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martes, febrero 13, 2007

"Soy Gerente Editorial y vendo pizza ..."

Por: Roberto Bardini.

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios conjuran contra él", afirmó el escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745). El autor de Viajes de Gulliver definía a la especie humana como "la más perniciosa casta de gusanos que la naturaleza permite que se arrastre por la tierra". Swift se refería especialmente a los ingleses. Esta historia intentará confirmar sus palabras en los casos de algunos editores "políticamente correctos".

El holandés Vincent van Gogh -nacido el 30 de marzo de 1853 e hijo de un pastor protestante- pintó entre 800 y 900 cuadros. Sin embargo, sólo vendió una obra en toda su vida. Y hay quienes sostienen que en realidad cambió algunas telas por comida o materiales para pintar. Hoy sus óleos cuestan miles de dólares.

El italiano Emilio Salgari -nacido el 25 de agosto de 1863, creador de Sandokán y El corsario negro- escribió más de 80 novelas (algunos biógrafos aseguran que fueron 200) y una enorme cantidad de cuentos. Si hubiera vivido en la actualidad, con certeza sería un millonario mimado por Hollywood. Pero en su época sufrió una miseria atroz.

Van Gogh y Salgari vivieron al borde de la locura y los dos se suicidaron. El pintor se disparó un balazo en el pecho el 27 de julio de 1890 y murió dos días después. El novelista se clavó un puñal en el estómago el 25 de abril de 1911. Uno y otro dejaron cartas. "Quizás hubiera preferido contarte muchas cosas pero el deseo de hacerlo me ha abandonado y me siento inútil", le escribió Van Gogh a su hermano Theo.

Salgari se dirigió a sus editores: "A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi-miseria, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, paguéis los gastos de mi entierro. Os saludo rompiendo la pluma".

El estadounidense John Kennedy Toole -nacido en 1937 en Nueva Orleans, licenciado en literatura inglesa por la Universidad de Columbia- es considerado hoy como "uno de los escritores más ingeniosos y lúcidos del siglo XX" por su novela La conjura de los necios. Se suicidó en 1969 porque la obra fue rechazada por una editorial tras otra. Gracias al incansable peregrinar de su madre, el texto se publicó en 1980, once años después. La reacción de los críticos fue unánime y en 1981 ganó el premio Pulitzer. En Francia fue catalogada como "la mejor novela en lengua extranjera del año". La conjura de los necios se tradujo a diez idiomas y se transformó en libro de culto.

Hay casos menos trágicos. O, mejor dicho, bastante divertidos. Veintitrés editoriales rechazaron Dublinenses, de James Joyce, antes de que el escritor irlandés lograra finalmente publicarla. La obra se encuentra hoy en casi todas las librerías del mundo.

"Señora, dedíquese a escribir recetas de cocina", le dijo un editor mexicano a una mujer llamada Laura Esquivel y le devolvió los originales de Como agua para chocolate. Ella llevó los originales a otra empresa y el libro se transformó en best seller, con varias ediciones e, incluso, fue adaptada al cine por su esposo, el cineasta Alfonso Arau.

"Esto es ilegible", sentenció un editor colombiano al rechazar, a comienzos de la década del 60, la copia mecanografiada de Cien años de soledad, escrita por un desconocido Gabriel García Márquez. Por gestiones de Julio Cortázar, la editorial Sudamericana -de Buenos Aires- publicó la novela el 30 de mayo de 1967. La tirada inicial fue de 8 mil ejemplares y se agotó en menos de dos semanas; una segunda edición de 10 mil ejemplares dejó a la editorial sin papel.

Durante dos meses en casi toda América Latina se hablaba de Cien años de soledad, sin que los interesados en leerla pudieran comprarla ya que no estaba en las librerías. Se tradujo a 35 idiomas y se calcula que a 36 años de su salida lleva vendidos más de 30 millones de ejemplares. Los originales, con correcciones manuscritas del propio García Márquez, están valuados hoy en medio millón de dólares.

A esta altura ya es momento de preguntarse: ¿qué habrá sido de aquellos "visionarios" gerentes editoriales?

Quizá ahora se dedican a vender pizza, pescado o preservativos.

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