Foto de: Eneas/Flickr
Como parte de la temporada de caza mayor, con vistas al Poder Ejecutivo del país en disputa, se ha desatado la persecución de ciertas cabezas codiciadas. Y, entre ellas hay, sin duda, una que es la favorita de la opinocracia: la de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Objetivo político en la mira que, desde hace años, descuella por la brutal persecución que padece. Unos se lanzan contra él de manera grosera, reiterada, injuriante, torpe y resentida, cómo lo hace el señor R. Alemán en las páginas del renovado Excélsior, de conocido traficante de influencias. Otros, más avezados en las trifulcas de las columnas, como algunos veteranos de Milenio, asimilan, como esponjas con ribetes objetivos, los intereses de sus distantes jefes. No desentonan, sino encajan a la perfección en esta saga denigratoria, otros de distinta factura, como el señor Néstor Ojeda, que puede discernir las ignorancias de las que acusa Obrador desde una distancia insalvable por los muchos rencores y cortedades que lo atosigan.
Pero otros lo hacen por cuenta muy propia, encapotados con profundidades racionales con que se adornan los tecnócratas de la ciencia política. Él es un académico de altura, pero del que se ignoran roces populares, ésos donde pudieran contrastar, aunque sea de refilón, las verdades inapelables que dicta con culta facilidad (Silva-Herzog Márquez este lunes pasado en el diario Reforma). Su argumento central es el sectarismo de AMLO, demostrado, según el académico, por una supuesta incapacidad negociadora. Le atina, sin embargo, cuando afirma que la política es, para López Obrador (y con él muchos otros), un terreno que pone a prueba la limpieza moral de sus oficiantes. Pero yerra al adjudicarle falta de eficacia. La construcción de un movimiento único en México (Morena) lo prueba, y lo refuerza su triunfo en el Distrito Federal o en la presidencia del PRD. En cada uno de esos procesos destacó su perseverancia, la lealtad con los de abajo (las mayorías) y a una visión ciertamente moderna de la izquierda. A Morena la captan millones como única opción de cambio efectivo para recuperar la senda del crecimiento y el reparto equitativo. Tal vez el académico se funda en el rechazo tajante de AMLO a pactar (transar) con E. E. Gordillo, tal como asentó el señor Berrueto en Milenio. Según este articulista, fue la causal para que AMLO perdiera la Presidencia. En cambio, para el señor Calderón, tal negociación, afirma sin hálito de crítica y en un alarde de pragmatismo, le resultó trascendente. El autor no enjuicia ni menciona las complicidades atadas, tan caras a la educación, pero que lo incrustó donde ansiaba estar por sobre cualquier cosa: ahora habita en Los Pinos.
La parrafada anterior no intenta liberar a AMLO de sus fallas personales, que las tiene y reconoce no sin duros vencimientos, como cualquier ser humano. Tampoco se trata de desligarlo de su insistente discurso, labrado con minucioso trabajo e intenciones de auxiliar en la formación de la conciencia popular. Para ello debe recalar, una y otra vez, en la denuncia de esa realidad tan disfrazada, nunca tocada por la crítica a modo, de la existencia de una plutocracia amafiada, causal de la actual tragedia de México. La pretensión de AMLO es la conexión que logra con una audiencia cada vez mayor, una que rebasa, por mucho, a los asistentes a las miles de plazas llenas. Su prédica itinerante, metódica, necia si se quiere, de un evangelio laico, intenta ensanchar, con información no asequible a la gente común, la comprensión de la terrible actualidad nacional. Una toma de conciencia que, por estas prédicas, crece con el paso de estos aciagos días. Su atractivo es veneno para toda una legión de cazadores furtivos que medran en los medios, porque se funda, persigue y logra infundir credibilidad y confianza. AMLO se dirige a un pueblo que lo asume bueno, es cierto, porque con ellos convive. Pero también sabe de su ignorancia inducida, a veces maleado por millares, esforzados los más y radicales otros. AMLO, al contrario de lo que van alertando sus malquerientes, toda una nube que cubre el espectro radial y televisivo, organiza su trabajo cotidiano entre y para la gente. Lo cierto es que, en su ya largo peregrinar por la desvencijada República de los mexicanos, como ningún político lo hace, ha ido sembrando las bases de un nutrido, recio, movimiento de regeneración nacional. Esta regeneración parte de asumir la terrible decadencia de la vida pública y mucha de la individual que hoy corroe a la nación.
En el mero fondo de los alegatos que tratan de hundir a López Obrador, de desaparecerlo de la vista de los mexicanos, como han intentado Televisa y Tv Azteca por varios años, hay varias constantes. Son ritornelos que, a esta altura del pleito desatado desde antes de 2006, ya debían, por sanidad de la vida organizada, ser tirados por la borda. Pero la insidia, sazonada con arraigados rencores, la consigna o el despecho vuelven, en la mayoría de los casos de crítica, a retratar a los mismos autores en sus pequeñeces y miserias. Es una verdadera cruzada de la derecha, justificada por los intereses que anhelan continuidad. Aflora, sin posibilidad de detenerlo, eso que duele, que da miedo, que poco o nada se comprende. Es, si se atiende bien a los detalles de la andanada masiva contra AMLO, reveladora, al mismo tiempo, de las motivaciones de los distintos personajes que la alientan. La angustia por apresar, calificar, disolver al distinto, ése que ya no se apega a lo correcto, sino que provoca, aumenta al acercarse el día decisivo. Se nota, de inmediato, la impulsiva necesidad de borrarlo para que no inquiete, para que no revuelva, aunque sea lo ya violentado de antemano, para que venga la calma y la vida recobre esa normalidad conveniente para unos cuantos.
