Isabel Bermejo
Ecologistas en Acción
La introducción de la agricultura en los tratados de libre comercio en 1994 ha conducido a una feroz reconversión del campo, arruinando a millones de agricultores en todo el mundo y trasladando el control de la alimentación mundial a las grandes transnacionales agroquímicas y de alimentación, algunas de ellas con un notorio historial de agresiones al medio ambiente y falta de respeto por la salud humana. Las negociaciones de la OMC en Cancún, si es que se consigue conciliar las posturas aparentemente contrapuestas de los distintos bloques de países, amenazan la subsistencia de más de 2.500 millones de personas que viven de la agricultura en todo el mundo, así como la seguridad de los alimentos y la conservación de los suelos y de las aguas y de una biodiversidad que es la base del equilibrio ecológico del planeta.
La introducción de la agricultura en los tratados de libre comercio en 1994 ha conducido a una feroz reconversión del campo, arruinando a millones de agricultores en todo el mundo y trasladando el control de la alimentación mundial a las grandes transnacionales agroquímicas y de alimentación, algunas de ellas con un notorio historial de agresiones al medio ambiente y falta de respeto por la salud humana. Las negociaciones de la OMC en Cancún, si es que se consigue conciliar las posturas aparentemente contrapuestas de los distintos bloques de países, amenazan la subsistencia de más de 2.500 millones de personas que viven de la agricultura en todo el mundo, así como la seguridad de los alimentos y la conservación de los suelos y de las aguas y de una biodiversidad que es la base del equilibrio ecológico del planeta.
En línea con el proceso globalizador de otros sectores, y a pesar de que en la actualidad solamente el 10% de la producción agraria se vende en los mercados mundiales (el restante 90% se destina al consumo interno), en los años 90 el objetivo de la política agraria cambió radicalmente en casi todo el mundo. Si antes primaba el abastecimiento de las necesidades regionales de alimentos, la prioridad es ahora competir en los mercados mundiales. La obsesiva preocupación por la exportación -en el caso de EEUU y de la Unión Europea supuestamente para colocar excedentes; en casi todo el mundo empobrecido para poder pagar la carga injusta de la deuda externa- ha llevado a una trágica caída de los precios agrarios mundiales. Si en las décadas anteriores los precios del cacao, del café y de otras exportaciones tradicionales del Tercer Mundo habían sufrido tremendos recortes, a partir de 1994 el precio de alimentos básicos para la humanidad como el maíz, el trigo y el arroz se ha desplomado.
En Estados Unidos los precios agrícolas han bajado en más del 40% desde 1995, marcando una tendencia mundial secundada por la Unión Europea y que ha tenido consecuencias desastrosas.Porque no son los consumidores, ni la población necesitada de alimentos, ni las regiones con carencias, quienes se benefician de esta bajada de los precios mundiales. Por el contrario, la reducción de los precios de estos alimentos beneficia fundamentalmente a las explotaciones ganaderas más grandes e intensivas -más dañinas para el medio ambiente- y a una industria agroalimentaria que en los últimos años ha experimentado un vertiginoso proceso de crecimiento, de concentración y de fusión con los grandes grupos agroquímicos y de distribución, expulsando del campo a los pequeños agricultores y contribuyendo a una crisis social y ecológica mundial de dimensiones enormemente preocupantes.
Por citar un ejemplo de a dónde nos lleva esta política, Cargill, compañía que controla el 45% del mercado mundial de cereales y se ha asociado recientemente al gigante de la agroquímica y biotecnología Monsanto, a la vez que mantiene acuerdos estratégicos con algunas de las grandes cadenas de supermercados, es propietaria de explotaciones de más de 10.000 cabezas de vacuno de carne en EE UU (no por casualidad cerca de la frontera mejicana), sacando un enorme partido de la crisis de precios agrícolas y del abandono de pequeñas y medianas explotaciones en todo el mundo. Ni qué decir tiene que el impacto ambiental de este tipo de explotaciones, que destruyen los paisajes rurales, derrochan cantidades considerables de energía y generan montañas de residuos orgánicos contaminados por los antibióticos, hormonas y otros productos químicos utilizados en la producción, es tremendo.
En otro orden de cosas, la importación de maíz procedente de EE UU a precios hasta un 30% por debajo de los costes de producción ha provocado una caída del 50% del precio de este alimento básico en México, arruinando a millones de productores locales y provocando el éxodo rural y la expansión de este cultivo a laderas con suelos muy erosionables, en un desesperado intento de los que han quedado por producir más, que no mejor.
Curiosamente, al mismo tiempo los precios de las tortillas de maíz en México D.F. se duplicaban. Ejemplos similares del hundimiento de la producción local por la importación de alimentos a precios hasta un 50% por debajo de los costes de producción se dan en todo el mundo: Indonesia pasó de la autosuficiencia en 1984 a convertirse en uno de los mayores importadores de arroz en el mundo; lo mismo ha ocurrido en Haití; y las exportaciones de leche de la Unión Europea a precios subvencionados han hundido a multitud de pequeños productores locales en la India que aprovechaban los residuos de la agricultura para una producción láctea que podría decirse ecológica.
Sin embargo, el debate simplista que parece acaparar actualmente la atención de las negociaciones agrícolas en Cancún, enfrentando al bloque EE UU-UE y al Tercer Mundo en el tema de las subvenciones, es una cortina de humo tras la que se esconde un problema de fondo más grave. Es indudable que en la carrera por rebajar precios EE UU y la Unión Europea han hecho siempre trampa, destinando presupuestos millonarios a subvencionar indirectamente la agricultura y exportando a precios muy por debajo de los costes de producción. Indudable también, y bochornoso, que el bloque EE UU-UE tenga el cinismo de exigir la eliminación de barreras proteccionistas, mientras inventa todo tipo de triquiñuelas (caja verde, caja azul...) para seguir protegiendo a determinados sectores agrícolas de sus propios países.Pero el problema es más complejo, y más profundo.
Se trata, simple y llanamente, de que la agricultura no puede someterse a la reconversión liberalizadora que se pretende, sin acabar con el modelo de producción que ha suministrado alimentos a la población mundial durante milenios y que además en muchos casos ha sabido adaptarse y mantener admirablemente recursos naturales y ecosistemas.
El desmantelamiento de las protecciones y la bajada de precios impuesta por la globalización y la lógica del "libre mercado" están llevando a la desaparición de la agricultura campesina y de las explotaciones familiares en todo el mundo. En EE UU, a pesar de los más de 20.000 millones de dólares de subvenciones directas a la renta, en los últimos años han desaparecido más de 33.000 agricultores de una población agraria ya marginal, mientras que en la Unión Europea el abultado presupuesto de la PAC no ha evitado (más bien ha potenciado) la ruina de miles de pequeñas explotaciones.
Y si en los países industrializados el colchón de las subvenciones no ha evitado la desaparición de miles, ¿qué ocurrirá con esa mitad de la población del llamado Mundo en Desarrollo que depende de la agricultura como fuente única de subsistencia? La seguridad alimentaria del mundo depende del mantenimiento de una agricultura "campesina" y diversa, respetuosa con el medio, y es incompatible con el "libre mercado" y la producción industrializada de alimentos que promueve la OMC.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario