, la estaba violando para poner todas las instituciones del Estado al servicio de sus intereses y ambiciones personales, al servicio de la continuidad de la derecha en el poder, al servicio de esa guerra bárbara que desató contra el candidato de la Coalición por el Bien de Todos para aniquilarlo políticamente.
En la búsqueda un tanto desesperada de Felipe Calderón de la legitimidad que todo gobierno requiere si se asume como democrático, las palabras de Fox se han convertido en un obstáculo enorme, en una puesta en evidencia que debería indignar a la sociedad, como de hecho está sucediendo. Estamos ante el reconocimiento de Fox de que, en efecto, como se denunció de diversas maneras en ese momento, el proceso electoral del 2 de julio se contaminó hasta el tuétano con la intervención directa de la Presidencia de la República a favor de quien se convirtió en el candidato oficial. Una declaración de esta naturaleza serviría en cualquier país realmente democrático para enjuiciar al ex presidente y para hacer una nueva revisión del proceso electoral.
Hay otra implicación mucho más delicada que se desprende de esta declaración llena de cinismo: el candidato oficial no hubiera podido triunfar, aun con todos los errores que pudo haber cometido AMLO, sin la ayuda enorme de la Presidencia de la República. Se deduce entonces que la legitimidad de la elección le pertenece, en efecto, a López Obrador y no a Calderón, quien se hizo presidente con el reconocimiento de instituciones que, como el IFE y el TEPJF, también fueron severamente cuestionadas por la sospecha de que terminaron sometiéndose a esa intervención presidencial que ha sido ya reconocida por el propio Fox.
Todo el esfuerzo de Calderón por hacerse de la legitimidad ausente se le ha venido abajo con esta nueva imprudencia de Fox. Lo que hay detrás de las palabras del ex presidente es también el reconocimiento tácito de que hubo un golpe de Estado anticipado contra Andrés Manuel López Obrador. Los golpes de Estado tradicionales que conocemos son los que se producen contra un gobierno legal y legítimamente electo. Lo que se hizo en México fue evitar a toda costa que AMLO llegara al poder cuando era obvio que contaba con todas las posibilidades para hacerlo.
Hay algo que en términos coloquiales se conoce para designar situaciones como las que últimamente ha protagonizado el ex presidente Fox: la desverguenza. Pero todo quedaría en mera anécdota si no fuera porque ese golpe desde el Estado contra el candidato con mayores posibilidades de ganar fue en realidad un golpe a la gran mayoría de la población que acudió a las urnas a votar, que a pesar de todo lo que había ocurrido durante la contienda confió en el poder de su voto; un golpe dictatorial contra la voluntad popular.
El sentimiento de satisfacción que se refleja ahora en el rostro de Fox al hacer alarde de esa batalla que ganó es en realidad una burla abierta, descarada, contra la mayoría de la población. La Presidencia de la República en manos de Fox se convirtió en un instrumento para satisfacer ambiciones personales y de grupo. No fue una Presidencia para todos. Mucho menos una Presidencia que se hubiera propuesto respetar en todo momento y circunstancia el mandato de las leyes. El triunfo de Calderón no es algo, entonces, que haya sido producto de un proceso limpio, transparente, equitativo y legal. Es un triunfo que fue construido artificialmente con la ayuda directa de quien era en ese momento el presidente de la República. Es el triunfo personal de Fox sobre su adversario más odiado. ¿En qué democracia se dan estas relaciones perversas de poder?
Andrés Manuel López Obrador ha desaparecido prácticamente de la escena política. Se ha dedicado a recorrer los municipios para repartir credenciales de representación de su gobierno legítimo. Ha hecho apariciones esporádicas en escenarios de repercusión nacional. Hasta se llegó a pensar que su movimiento se estaba desinflando y ya sólo era cuestión de tiempo para presenciar el derrumbe completo. Pero sucede que la sombra de AMLO es tan poderosa que se aparece de pronto hasta en los discursos del ex presidente y en puntos programáticos del gobierno actual. Es en todo caso la fuerza de la dignidad y la autenticidad de principios. A AMLO se le puede cuestionar que esté desperdiciando ese vigor que hacía vibrar a las masas y moverlas en su apoyo, pero hasta ahora nadie lo puede acusar que se haya burlado de la gente que creyó en él y, sobre todo, que creyó en la democracia. Es la gran diferencia con quienes del otro lado de la barricada no han dejado de considerarlo como un enemigo poderoso al que hay que eliminar de la realidad política mexicana como sea.
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