Páginas

::::

lunes, febrero 19, 2007

La memoria del cuerpo.

Por: Federico Campbell.

Los historiadores hablan de la memoria en un cierto sentido: en el que se refiera al rescate del pasado. También la noción de archivo, para la historia y la antropología, alude al campo de la memoria colectiva que la historiografía aspira a recuperar y preservar. Esta reconsideración del pasado, según la distinta mirada de cada uno de los descendientes de Clío, es la que lleva a Enrique Florescano a escribir, por ejemplo, sobre una nueva "memoria mexicana" o una "memoria indígena".

A partir de 1977, cuando Jacques Le Goff publicó sus ensayos sobre la historia y la memoria, han proliferado los libros que llevan en sus títulos la palabra memoria porque, en efecto, la "Madre de las Musas", como le llamaba Vico a la memoria, se ha reconocido últimamente como una gran puerta de entrada hacia la búsqueda del sentido de los comportamientos y las mentalidades que subyacen en los textos de la antigüedad, las lenguas, las imágenes, los ritos, la música, los códices, las huellas de las canciones y las arquitecturas, los trazos de los mitos, las ceremonias, los cantos.

Sin embargo, el concepto de memoria que ha barruntado la literatura tiende hacia otra dimensión y no pocas veces se empalma con las revelaciones de la neurobiología, acaso porque la novela, el poema y la investigación neurológica trabajan con la percepción de los cinco sentidos.

Si la mente se difumina por todos los intersticios del organismo, como lo están haciendo ver no pocos científicos, no debería asombrarnos tanto ahora la anotación de Proust de que en los músculos hay recuerdos entumecidos.

Diane Ackerman ha llegado a la convicción de que la mente "no reside necesariamente en el cerebro sino que viaja por todo el cuerpo en caravanas de hormonas y enzimas, ocupada en dar sentido a esas complejas maravillas que catalogamos como tacto, gusto, olfato, oído, visión".

Ni la genética ni la biología molecular nos han confirmado todavía si todo el organismo, con sus ramificaciones nerviosas, su epidermis, sus órganos, sus tejidos linfático y adiposo, son asiento de la memoria, pero están a punto de hacerlo. Sólo la observación nos concede sospechar que en los músculos y en sus microscópicas grietas rebotan o se dejan adormecidas las emociones.

En el cuello, el bajo vientre, la espalda, la ingle, el estómago, parecen repercutir los sustos, el pánico, la tristeza, la alegría -desde los estudios de Darwin sobre las emociones en los animales y el animal humano, no se sabe más sobre la función de la risa y los gestos faciales-, y allí se van escondiendo en una suerte de memoria aterida que puede salir a flote si se remueven los tendones y las terminaciones nerviosas.

Podría imaginarse entonces, como mera fantasía, que hay recuerdos allí guardados: en la rótula, las plantas de los pies, las partes de las piernas que salen en "V" a partir de la zona genital. En las sienes y en los párpados. En cada una de las vértebras y en el conjunto de la columna.

Cuando a alguien le amputan una pierna sigue sintiendo que la tiene y en otros males el cuerpo -la imaginación de la naturaleza- encuentra la forma de reinventarse. Es el caso de la plasticidad del cerebro averiado.

En el encuentro copular los cuerpos se adivinan y sorprenden. La fatiga y el relajamiento, el sueño en común, los espasmos involuntarios, las heridas y las cicatrices, los efluvios de la primavera nupcial, están en ese orden de cosas, más allá de la pura genitalidad. Porque el cuerpo nos habla. Se diría que contiene nuestra autobiografía. En él se lee la incapacidad de expresar una caricia, la impotencia para permitirse la furia, el llanto, el grito, el misterio de la risa.

Otro indicio de esta memoria entumecida, estrujada por el masaje doloroso, estaría en la predisposición de sentirse más en contacto con el otro, más atento y cuidadoso.

Jan Jott, el ensayista polaco célebre por sus estudios sobre Shakespeare y el poder, ha dado el titulo común de La memoria del cuerpo al grupo de ensayos que acaba de reunir. Mucho de literatura, filosofía, teatro, sexo, y mucho de la muerte, se habla en sus páginas. Escribe sobre Tadeusz Kantor y Jerzy Grotoski. Pero los tramos más intensos de su libro están dedicados a su experiencia de la muerte o, tal vez, mejor dicho, de la mortalidad. Estuvo en un hospital, tal vez por tuberculosis, tal vez por cáncer, tal vez por un infarto. Y lo que recuerda es la epidermis. "Así como la piel recuerda lo que es el sexo, así yo he codificado en mí lo que es la muerte, y no la muerte de alguien más, sino la mía."
Derecho a réplica y comentarios: federicocampbell@yahoo.com.mx

No hay comentarios.:

radioamloTV