14 de febrero y las sucias calles de Chicago reflejaban lo gris del cielo con su mezcla de nieve y lodo y lodo. Las ráfagas de viento desatadas traían un viento helado del lago Michigan y a la avenida Lincoln, que bordeaba el agua turbia de su oscura masa, llegaba el triturante y lúgubre tronar de las placas inmensas de hielo flotante chocando como dientes macerantes de un mortal gigante. La escena no podía ser más apropiada. En la oscura y fuera de foco noche, las calles del poblado estaban listas para una más de las masacres de las mafias delincuenciales, políticas y policíacas. San Valentín sería, años después de esta matanza, el día para celebrar al Amor y a la Amistad. La idearon los empresarios y comerciantes para cubrir un hueco que se extendía de las fiestas navideñas hasta al inicio de la primavera, acertadamente. “Lo que es bueno para General Motors es bueno para la nación”, presumía un notorio presidente de la Chevrolet. Claro se refería a su nación, Estados Unidos de América.
Así como a misa vamos cada domingo, o viernes o sábado según el credo, cada año celebramos San Valentín con flores a sobreprecio, restoranes repletos, ramplones y apresurados. Y en ambas ocasiones, semanal y anualmente, salimos de misa o del restorán para seguir la ruta que nos lleva al desprecio del conocimiento, del entorno, del prójimo y al final de nosotros mismos. ¿Como soportamos la antidemocracia, las violaciones de estado, la pobreza, las policías, los políticos y los jueces corruptos? ¿Cómo nos encogemos de hombros sobre todo esto y destapamos un refresco de cola más y vemos una película gringa más o un programa de televisión gringo más? ¿Donde está nuestra imagen como nación, como cultura, como civilización? En manos de otros. Películas sobre los mayas que podrían ser mágicas y enaltecedoras caen en la noción primitiva y prejuiciada de un australiano que filma for the Hollywood sewer.
Y este gobierno y sus personeros, provenientes de un fraude, no saben distinguir entre propaganda gringa e intercambio de cultura. No saben defender a los mexicanos que viven aquí y menos a los que arriesgan su vida y, en números desproporcionados, mueren bajo las balas y torturas de gringos ignorantes, racistas y violentos.
A mi no me culpen, yo no voté por el pelele.
Arq. Eduardo Bistráin
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