Pero otros lo hacen por cuenta muy propia, encapotados con profundidades racionales con que se adornan los tecnócratas de la ciencia política. Él es un académico de altura, pero del que se ignoran roces populares, ésos donde pudieran contrastar, aunque sea de refilón, las verdades inapelables que dicta con culta facilidad (Silva-Herzog Márquez este lunes pasado en el diario Reforma). Su argumento central es el sectarismo de AMLO, demostrado, según el académico, por una supuesta incapacidad negociadora. Le atina, sin embargo, cuando afirma que la política es, para López Obrador (y con él muchos otros), un terreno que pone a prueba la limpieza moral de sus oficiantes. Pero yerra al adjudicarle falta de eficacia. La construcción de un movimiento único en México (Morena) lo prueba, y lo refuerza su triunfo en el Distrito Federal o en la presidencia del PRD. En cada uno de esos procesos destacó su perseverancia, la lealtad con los de abajo (las mayorías) y a una visión ciertamente moderna de la izquierda. A Morena la captan millones como única opción de cambio efectivo para recuperar la senda del crecimiento y el reparto equitativo. Tal vez el académico se funda en el rechazo tajante de AMLO a pactar (transar) con E. E. Gordillo, tal como asentó el señor Berrueto en Milenio. Según este articulista, fue la causal para que AMLO perdiera la Presidencia. En cambio, para el señor Calderón, tal negociación, afirma sin hálito de crítica y en un alarde de pragmatismo, le resultó trascendente. El autor no enjuicia ni menciona las complicidades atadas, tan caras a la educación, pero que lo incrustó donde ansiaba estar por sobre cualquier cosa: ahora habita en Los Pinos.
La parrafada anterior no intenta liberar a AMLO de sus fallas personales, que las tiene y reconoce no sin duros vencimientos, como cualquier ser humano. Tampoco se trata de desligarlo de su insistente discurso, labrado con minucioso trabajo e intenciones de auxiliar en la formación de la conciencia popular. Para ello debe recalar, una y otra vez, en la denuncia de esa realidad tan disfrazada, nunca tocada por la crítica a modo, de la existencia de una plutocracia amafiada, causal de la actual tragedia de México. La pretensión de AMLO es la conexión que logra con una audiencia cada vez mayor, una que rebasa, por mucho, a los asistentes a las miles de plazas llenas. Su prédica itinerante, metódica, necia si se quiere, de un evangelio laico, intenta ensanchar, con información no asequible a la gente común, la comprensión de la terrible actualidad nacional. Una toma de conciencia que, por estas prédicas, crece con el paso de estos aciagos días. Su atractivo es veneno para toda una legión de cazadores furtivos que medran en los medios, porque se funda, persigue y logra infundir credibilidad y confianza. AMLO se dirige a un pueblo que lo asume bueno, es cierto, porque con ellos convive. Pero también sabe de su ignorancia inducida, a veces maleado por millares, esforzados los más y radicales otros. AMLO, al contrario de lo que van alertando sus malquerientes, toda una nube que cubre el espectro radial y televisivo, organiza su trabajo cotidiano entre y para la gente. Lo cierto es que, en su ya largo peregrinar por la desvencijada República de los mexicanos, como ningún político lo hace, ha ido sembrando las bases de un nutrido, recio, movimiento de regeneración nacional. Esta regeneración parte de asumir la terrible decadencia de la vida pública y mucha de la individual que hoy corroe a la nación.
En el mero fondo de los alegatos que tratan de hundir a López Obrador, de desaparecerlo de la vista de los mexicanos, como han intentado Televisa y Tv Azteca por varios años, hay varias constantes. Son ritornelos que, a esta altura del pleito desatado desde antes de 2006, ya debían, por sanidad de la vida organizada, ser tirados por la borda. Pero la insidia, sazonada con arraigados rencores, la consigna o el despecho vuelven, en la mayoría de los casos de crítica, a retratar a los mismos autores en sus pequeñeces y miserias. Es una verdadera cruzada de la derecha, justificada por los intereses que anhelan continuidad. Aflora, sin posibilidad de detenerlo, eso que duele, que da miedo, que poco o nada se comprende. Es, si se atiende bien a los detalles de la andanada masiva contra AMLO, reveladora, al mismo tiempo, de las motivaciones de los distintos personajes que la alientan. La angustia por apresar, calificar, disolver al distinto, ése que ya no se apega a lo correcto, sino que provoca, aumenta al acercarse el día decisivo. Se nota, de inmediato, la impulsiva necesidad de borrarlo para que no inquiete, para que no revuelva, aunque sea lo ya violentado de antemano, para que venga la calma y la vida recobre esa normalidad conveniente para unos cuantos.
Luis Linares Zapata
::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2011::
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