La sumisión de la izquierda liberal
Jornada Jalisco
La situación económica y política que padecemos genera condiciones para tomar conciencia respecto de la necesidad de pensar al margen de la lógica y la racionalidad de los de arriba: los capitalistas, los gobernantes, los partidos políticos, los rectores, los gerentes, los jefes, etcétera. Con todo, aún queda un buen trecho para empezar a pensar desde abajo y con los de abajo. Confrontar la política de contrainsurgencia del Estado o echar a caminar procesos de autonomía, sigue siendo una falsa disyuntiva.
El ánimo que genera la situación política actual es diferente según se perciba. La angustia y la desesperación se hacen presentes para quienes por primera vez sufren el desprecio de la clase política gobernante y, hasta cierto grado, el despojo en sus bienes y formas de subsistencia. En otros, los persistentemente explotados y despreciados, el ánimo es como siempre, de incertidumbre, sólo que ahora el principio esperanza que alimenta su resistencia cotidiana a la dominación se nutre de la rabia que ocasiona el exceso con el que se conducen la clase política y sus amos, los capitalistas.
En todos los ámbitos sociales se puede observar este fenómeno: entre los que son desplazados de sus posiciones privilegiadas en las instituciones públicas y privadas (gobiernos, universidades, empresas privadas, partidos políticos, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, etcétera), entre quienes son despojados de sus bienes y condiciones de vida (les quitan sus segundos o terceros salarios, les cobran más por los servicios de lujo de que disfrutaban, les suben los impuestos y costos de servicios públicos, los despojan de sus puestos de trabajo, etcétera) y entre quienes empiezan a sufrir del trato inmoral y despótico de los gobernantes que antes los utilizaban para conseguirse una cierta legitimidad.
En lo que respecta a los de abajo, a la rabia se ha sumado la experiencia de lucha y rebeldía de los últimos tiempos, esto es así pues han comprobado que si se construye la autonomía en la producción y el gobierno, así como la autogestión de su vida cotidiana, se puede prescindir de los de arriba. También han comprobado que cambiar a estas formas de hacer política y de vida trae consigo una reacción violenta del Estado y ello exige ampliar la organización entre los de abajo, ya que las condiciones de confrontación son desiguales.
La lucha de clases es asimétrica, es decir, los que tienen el poder y la máquina del Estado para controlar y someter, tienen condiciones favorables para dominar; y los dominados están obligados, si quieren dejar de serlo, a reconocer que desde donde viven resisten a la explotación, al despojo y a la represión. Así, los sujetos de la lucha de clases, no se pueden pensar desde las mismas posibilidades ni utilizando las mismas estrategias, pues visto en perspectiva de futuro no se lograría deshacer la forma de relación social de dominación, sino sólo pasarse de un espacio a otro, de ser parte de los dominados o de los dominantes, de reproducir la forma de relación social capitalista.
Esto tiene relación con lo señalado por Robert Kurtz, quien advierte que las leyes de la máquina capitalista se han internalizado universalmente, y se les acepta como norma, de tal manera que al plantearse una crítica radical parece “una locura tan grande como intentar atravesar un muro en lugar de utilizar la puerta” y eso, muchos académicos y políticos de izquierda liberal, lo sienten cuando se toca el nervio de las condiciones económicas prevalentes, pues les duele que les recuerden su rendición incondicional y prefieren, desarmados teóricamente, renunciar a cualquier crítica seria del mercado, del dinero y del fetichismo, arguyendo que eso es ser anticuado y hacer crítica estéril.
Lo anterior está íntimamente ligado a las formas de hacer política. Hay quien insiste en las viejas formas de hacer política, en las que al ser desplazado y despojado de los privilegios y migajas del poder y el dinero, ahora se abocan a defender pequeños espacios y un especie de indulto para conservar prerrogativas o franquicias para convertirse en los administradores-mediatizadores asistencialistas de las políticas neoliberales.
La lucha de clases no se reduce al conflicto entre quienes tienen el poder y quienes quieren quitarlos para ponerse ellos, para lo cual crean partidos políticos como embriones de Estado, eso sólo significa reproducir la lógica de utilizar los mismos medios para la dominación. Es decir, estaríamos en el espacio y el tiempo del poder y el Estado, nada que ver con la lucha por la emancipación social de quienes viven y quieren vivir del trabajo y no de los que explotan el trabajo ajeno. Esto sugiere una cuestión que se llama dignidad y que seguramente no entenderán quienes no les importa tener un comportamiento indigno con tal de conseguir manteniendo su “calidad de vida”.
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