El mercado libre de medicinas esenciales.
Por Mark Weisbrot
Por fin se ha puesto en primera página la noticia de la década, y quizá del siglo: están muriendo de SIDA millones de personas que se podrían haber salvado. La razón de esas muertes innecesarias, prematuras y a menudo acompañadas de prolongados sufrimientos se está manifestando claramente: es la codicia pura y dura.
El escándalo alcanza proporciones bíblicas. La industria farmacéutica, tasada en unos 350 mil millones de dólares y una de las más lucrativas y poderosas del mundo, se ha unido a sus aliados dentro del gobierno de los EEUU para negar el acceso a medicamentos esenciales a precios asequibles a millones de personas.
En EEUU las personas seropositivas pueden prolongar sus vidas por un tiempo indefinido mediante la terapia combinada, consistente en la asociación de dos o más medicamentos. El coste de estos fármacos está entre 10.000 y 15.000 dólares al año, lo cual los sitúa muy lejos del alcance de los 33 millones de personas de ingresos bajos que las necesitan, entre ellas 25 millones en el Africa Sub-Sahariana.
No obstante, los costes de producción de estos medicamentos son una fracción ínfima de su precio. Un fabricante de medicamentos genéricos de la India, Cipla, se ofreció recientemente a suministrar estos fármacos a los organismos estatales por 600 dólares y a las organizaciones no gubernamentales por 350.
La iniciativa pondría estas drogas al alcance de millones de personas, especialmente en los países más pobres, con rentas per cápita anuales alrededor de esta cifra, con unas subvenciones relativamente bajas de los países más ricos.
Sin embargo, las compañías farmacéuticas se muestran inflexibles. En palabras de un alto ejecutivo de Merck: "Pretenden robar mi propiedad intelectual, y eso no lo puedo tolerar".
Este argumento no es muy convincente. ¿Se debería condenar a muerte a millones de personas sólo para proteger las patentes de las compañías farmacéuticas?
Como respuesta a la presión política y a la indignación moral crecientes, estas compañías han comenzado a ofrecer descuentos cada vez mayores sobre el precio de estos medicamentos. Ahora bien, incluso la última oferta de Merck, que consiste en dos de las tres drogas que forman comúnmente la triterapia contra el SIDA, en apariencia a precio de coste, cuesta el triple de lo que costaría si hubiera competencia con los medicamentos genéricos.
Existen además otros problemas cuando se da carta blanca a los monopolios privados a la hora de fijar los precios y suministros la disponibilidad de medicamentos tan desesperadamente necesarios. El coste humano puede ser muy alto si se muestran remisos, si exigen otras concesiones, si cambian los precios o abusan de cualquier manera de sus poderes cuasi-divinos sobre las vidas de millones de personas.
Las compañías se defienden con un argumento económico: estos fármacos no existirían si no fuera por los beneficios que aporta el monopolio de la patente y que son los que financian la investigación y el desarrollo. No obstante, existen otros modos de financiar la investigación: en realidad muchos de los fármacos modernos más caros se descubrieron con ayuda de los fondos públicos.
Desde un punto de vista meramente económico, los monopolios de las patentes son un método muy limitado de financiar este tipo de investigación. Uno de los principios básicos de la microeconomía es que el precio de un producto debe ser igual al coste de producir un artículo más. El sistema de precios del monopolio, especialmente a 15 o 20 veces el precio de coste de producción, constituye un gran derroche y es sumamente ineficaz. En el caso de medicinas esenciales, el coste de esta ineficacia se cuenta en vidas humanas.
Según la ley estadounidense, las patentes no tienen vigencia más allá de nuestras fronteras. Sin embargo, las compañías farmacéuticas y sus aliados en Washington cuentan con un formidable arsenal de armas con las que forzar la sumisión de los países pobres, entre ellas la presión económica, los pleitos y la Organización Mundial del Comercio. Cuando Sudáfrica, con sus 4.3 millones de personas infectadas por el virus del SIDA, aprobó su Ley de Medicamentos en 1997, cuyo objeto era poner estas drogas a disposición del público a precios más bajos, Washington respondió con sanciones al comercio, demora en las ayudas y otras amenazas económicas.
La presión pública de ciertos grupos activistas obligó a la administración de Clinton a modificar su política con respecto a Sudáfrica. Pero éste no fue, ni mucho menos, el fin de la batalla: por ejemplo, EEUU ha presentado una denuncia contra Brasil ante la Organización Mundial del Comercio, a causa de una ley brasileña que pretende incrementar la producción doméstica de los fármacos contra el SIDA. Además, las compañías farmacéuticas continúan sus pleitos contra Sudáfrica en los tribunales de ese país.
Propongo una simple reforma que sería consistente con los principios básicos humanitarios sin perjudicar a los económicos: no aplicar las patentes de medicamentos esenciales en países de renta per cápita baja. Esto permitiría recibir tratamiento a millones de personas que de lo contrario morirían.
Parece que las compañías farmacéuticas aún no están dispuestas a abandonar la búsqueda de monopolios mundiales sobre los fármacos que producen, pero el público se está percatando cada vez más de su repelente e indefendible actuación. Puede que sea necesaria una presión más dura, por ejemplo mediante boicots por parte de los consumidores e inversores de dichas compañías, para conseguir que capten el mensaje, pero antes o después van a tener que ceder.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación Económica y Política (Center for Economic and Policy Research) en Washington DC, EEUU.
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